Women’s Literature Prize en 1978, Yuko Tsushima defiende en esta novela el derecho a vivir como se quiera.
Al arrancar la novela, nuestra protagonista, Koko, es una mujer de 36 años, tiene un trabajo que podríamos llamar «precario» (da clases de música en una academia más bien tirando a mala, con alumnos simpáticos pero mediocres), y después de divorciarse sacó adelante a una hija llamada Kayako, que empieza a despuntar una personalidad adolescente.
Se podría decir que el disparadero de la trama sería la sensación de Koko de que ha vuelto a quedar embarazada y las reflexiones sobre cómo sería su vida si decide incrementar su familia con una hija más. Y aunque en cierto sentido esa es la trama de la novela, de lo que se trata más bien es de examinar una vida que transcurre en unas condiciones legalmente posibles, pero que no disfruta del refrendo social de ser una «buena vida». En el Japón de Koko ni las leyes ni la fiscalidad ponen las menores trabas para que una mujer divorciada eduque a su hija con un trabajo más o menos precario. Pero Yuko Tsushima (Tokio, 1947-2016) es particularmente sensible a los remanentes de desprecio social que siguen vigentes, pese a que las leyes que prohibían una vida como la de Koko se hayan superado. La ley ha muerto pero su espíritu sigue atormentando a Koko.
Aunque palabra «atormentar» señala un tono que no es el de la narración. Koko cuenta la historia de su matrimonio, de sus amantes, de su trabajo precario (pero agradable y sin presiones) y la relación con su hija como algo natural. Algo que ha pasado así y está bien. Desde luego que a veces siente (o recuerda) que esta vida no encaja con las fantasías infantiles, que obliga a dar más explicaciones y origina situaciones incómodas para su hija (más simpática cuanto más protesta). Pero también sabe que de haber conducido su vida por cauces convencionales no tendría ninguna garantía de ser más feliz.
Las principales presiones de Koko provienen del exterior, de su avergonzada y envidiosa hermana, un personaje digno de Austen y Dickens, que desde la autoridad supuesta de su vida «como Dios manda» se ofrece una y otra vez para educar bien a su sobrina, en un entorno respetable. Mientras avanzamos en las precisas (y al mismo tiempo cálidas) páginas de la novela uno tiene la sensación de que tiene que tomar partido, decidir si hay algo reprensible en la vida de Koko. Si su imaginación sería capaz de «mejorarla» sin estropear de manera irremediable su particular valía. —Gonzalo Torné, La lectura