Esta novela del autor de ‘Manhattan Transfer’ opta por una cierta sencillez a la hora de contar el ascenso en caída del político de Oklahoma y amoral en cualquier parte Homer T. Crawford
Es tan famosa esa declaración de Ernest Hemingway en cuanto al ‘detector de mierda’ con el que debe contar todo escritor para hacer bien lo suyo como el comportamiento de mierda de Hemingway para con los suyos, con los de su gremio. En especial si sentía que le podían hacer sombra o subir más alto que su propio sol. Así, se sabe, Hemingway no dejó de insultar y menospreciar y hasta traicionar al genio de William Faulkner y Thomas Wolfe y, muy especial y dolorosamente, a benefactores como Sherwood Anderson y Ford Madox Ford y Francis Scott Fitzgerald.
Más tarde y hasta casi el último día, Papa Hem no dudó en meterse con jóvenes guerreros como Irwin Shaw y Norman Mailer y James Jones a los que —además de a sus novelas de la Segunda Guerra Mundial— les envidiaba el haber luchado “de verdad” allí en lugar de, como lo había hecho él, pasearse como casi bufonesca y protegida figura de cronista que se creía general cinco estrellas.
Antes —no podía ser de otra manera— Hemingway condenó a John Dos Passos (Chicago, 1896-1970). La excusa fue la pérdida de entusiasmo del segundo por los ideales republicanos en la Guerra Civil Española que el primero casi había reclamado como cuestión personal. Para Hemingway, Dos Passos renegaba así de la memoria de su asesinado traductor al español, José Robles. Pero a no engañarse: Dos Passos era un gran escritor, un adelantado a sus tiempos y un adelantado a Hemingway en más de un aspecto. Ahí está el revolucionario uso del ‘collage’-narrativo multi-técnica en ‘Manhattan Transfer’ así como ese monumento novelístico que es la ‘Trilogía U.S.A.’ donde —a diferencia de los intereses más particulares de sus titanes contemporáneos, refiriéndose una y otra vez a intereses y obsesiones muy personales— Dos Passos optó por reducirse a sí mismo para sólo así poder contener esa multitudes a las que rimó Whitman. Por lo tanto, su genialidad no podía sino ser negada por Hemingway quien, incluso, llegó a perseguirlo desde la tumba al publicarse póstumamente, esa obra maestra de la ‘memoir’ selectiva que es ‘París era una fiesta’ y en la que hay más de un párrafo insultando al autor de esta ‘El número uno’.
Publicada en 1943 y luego de sus grandes éxitos ‘experimentales-modernistas-flujo de consciencia’, esta novela de Dos Passos se concentra y opta por una cierta sencillez a la hora de contar el ascenso en caída del político de Oklahoma y amoral en cualquier parte Homer T. Crawford. Criatura evidentemente inspirada —al igual que unos años más tarde el Willie Stark de ‘Todos los hombres del rey’— en el senador Huey Long: ese casi padre fundador de un populismo al que hoy nada cuesta acercar la figura de Donald Trump & Co.
Así, la natural evolución de aquellas sagas sociales de Theodore Dreiser acompañada, por momentos, de una mirada entre comprensiva y piadosa que evoca un tanto a John Steinbeck como a ciertos filmes ‘políticos’ de Frank Capra. Pero, está claro, esta resignación de Dos Passos no proviene del convencimiento utópico sino de su desencanto ante ciertos gestos de la izquierda y de los movimientos obreros aquí y allá. Lo que lo llevó a hacer campaña para Barry Goldwater & Richard Nixon sin que por eso Jean-Paul Sartre dejase de considerarlo «el escritor más grande de nuestros tiempos».
Coro trágico
Resplandecen aquí, sí, esos ‘inserts’ en itálicas —casi coro griego singular/autoral y ‘Deus Ex Machina’— como si se tratasen de la tan humilde voz no populista sino popular del pueblo que todo lo sabe. Esa voz que empieza la novela predicando con un «cuando te pones a buscarlo, al final el pueblo siempre es alguien, tal vez un trabajador» y la cierra con un «el pueblo es la república, el pueblo eres tú».
Y —entre un extremo y otro— el resto es ruido y furia y, sí, tanta mierda tan difícil de detectar aunque esté en todas partes.
—Rodrigo Fresán, ABC Cultural, 10 de junio de 2023