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Premio Nacional a la Mejor Labor Editorial Cultural 2008 (Grupo Contexto)

El fuego y el diamante – Zenda – 8 de julio de 2023

La afilada inteligencia de una muchacha de apenas trece años pondrá a prueba la del lector a lo largo de las escasas 260 páginas que componen este clásico de la narrativa gótica norteamericana, preñada de referencias que balizan y no lastran el desarrollo impecable e implacable de su trama.

Ambientada en los años 70 del pasado siglo, en una pequeña ciudad estadounidense con siglos de inercia en los roles y jerarquías sociales y culturales, el argumento de La chica que vive al final del camino gira alrededor de una casa, una de esas casas, pongamos por caso de Nueva Inglaterra, con porche, escaleras de madera, jardín trasero, chimenea y amplios ventanales. Ventanales donde podríamos imaginar a una Emily Dickinson en trance de escribir un breve nuevo poema, o a Nathaniel Hawtorne, de noche, contemplando una tormenta.

«El salón de la casa contiene unas escaleras que ascienden al piso superior y esconde un sótano bajo la alfombra del entarimado, un sótano que, en la más pura tradición del género, esconde a su vez un secreto»

De parecido modo que la casa, la figura de la poeta, sus versos y el chasquido libérrimo de su visión del mundo, juegan un papel importante en el libro. Rynn Jacobs, su protagonista, es una niña de trece años que vive, aparentemente en compañía de su padre, en la apartada casa. Éste, poeta británico de prestigiosa trayectoria, y que se codea con gigantes de la época de la talla de Ted Hughes, enfermo terminal de cáncer, decide invertir el dinero de un premio literario importante en buscar nuevos aires para su hija y alquilar una casa en la pequeña ciudad yankee. Con metódica precisión de ajedrecista, Laird Koenig irá informando, movimiento tras movimiento, jugada tras jugada, del porqué de la ausencia permanente de la figura paterna en la casa. Su sombra, su fantasma, parece estar encerrada perpetuamente traduciendo poetas rusos, pero…

El salón de la casa contiene unas escaleras que ascienden al piso superior y esconde un sótano bajo la alfombra del entarimado, un sótano que, en la más pura tradición del género, esconde a su vez un secreto. En las habitaciones del piso superior la niña conocerá cierta clase de redención y entrará en la edad adulta en brazos de un pintoresco muchacho que la ayudará, por amor, en sus cosas.

El conflicto cultural entre dos formas de entender el mundo, la británica exquisita y cosmopolita representada por Rynn y su padre, y la norteamericana de ciudad pequeña y comunidad cerrada y jerarquizada, será llevada por el autor al paroxismo en la relación que mantiene la niña con la puritana y disfuncional familia integrada por Cora Hallet, su casera, y su psicopático hijo Frank. El lector que haya visto La escalera de caracol, la magnífica película de Richard Siodmak de 1946, recordará sin duda esas escenas de ramas azotadas por la lluvia, chubasqueros nocturnos, amenaza latente, la presencia del mal.

—Xavier Rodríguez, Zenda, 8 de julio de 2023