«Ni el mismo habría podido explicarlo pues no poseía lenguaje, ni ideas, ni manera de saber que estaba vivo, ni que había un lugar donde vivía ni por qué. Era un ser salvaje, un atavismo viviente y palpitante, y su vida no se distinguía en nada de la de cualquier otra criatura del bosque.»
Antes de atreverme con el tocho que acaba de publicar Impedimenta de este autor, Música acuática, quise estrenarme con Thomas Coraghessan Boyle con algo más ligero. Por esto me decidí por El pequeño salvaje, un libro corto -o cuento largo- cuyo argumento se adentra en el mito del niño criado en lo salvaje (quien no recuerda a Mowgli en El libro de la selva o la clásica historia de Tarzán).
Unos cazadores franceses capturan a un sucio niño de unos ocho o nueve años en los bosques de Languedoc y pronto descubren que este niño ha crecido completamente aparado de la civilización, sobreviviendo como una auténtica bestia salvaje, sin lenguaje y sin ningún tipo de interacción social con otro de su especie. Estamos en la Francia de 1969, en plena Ilustración, la época en que los filósofos discuten sobre la naturaleza y la complejidad del ser humano. Así, múltiples figuras del momento se interesan por este pequeño salvaje, le ponen nombre -Victor de Averyon- y lo transforman en un verdadero fenómeno social intentándolo civilizar: le enseñan las formas para vivir en sociedad, a vestirse, a hablar. Si obtienen el éxito o no, solo lo sabréis si leéis este relato.
Aunque no he tenido el placer de ver la película de François Truffaut (L’enfant sauvage – 1969), según he leído mantiene muchas similitudes con esta novela. El estilo y el ritmo que adopta Boyle para esta narración atrapa al lector desde la primera página, seguimos los pasos del salvaje protagonista y nos convertimos en testigos de los experimentos e intentos que realizan múltiples personas para educar y desentrañar la forma de pensar y actuar de Victor.
Para mí, lo mejor de la novela ha sido la crítica mordaz a la sociedad que contiene, la impiedad que demuestra cuando se sienten legítimos de sacar a Victor de su hábitat natural, donde él era feliz, y a experimentar con él, y una vez se cansan o pierden la esperanza se olvidan de él con la misma facilidad con la que lo atraparon. Mientras uno lee este relato se pregunta qué es lo que nos hace humanos; ¿el lenguaje?, ¿la organización?, ¿la inteligencia? ¿Qué es lo que hace que Victor sea considerado un animal, y no uno igual de su especie con la única particularidad de haber crecido en un ambiente completamente diferente?
Aunque en un principio eché de menos saber cómo se siente el protagonista y sus educadores en cada momento; la desorientación, la soledad y la incomprensión de uno y la frustración y la ambición de los otros, al final comprendí que lo mejor de este libro es efectivamente lo que no se halla escrito. T.C. Boyle te da los hechos, las actitudes y reacciones de sus personajes, y a través de todo esto te da a entender sus sentimientos y sus emociones.
El pequeño salvaje es un libro que se lee en una tarde y que te deja con ganas de releerlo. Al igual que en El libro de la selva o Tarzán el lector se acaba por preguntar si realmente es mejor la jungla civilizada que la jungla salvaje, acaba por compadecerse del pobre protagonista, que entra súbitamente en el tornado de una moda intelectual sin entender exactamente qué está pasando. Quizás tanta civilización ha acabado con una parte de la esencia del ser humano.
Jan Soleràs