La recientemente fallecida Dubravka Ugresic opinaba que la mayoría de las mujeres en las zonas de la extinta Yugoslavia estaba satisfecha con las fantasías que los hombres tenían sobre ellas. La crítica afilada de la escritora y ensayista se rebelaba contra el reacomodo de la mujer del postsocialismo a los cánones de la sociedad patriarcal. Ella partía de su descontento por el retroceso de la posición de la mujer desde la fragmentación yugoslava. La pregunta consiguiente es saber qué tipo de fantasías crean las mujeres al margen del criterio o del gusto de los hombres. Un número elevado de escritoras, como reconocía Ugresic, publica literatura infantil y ese es su reducto creativo, lejos de los grandes foros y focos literarios, como hizo ella al comienzo de su carrera, aunque luego abriría puertas internacionales que habían permanecido cerradas para la generación anterior, entre las que destacaron, durante la primera mitad del siglo XX, la serbia Isidora Sekulic o la croata Marija Juric Zagorka.
En España se ha ido descubriendo talento femenino sudeslavo con cuentagotas, principalmente con las denominadas “brujas”, literatas marginadas por la cerrazón nacionalista de sus países, pero que encajaron sin fricciones en los moldes liberales occidentales. Fue el caso de Slavenka Drakulic, Dasa Drndic o de Ugresic, que tardaron en asentarse, durante dos décadas, procedentes de una literatura extraña y exotizada, pero que progresivamente han sido reverenciadas por el público balcanófilo y reconocidas por otros aficionados.
El mercado demanda nuevos rostros y nuevas narrativas, y han llegado de sopetón a las librerías españolas, con algunos meses de diferencia, cuatro escritoras. Es probable que la clave sea lo que dice la macedonia Rumena Buzarovska (Skopje, 42 años), escritora y traductora anglófila: “Siento que también soy parte de una generación de nuevas voces de mujeres de la yugoesfera que no tienen miedo de abordar temas que antes se consideraban tabú o inapropiados”. Buzarovska ha publicado en España Mi marido (de la editorial Impedimenta, traducido por Krasimir Tasev), un poliedro de historias donde las parejas apenas se comunican, y donde brillan por su ausencia las cursilerías y los romanticismos, donde se destilan resentimientos, celos, inseguridades masculinas y femeninas, y una visión tan cruda como cómica, ácida e irónica de la vida, códigos en los que la literatura balcánica se desenvuelve sin complejos.
Las obras traducidas se han caracterizado durante los últimos años por tratar los traumas y cicatrices de la guerra y del exilio, casi siempre a partir de experiencias masculinas. La croata Ivana Bodrozic (Vukovar, 40 años), poeta y prosista, adquirió reputación local con la obra Hotel Tito (Hotel Zagorje en el original; de Menoscuarto ediciones, traducido por Luisa Fernada Garrido y Tihomir Pištelek), donde una niña de nueve años sufre los rigores de la condición de refugiada, pero también padece el clasismo de las relaciones campo-ciudad, las inclemencias propias de una adolescente o las rencillas familiares, para combinar crítica, pudor, sátira e inocencia durante el descubrimiento vital. Bodrozic enfatiza su perfil individual como creadora: “Por citar a Nina Simone, un artista debe reflejar el espíritu de los tiempos en sus obras, en este sentido siempre somos parte de una generación”.
A Senka Maric (Mostar, 51 años), poeta, escritora y ensayista bosnia, no le gusta que la etiqueten: a ella le emociona “la literatura escrita por mujeres, sobre todo la que habla de las experiencias femeninas o desde la perspectiva de una mujer, ese lado de la realidad que aún está por contar”. Su obra Cuerpo Kintsugi (de la editorial La huerta grande) recorre el viaje agitado de una mujer, entre Sarajevo y Zagreb, en una lucha infatigable por curarse de un cáncer de mama. Una aventura urbana por sobrevivir, pero también un itinerario por las grietas físicas y emocionales, durante la infancia y la madurez, de un cuerpo y de un espíritu que rechazan descomponerse, pero lo hacen.
Resulta complicado categorizarlas dentro de un grupo homogéneo. Todas ostentan su propio espacio de independencia creativa, pero comparten las circunstancias de una cronología turbulenta, que han generado historias de vida sujetas a un contexto muy particular, de guerra y posguerra, de crisis de valores y de transición. Pero también de desmoralización y resistencia. Para Lana Bastasic (Zagreb, 36 años), escritora y traductora croata que ya había publicado en español y catalán, y que tuvo residencia durante muchos años en Barcelona, se trata de una “comunidad de escritoras muy individuales, cada una tiene su estilo, su poética, su forma de escribir, pero nos apoyamos mucho entre nosotras”. Ella siente que existe una diferencia con la generación anterior en cuanto a los temas y que incluso la diversidad literaria es mayor, imbricada con la pluralidad de la literatura europea. Es posible que la claustrofobia de la región haya generado tanta inspiración, como una inercia a conectarse con una familia literaria más amplia y oxigenada. En su libro de 12 cuentos Dientes de leche (de la editorial Sexto piso, traducido por Pau Sanchís Ferrer), la autora ilustra la variedad de formas que adquiere el patriarcado en los Balcanes y reproduce el tipo de interacciones y relaciones que los niños tienen con sus mayores, con una mirada sobria y destemplada.
Mirada azorada
Las autoras prolongan la tendencia que emprendieron sus ascendentes a abandonar el tradicional historicismo y realismo nostálgico de la literatura más representativa del siglo XX, para ofrecer una mirada azorada por los problemas del presente, donde la poética no es solo instrumental, sino que se torna una voz que expresa el estado de ánimo de la región: pesadumbre, contención, escepticismo, sátira y absurdo, junto a la épica moderna de la mujer enfrentada a la violencia de género, las convenciones sociales, la inestabilidad, la incertidumbre, las frustraciones y esclavitudes de las sociedades de consumo.
El resultado es que el hundimiento de la Atlántida yugoslava trajo consigo una prosa sin barroquismos, con una aproximación a la realidad que, leída ahora, parece un paisaje de profecías por autocumplirse, en esta época de malas perspectivas, utopías fallidas y apocalipsis. La óptica de todas estas escritoras nos sirve para ir completando el gran angular. Como reconocen las cuatro autoras, no existe un interés arrollador por la literatura regional, pero al menos el público español puede empezar a dirigir sus inquietudes hacia las literaturas de la periferia europea y no solo con el enfoque de los escritores varones, sino acceder a un reflejo más certero de la variedad literaria balcánica.
—Miguel Roán, El País, 10 de julio de 2023