A menudo, las lecturas combinadas de distintos libros pueden generar confusiones. Otras veces, en cambio, permiten asociaciones insospechadas. Juzguen ustedes si la combinación de lecturas que voy a comentar a continuación corresponde al primero o al segundo tipo.
Resulta que en estos días acometí la lectura de la novela “Oso”, de la canadiense Marian Engel, publicada el año pasado por la Editorial Impedimenta. Es una novela de finales de los años ´70, que supo ser escandalosa en su momento, en Canadá, y que no deja de ser cuestionadora en el presente.
Lou, una abnegada bibliotecaria, ha de ir a pasar el verano a una isla tan solitaria como ella, para hacerse cargo del legado que le han cedido al instituto histórico donde trabaja: una isla, una vieja mansión octogonal de corte victoriano y una biblioteca que ha de ordenar y catalogar. En la isla, en la casa, y como parte del legado, habita un oso que en tiempos anteriores supo ser una mascota. Entre Lou y el oso surgirá una relación muy especial, que no omite el erotismo en toda su regla.
Pero eso, la anécdota erótica, sexual y bestialista, es solo el motivo conductor de una trama alegórica que apunta, por un lado, a problematizar y cuestionar irónicamente algunos postulados feministas de esa época, cuando la reacción avanzó sobre el movimiento, dispersándolo, dividiéndolo, haciéndolo retroceder, poniéndolo en crisis; y, por otra parte, a cuestionar la búsqueda de la naturaleza salvaje como un camino de escape, romántico e irracional, para el agobio societario, machista, patriarcal, racional y burocráticamente estructurado en el que vive Lou, la bibliotecaria, la mujer, como sus otras congéneres postmodernas; un camino que, en un punto, podría ser postulado como una vía de purificación y redención personal:
Envuelta en el pelaje del oso se sentía arropada en una cesta, acariciada por diminutas olas, protegida por el aliento de bestias amables. Sentía dolor, pero era un dolor dulce y agradable que no pertenecía al sufrimiento mental, sino a la tierra. (…) Siguió acostada junto al oso hasta que los pájaros de la mañana empezaron a cantar. Lo que él le había transmitido, Lou lo desconocía. No era la simiente de los héroes, ni magia, ni ninguna virtud asombrosa, porque ella seguía siendo la misma; pero por un momento intenso y singular había notado en los poros de su piel y en el sabor de su boca que sabía para qué servía el mundo. No se sentía por fin humana, sino por fin limpia. Limpia, sencilla y orgullosa.
A la par que leía esta novela, llegó a mis manos una novedad editorial de literatura infantil. Se trata del álbum “El pequeño jardinero”, la segunda obra que se publica en España de la ilustradora hawaiana Emily Hughes, quien triunfó el año anterior, por estas tierras y por todas partes, con la obra “Salvaje”. Como una lectura te lleva a la otra, obviamente, repasamos los dos títulos de Emily Hughes, pero, vaya a saber uno el porqué, lo hicimos bajo la escrutadora mirada del oso de Lou, o mejor dicho, de “Oso“, de Engel.
Antes de hablar de “El pequeño jardinero” es menester ocuparse de “Salvaje”. Y es que en mi lectura combinada no pude dejar de leer esos dos álbumes de manera triangulada bajo el vértice de la novela “Oso”. En la base de ese triángulo, el jardinero aparecerá como la antítesis de la salvaje, o como un camino de retorno. Ya me explico.
“Salvaje” fue publicado por la editorial Libros del Zorro Rojo en 2014. Su éxito se consolidó por aquí cuando fue reconocida con el premio de los libreros de Cataluña como la mejor obra publicada en 2014. En breves líneas, cuenta la historia de una niña muy pequeña que vive en el bosque en estado salvaje. En la primera ilustración vemos a la niña recostada desnuda sobre la vegetación, cuidada muy de cerca por un oso, y bajo la atenta mirada de un pájaro y un zorro.
Seguro que si nuestros censores diarios de cada día hubieran tenido presente la novela “Oso” se habrían escandalizado con esa primera escena. Hasta donde sé, por suerte, nadie se quejó.
Ni siquiera cuando la niña vuelve a aparecer junto al oso en el río, justamente, el lugar donde en la novela de Engel comienza a insinuarse de forma inquietante la aproximación erótica entre la mujer y el oso. Pero todo el mundo tranquilo, que aquí, en lo salvaje de “Salvaje”, el erotismo no es la anécdota.
Alegrémonos de que los censores no tuvieran la mente influenciada por la lectura combinada de la otra novela, del otro oso. Y es que quizás no viene al caso ninguna aproximación literal, salvo, quizás, la que nos da el sentido de la alegoría de la vuelta a la naturaleza. Sentido que en este álbum de Hughes, de alguna manera, se retoma, afirmando una vez más el mito romántico del buen salvaje, presentado, también aquí, como una fuente de pureza y de felicidad.
“Salvaje” se divide en tres partes. En la primera parte, la niña vive feliz en el bosque, es aceptada por los animales, aprende el lenguaje de los pájaros, come como los osos, juega y se revuelca alegremente con los zorros, comprende la naturaleza y es comprendida por ella. Hasta que llegan los humanos a complicarlo todo. Allí empieza la segunda parte. Los humanos son extraños para la niña, y ella es extraña para los humanos. Estos la quieren reinsertar en una sociedad en la que, a los ojos de la niña, los humanos hacen todo mal: hablan mal, comen mal, juegan mal. La niña es incomprendida y a la vez no comprende a los humanos. La niña se vuelve infeliz. Si la felicidad natural es la tesis del cuento y la infelicidad social es la antítesis, el desenlace, que es la tercera parte del álbum, se nos muestra como una solución que a todos deja contentos: la niña vuelve al bosque porque “no se puede domar algo tan felizmente salvaje”.
