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Premio Nacional a la Mejor Labor Editorial Cultural 2008 (Grupo Contexto)

«Me sorprendió más adelante descubrir que todos nosotros tenemos un libro perdido en lo más profundo de la infancia, nítido e impresionante en el recuerdo, pero imposible de encontrar en la vida adulta (Mircea Cartarescu)».

Podríamos empezar hablando de un dato catastrófico, pero dudo que contar por enésima vez que en 2015 el CIS nos advirtió de que en España el 35% de las personas dicen no leer, o no estar para nada interesadas en la lectura, pudiera ayudarnos a empezar este artículo con el ánimo que precisa.

De hecho, lo mejor será no mencionar el CIS para nada, ni tampoco hablar de todos esos datos sobre la pobre costumbre lectora que hay en nuestro país: lo que pretendemos no es hacer sentir culpable a nadie, sino en todo caso enamorarlo. Para eso sirve la literatura: para enamorarse. Y para eso sirven los libros: para hacernos volar en mundos distintos al nuestro, que a su vez nos ayuden a entender este globo que pisamos.

De este cariño y de esta pasión hacia la lectura es de aquello de lo que realmente nos gustaría hablar, y por eso hemos decidido hacerlo desde el principio. Desde los orígenes.

Desde aquellos libros que serán la primera piedra de otras muchas piedras que conformarán la montaña: los libros infantiles.

En su show The Comeback Kid, el monologuista estadounidense John Mulaney dedicó buena parte de sus chistes a explicar cómo hoy en día lo hacemos todo para y por los niños. Según él, las generaciones del pasado nunca han estado tan pendientes de los más pequeños como ahora, cuando parece que absolutamente todo —la moda, el ocio, la televisión y hasta la literatura— tenga su versión minúscula, dedicada a satisfacer no se sabe muy bien si a los niños o a los propios padres. De hecho, ahí está una de las claves de la reciente revolución del libro infantil en el ámbito editorial independiente.

De unos años a esta parte, hemos visto cómo las jóvenes editoriales ampliaban su catálogo hacia el nuevo horizonte de los niños, quizá porque una nueva generación de padres llegaba a las librerías buscando un producto diferente, más especial, que les permitiera compartir una pasión con sus hijos. A este respecto Alice Incontrada, editora de Blackie Books, opina que para su editorial es importante llegar a un público infantil “porque creemos que lo que leemos de pequeños nos marcará para el resto de nuestras vidas: no tanto el contenido, sino el ánimo, la sensación, la experiencia de leer”. Tanto en sus libros para adultos como en sus libros para niños, Blackie Books tiene una estética clara, arriesgada. Para ellos es importante publicar libros que otros editores jamás sacarían a la luz o que jamás rescatarían, como las historias completas de BABAR, o incluso Pipi Calzaslargas.

El vínculo lector entre padres e hijos resulta determinante, “si los padres leen muy probablemente sus hijos leerán”, señala Incontrada, “no sirve de nada obligar a los niños a que lean, diciéndoles lo importante que es la lectura, si en sus casas la presencia de libros es escasa o si no ven a sus padres leer un libro. Contradiciendo los chistes de John Mulaney, podríamos decir que no es que hoy en día se trate sólo de complacer a los niños, sino de fomentar un vínculo más fuerte entre estos y sus padres. Contradiciendo también al CIS, podríamos decir que a pesar del alto porcentaje de personas que no quieren leer, existen maneras de crear un futuro esperanzador para los nuevos lectores, y editoriales como Blackie Books o como Impedimenta, Nórdica y ALBA, con las que también hemos hablado, están trabajando para demostrarlo.

La semana pasada, la editora Michi Strausfled reivindicaba en una entrevista de El País que “la literatura para niños y jóvenes es algo muy serio”. Como creadora de las colecciones infantiles y juveniles en grandes sellos españoles, conoce bien este mercado, y lleva toda la vida dedicada a la promoción de la lectura.

Citando a Octavio Paz, Strausfled señala: “la sociedad se dividiría en dos: una leería, la de los ciudadanos responsables; y la otra sería una masa que se dejaría manipular”. En este sentido, el discurso de Michi Strausfled coincide con buena parte de los discursos que desde las editoriales independientes están adoptando para con sus respectivas colecciones infantiles.

