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Premio Nacional a la Mejor Labor Editorial Cultural 2008 (Grupo Contexto)

Toda banda está maldita – Babelia, El País – 25 de marzo de 2023

El lugar es Luton, una ciudad gris, industrial, aborrecible, a 50 kilómetros de cualquier parte, en la no del todo verde pero sí muy católica Irlanda. El año es 1982. Robbie, un introvertido y melancólico chaval de las afueras —ese sitio en el que habita lo que su padre llama “la gente como nosotros”, es decir, gente no indicada para la clase de cosas a las que Robbie aspira—, acaba de conocer a Fran Mulvey, un libérrimo estudiante llegado de Ninguna Parte —en realidad, un orfanato vietnamita—, decidido a conquistar el mundo y destinado a hacerlo. Tiene ese algo que le dice al resto que va a ser una estrella. Y lo acaba siendo. Porque esta es también la historia de una exitosa banda de rock, los Ships in the Night, y todo aquello que crea para luego destruir a su paso. Pero no es únicamente eso. Por una vez es mucho más que eso.

Porque sí, el género al que podríamos llamar band novel —novela que se centra en la historia de una banda: chicos se conocen, montan una, se hacen archifamosos, se odian y se separan, y pasan el resto de su vida añorando un pasado que es, como dice Robbie, “un país extranjero”, al que ha dejado de pertenecerse— tiende a ser limitado. O a quedar lastrado —como en la novela de David Mitchell, Utopia Avenue (Random House)— por el desconocimiento del medio —el no haber tenido una banda, o no haber llegado tan lejos— del autor, que tiende a dramatizar en exceso tanto el ascenso como la caída — algo que en el cine, en todos esos biopics de grandes estrellas, de Freddie Mercury a Elton John, también ocurre— y, por supuesto, a idealizar algo que no tiene nada de ideal: la vida del músico es una extravagante no vida.

Y Reyes vagabundos es un buen ejemplo. Y no uno cualquiera, sino uno de los más ilustres y brillantes, y frondosos —una novela que es, en realidad, una pequeña colección de novelas—, que existen. Tal vez porque Joseph O’Connor (Dublín, 59 años) conoce extremadamente bien el medio. Su hermana, Sinéad O’Connor, fue tan famosa como su banda ficticia. Banda ficticia a la que formalmente trata como real, fingiendo haber escrito las memorias del tal Robbie, salpicadas, aquí y allá, de entrevistas (futuras) con los protagonistas, exámenes de la universidad, pedazos de diarios íntimos y todo tipo de cosas, como en la mayestática Tiene que ser aquí, de Maggie O’Farrell (Libros  del Asteroide), en la que también se trata la fama — en su caso, de una actriz— como una especie de maldición, porque no es ella quien te sirve a ti, eres tú quien la sirve a ella.

Pero lo mejor de todo es que la cosa, como decíamos, no se queda ahí. Porque la forma en que se entreteje la historia de la banda con la historia en sí, la historia de una amistad capaz de cambiarte la vida, la clase de amistad que te permite existir —porque la vida empieza justo ahí, cuando tu amigo te ve y empiezas a importar de verdad—, tiene mucho del más apasionante Jeffrey Eugenides —el de La trama nupcial (Anagrama)— y constituye otra novela en sí misma, como la novela de clase que se intuye todo el tiempo —y se explicita en la forma de vida de la familia del protagonista— y la novela de desencaje —y genialidad— que protagoniza, por su cuenta, Fran. Hay dolor —reinvoca O’Connor el accidente de coche en el que murió su madre, que aquí mata a la hermana de Robbie— y personajes tan densos que podrían haber existido, y en realidad lo hicieron, en ese tiempo, ya pasado, en el que la música podía, y lo era, todo.

—Laura Fernández, Babelia (El País), 25 de marzo de 2023