El camino de la naturaleza, el llamado de la selva, el carácter antisocial del bosque: todo ello se nos ofrece como un juego vivo y electrizante de colores, de movimientos sugeridos tanto por los planos que se entremezclan como por los trazos que danzan con mucha libertad y espontaneidad.
Ese mismo juego aparece desde el inicio del segundo libro de Hughes publicado recientemente: “El pequeño jardinero”. No se puede discutir que la ilustradora hawaiana tiene su estilo bien definido. No diré nada sobre la coincidencia de que este libro recién aparecido sea editado en España por Impedimenta (sí, sí, la misma editorial de “Oso”). Diré, sí, que con él la editorial Impedimenta se inaugura en el terreno de la edición de libros para niños.
Y voy a subrayar que en “El pequeño jardinero” se cumple una estructura tripartita similar a la de “Salvaje” (tesis, antítesis, síntesis), aunque con una pequeña variación dada por la inserción de una suerte de prólogo en el que se presenta lo que significa el jardín para el jardinero y una suerte de epílogo en el que se nos muestra lo que representa el jardinero para el jardín.
Entre prólogo y epílogo, lo que tenemos es una primera parte, donde hay un niño muy pequeño, diminuto (¿un duende?), que se esfuerza denodadamente por poner orden, por cultivar y encaminar la vida salvaje de su jardín, pero que no puede hacerlo. La dimensión de la tarea lo supera y lo desborda en tamaño. Luego, al inicio de la segunda parte, desesperado, el niño pequeño pide ayuda y cae rendido. El jardinero enferma de agotamiento. Cae en una especie de sueño depresivo que se extiende en el tiempo. Pero su pedido de ayuda, de una manera extraña, mediante la fuerza de una flor, llega al mundo de los mayores. Y desde ahí le llegará la ayuda requerida. Una pareja de niños mayores se harán cargo del jardín. Pondrán ahí el orden y la belleza que el pequeño anhelaba. Orden y belleza propios del mundo de ellos, tal como se ve representado en una casa que nosotros, los lectores, vemos, pero que el pequeño jardinero no puede ver. La tercera parte, o el desenlace, cuenta que el pequeño jardinero se despierta y se encuentra con el jardín deseado. Y el jardín acoge al pequeño como si este fuera el verdadero artífice de la nueva realidad: una realidad doméstica, domesticada en regla con el mundo de los mayores.
Si en “Salvaje” los censores del mundo adulto no pusieron reparo en la desnudez de la niña al inicio del cuento, seguro que fue porque el desconcierto mayor les debe de haber llegado con la propuesta general del libro: la propuesta del rechazo de los hábitos, las conductas, las normas sociales impuestas desde el mundo adulto. Todo eso que en la novela “Oso” fue la fuente última del escándalo, incluso cuando su final parece más próximo al de “El pequeño jardinero” que al de “Salvaje”.
“Salvaje” es un canto a lo indomesticable, más allá de que la autora hubiera querido que su cuento se leyera como un canto a la tolerancia y la aceptación de la diferencia (así lo dice en una entrevista). Este canto a lo salvaje y a la rebeldía puede hacer feliz a los libreros de Cataluña, quizás también a los lectores infantiles desprejuiciados, pero deja a los padres y a las madres, acostumbrados como están a buscar en los libros para niños mensajes pedagógicos, en una posición incómoda: ¿cómo habremos de explicar a los pequeños que lo de la niña salvaje es una parábola sobra la tolerancia y la aceptación cuando nos vengan a decir que ellos no quieren comer, jugar, educarse bajo las reglas del mundo adulto? Las ilustraciones y la historia tienen un punto de ternura, es cierto, pero el libro no deja de ser una fantasía salvaje. Y eso, aunque no se censure, es difícil de digerir.
Todo lo contrario sucede, tal vez, con la obra de “El pequeño jardinero”. Allí hay una vuelta a la civilización, una vuelta a la ética del trabajo, a los valores de la colaboración, el cuidado, la abnegación y el esfuerzo. Si “El pequeño jardinero” es un canto a la esperanza de los pequeños, esa esperanza no sería otra que la de poder vivir en un mundo en que sean ayudados a crecer y a vivir en paz. Y la sociedad, el mundo de los más grandes, en contraposición con “Salvaje”, aparece aquí como comprensiva ante eso. Todo el libro, de última, puede ser leído como una antítesis del anterior.
Y entonces, ¿qué puede seguir? ¿Cuál podría ser la propuesta de una síntesis entre un libro y otro si nos atenemos a la lógica tripartita que se reparte en cada uno de los títulos?
No lo sé. Ni siquiera sé si eso, la búsqueda de una síntesis, entró en los cálculos de la autora. De todos modos, sé que Emily Hughes está por publicar un nuevo libro. Saldrá en un par de meses en Inglaterra, donde está radicada. A la luz de mi lectura combinada, lo confieso, me inquieta y me intriga sobremanera el título: “Un oso valiente”.
Ya lo estoy esperando.
Germán Machado