Que Europa del Este sigue siendo el vivero de producción literaria más fascinante del mundo entero es algo más que evidente. Del hiperbólico Mircea Cărtărescu a la premio Nobel Olga Tocarczuk, pasando por Ugrešić o Rumena Bužarovska (Skopje, 1981), sus páginas siempre rezuman la poesía de la filosofía vital. Un canto desesperado por seguir orbitando en torno a los grandes misterios emocionales que definen la condición humana.
En el caso de Bužarovska, nos encontramos ante una fuerza de la naturaleza dentro del arte de las relaciones conyugales. Libros de relatos como el que hoy nos ocupa trascienden por la capacidad de observación clínica de una escritora que flota sobre la cuerda que anuda los extremos de la vergüenza y la tragedia, la ironía dentada y el autoengaño. Todo en su universo está tensado por las dinámicas originadas de la vida en pareja. Y lo hace desde una postura eminentemente feminista, aunque nunca desde la exposición directa de sus intenciones, sino como un río subyacente de frases tan inteligentes que, por momentos, tenemos la sensación de comprobar cómo Bužarovska rebaja su elevada condición literaria al barro, donde las conversaciones se forjan por la realidad de los actos que se quedan grabados en la duermevela de nuestro atlas mental.
Las páginas de Mi marido (“Mojot Maz”, 2014; Impedimenta, 2023) nos descubren a una escritora de primera fila, una cuyo estilo parece haber sido tallado desde un extremo continuo a figuras esenciales del relato corto como Bernard Quiriny y Raymond Carver. De ambos, esta macedonia del norte refleja en su estilo parecidos que enaltecen la capacidad de jugar con los dobles sentidos de la vida, lo cual se vierte a lo largo de un ramillete sembrado de diálogos, punto fuerte de un estilo sobrio y pulido, hasta cuando pretende adoptar formas de expresión cuajadas en literatura de fregadero. Así sucede en pequeñas joyas como “Un nido vacío”, corazón de esta colección de once cuentos, a cada cual más cáustico en intenciones, tal como queda claramente expresado desde el primero de estos relatos, un brutal “Mi marido, poeta”: sin duda, una de las descripciones más devastadoras de lo que podríamos entender como la vertiente sin florituras del filme La guerra de los Rose (Danny DeVito, 1989).
Radiografía sin tapujos y risas emponzoñadas en amargura son los activos más elocuentes de una escritura que, por encima de todo, nos muestra los poderes de un valor indiscutible a la hora de ahondar en la literatura de pensamientos escondidos tras tantos kilos de relaciones humanas mecanizadas diariamente. El hecho de hacerlo con tal equilibrio de descaro y elegancia provoca que la ironía sea incluso mayor. O cómo hacer de la contradicción estilística el espejo de los temores más escondidos. Los mismos que afloran a golpe de genio para representar la vida como si se tratara de un Maupassant sin efluvios de terror, pero sobre todo de una demostración de cómo retorcer las relaciones conyugales hasta encontrar el realismo a un palmo de lo grotesco. Vamos, lo que se entiende como la genialidad de los valientes.
—Rockdelux, 17 de mayo de 2023