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Premio Nacional a la Mejor Labor Editorial Cultural 2008 (Grupo Contexto)

Tras adentrarse en la novela con Shakespeare y la ballena blanca y Padres, hijos y primates, el escritor Jon Bilbao (Ribadesella, 1972) regresa al cuento, género que le ha reportado, entre otros, el Premio Euskadi y Tigre Juan por Bajo el influjo del cometa, o el Premio Ojo Crítico por Como una historia de terror. En Estrómboli nos seduce con ocho relatos seleccionados “entre los que he venido escribiendo en los últimos años”. Una selección realizada por el propio autor –“dejé en el disco duro algunos que aún necesitan madurarse”– pero también por el editor “que vio un par de relatos bastante breves que dejaban el libro un tanto descompensado. Una buena decisión porque el conjunto queda más redondo ahora”.

–Muchos de los relatos plantean relaciones de pareja, de amistad, y situaciones a partir de un hecho fortuito. ¿Es éste el nexo común de los textos?

–La corriente subterránea que los une soy yo mismo y quizás un aliento no autobiográfico pero sí de inspiración personal, de lugares que he visitado o de personas que he conocido. A riesgo de simplificar demasiado, podríamos decir que la guía es tomar a personas normales y ponerlas en situaciones muy anormales. De ese modo manifiestan facetas de su personalidad que en el día a día permanecen latentes.

–Gran parte de los relatos transcurren en el extranjero: Estados Unidos, la isla de Estrómboli, Nueva Zelanda…

–Me gustan los libros cosmopolitas y también viajar; suelo escribir sobre los sitios a los que viajo porque es una forma de revisitarlos, de afianzar los recuerdos y sacarles partido. Pero es que viajar, estar en un contexto alejado del cotidiano fomenta el desarrollo de ese tipo de facetas de las que hablaba. Sin embargo, aunque estén lejos, rara vez los personajes están solos; al contrario, les acompaña alguien cercano que puede actuar como espejo para que sean conscientes de sus comportamientos ajenos a lo habitual. Además, en esos lugares lejanos, a pesar de que el entorno pueda ser espectacular o llamativo, la mirada se vuelve más hacia el interior que hacia el paisaje, hacia cierto autoconocimiento al que no prestamos atención a diario.

–El título remite al último de los relatos. ¿A qué se debe?

–Es muy sonoro, muy evocador tanto por la isla como por la película de Rosellini; y me apetecía que fuera de una sola palabra. Es también el relato más extenso del libro, el más representativo.

–Todos se mueven entre las treinta o cuarenta páginas. ¿Te sientes cómodo en esa extensión?

–Sin duda. De hecho, mis relatos son cada vez más largos y mis novelas más cortas, van a acabar juntándose en un género híbrido, una especie de nouvelle de alrededor de ochenta páginas. Creo que los relatos deberían parecerse más a las novelas y viceversa, no me gustan esos relatos muy fabricados que responden a fórmulas donde absolutamente todo tiene una función, porque actúan al final como un corsé y se vuelven predecibles para el lector mínimamente instruido. Me gusta que los relatos respiren, y la forma de hacerlo es acercándose a las novelas. Pero es que tampoco me gustan esas novelas en las que por el hecho de serlo el autor escribe por escribir, sin detenerse a pensar si responde a una función dentro de la trama. La extensión entre treinta o cuarenta páginas me permite elaborar más las tramas y dotarlas de una impresión mayor de verosimilitud. Empezar a contar cuando la acción ya está iniciada y salir de manera más natural posible. Hay un cambio en los personajes o en su mundo narrativo pero quedan cabos intencionadamente sueltos que el lector tendrá que terminar de atar.

Álex Oviedo