Para Enrique Redel y Susana Rodríguez, que acaban de lanzar este 2016 La Pequeña Impedimenta con el título «El pequeño jardinero», “la literatura, todo tipo de literatura, tiene, antes que nada, deleitar, incitar, animar a seguir leyendo”.

Ninguno de los dos niega el valor educativo de los libros, pero prefieren poner en primer lugar el hecho de que estos hagan preguntas, expliciten nuestras contradicciones, exciten nuestra curiosidad y nos descubra el mundo. El pulso lector está en nuestro ADN, lo llevamos en nuestras células, muy dentro de nosotros. Al nacer, un bebé está tan preparado para amar un libro como para amar un juguete, un sabor, una canción.

Pero a veces, el amor también hay que ejercitarlo.

Para Idoia Moll, editora de ALBA e impulsora de su colección para niños, un lector infantil se crea precisamente con tiempo y dedicación. “Si desde pequeño le lees cuentos a tu hijo cada noche, le llevas a bibliotecas, librerías… estarás contribuyendo a que a la larga se convierta en un lector adulto. En la adolescencia es posible que se distancie de la lectura, o no, pero ese poso queda y probablemente en la edad adulta vuelva a conectarse con la lectura”.

Ejercitar el amor el amor por la lectura, entonces, no significa imponerlo.

Alice Incontrada, de Blackie Books, cree que a pesar de que las lecturas obligatorias de las escuelas son necesarias, sería importante hacer una profunda revisión. “La actualizaría pensando en el tipo de niños y chavales que tenemos hoy en día; y otra cosa importante, les cambiaría el nombre, eliminaría la palabra «obligatorias». Todo lo obligatorio, los niños (y también nosotros) lo aborrecen. Falta jugar más. Falta entender más la enseñanza como un juego”.

En las escuelas nos enseñan a leer, de acuerdo. En nuestro primer año de colegiales, aprendemos el abecedario, aprendemos que la eme y la a nos permite formar una palabra como mamá, y desarrollamos una capacidad de comprensión guiada por nuestros profesores. Sin embargo, en las escuelas no nos enseñan a leer.

A leer de verdad.

A leer con la suspicacia y el cariño suficientes como para poder abrir nuestra mente convertirnos en seres críticos.

Susana Sánchez, que es editora infantil en Nórdica, y que tiene una enorme experiencia como librera para niños, va más allá y añade que no hay nada peor que intentar buscar la didáctica, la enseñanza en el libro. “En mis años de librera, que han sido bastantes siempre me he encontrado con una pregunta reiterada de los padres: ¿Pero, es didáctico?”. La respuesta que Susana Sánchez encuentra entonces para volcar ese amor por la lectura desde el punto de vista del editor, es tratando de seleccionar no desde la mirada viciada del adulto, sino tratando de encontrar la del niño.

“Existe un tipo de libro dirigido a publico infantil que pasa primero por la mirada del adulto y eso no nos interesa”, y citando a Auden, Sánchez deja clara la intención del catálogo de Nórdica en estas palabras: “no existen los libros infantiles sólo los buenos libros.” Tanto desde Nórdica, como desde Blackie Books, ALBA o Impedimenta , el trabajo de selección de títulos para sus lectores más pequeños es tan importante como el trabajo de selección de títulos para sus propios hijos.

Quizá el nuevo boom de colecciones infantiles en nuestro país responda también a la necesidad de una nueva generación de editores y padres, que desde sus oficinas se han dado cuenta de la importancia de batallar no sólo por una calidad en sus productos para adultos, sino también en sus productos para niños.

La lucha por la creación de un libro que sea al mismo tiempo un objeto.

Por la creación de un objeto que sea al mismo tiempo un tesoro.

Por la creación de un tesoro que sea al mismo tiempo un juguete.

Por la creación de un juguete que sea al mismo tiempo esa arma que nos ayudará a derribar esas estadísticas catastróficas, ese miedo al papel y a la palabra que tanto mal nos ha hecho.

Luna Miguel