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Premio Nacional a la Mejor Labor Editorial Cultural 2008 (Grupo Contexto)

Entrevista a Antonio Moresco – La Lectura – 15 de septiembre de 2023

«Busco un lector que quiera que lo rapten y lo eleven en el vuelo»

Experiencia radical de inmersión y resignificación literarias, leer a Antonio Moresco (Mantua, 1947) significa aceptar que los límites y la lógica desaparecen en favor de una nueva red de correspondencias y realidades. Considerado hoy uno de los más grandes escritores italianos, durante 30 años Moresco se consagró a la escritura de Los juegos de la eternidad, una vasta trilogía de casi 3.000 páginas de corte veladamente autobiográfico.

A España llega ahora Los comienzos (Impedimenta), novela totalmente desprovista de psicología de personajes y descaradamente poco comunicativa que abarca más de 20 años de historia italiana en la que las minucias de la vida cotidiana y los episodios surrealistas se cuentan en el mismo tono inexpresivo e irreflexivo. ¿Qué tiene de locura y qué de razón esta mezcla de un cuadro expresionista, el diario de un loco y El Gatopardo? «Pregunta difícil», sonríe Moresco. «Prefiero que la respondan los lectores».

PREGUNTA. Ha tenido una vida singular: fue seminarista, obrero, militante de extrema izquierda en los 70… ¿Qué perspectiva le ha dado todo esto?

RESPUESTA. Estoy muy agradecido a mi destino porque me ha permitido entrar en la panza del mundo, participar en la vida de las personas que trabajan y sufren. Esta extraña vida que me ha tocado vivir me ha permitido acumular en mi interior una montaña de experiencias, de conocimientos, de desesperación y de anhelos, sin los que jamás habría podido escribir lo que he escrito. Aunque luego, para plasmar mi vida de manera dinámica, haya tenido que devastarla.

P. ¿Cuál es la relación entre este libro y su vida?

R. Hay un fuerte vínculo entre Los comienzos y las vicisitudes de mi vida, que me han llevado a atravesar tres dimensiones distintas: la religiosa, la revolucionaria y la artística. Sin embargo, para poder narrarla, tuve que revivirla y reinventarla; tuve que inventarme otra forma de ver y de verbalizar el mundo, las personas y las cosas a la luz. Y luego dejé las tres experiencias tal cual, inconciliables, inconciliadas; no conté lo que ocurre entre una parte y la siguiente. Si echo la vista atrás me da la sensación de haber vivido tres vidas distintas y de haber atravesado, merced a una misteriosa razón y combinación, las tres categorías del espíritu que, si fuese un romántico alemán del siglo XIX llamaría: sacerdote, soldado, artista.

P. Abandonó los estudios por su compromiso político. ¿Se arrepiente? ¿Mereció la pena?

R. No me arrepiento, porque me permitió llegar a la literatura a través de mi propio camino, de «encuentros en la tercera fase» con los escritores y los poetas, a través del tiempo y del espacio. Al observarla desde lejos y desde fuera, parece que toda mi vida de hombre y de escritor ha sido un vía crucis, un delirio. Pero, al final, y parafraseando al príncipe Hamlet, quizá yo también pueda decir aquello de: «Había método en esta locura».

P. ¿Hubiera escrito este libro si a los 30 años no se hubiera encontrado sin estudios superiores y arruinado de expectativas ideológicas?

R. Creo que no. Considero que fue precisamente esa «masacre de las ilusiones», por decirlo con mi querido Leopardi, lo que creó las condiciones para que pudiera poner en tela de juicio y también atormentar el instrumento de la literatura; para abrirlo de par en par, para derribarlo.

P. El libro parodia muchos elementos de la vida eclesiástica y la lucha ideológica. ¿Cómo y cuándo se desencantó de la religión y la extrema izquierda?

R. Más que parodiarlos, diría que los atraviesa y los trasciende. Tanto en la experiencia religiosa como en la revolucionaria, después de haber pasado mucho tiempo dentro, me invadió una sensación de abstracción y de vacío, así que tuve que dejarlas atrás, seguir caminando y buscando. Y así llegué a la dimensión artística y de conocimiento, y ahí me quedé, aunque creo que la vivo de manera no pacífica, insurreccional. Y creo también que mis dos dimensiones precedentes, la religiosa y la revolucionaria, no quedaron eliminadas, no hice borrón y cuenta nueva, sino que acabaron en un crisol distinto, se multiplicaron y se convirtieron en una tercera dimensión, en algo distinto.

P. El libro está dividido en tres escenas: contemplación, acción, reflexión. ¿Es toda la obra una reflexión sobre la palabra, la herramienta del escritor?

R. Puede serlo también, pero sólo en el sentido de que, a partir de un determinado momento, sentí la necesidad de forzarla hasta el límite, para poder verbalizar también aquello que parecía indecible; para poder mostrar el mundo tal y como verdaderamente es: una aparición.

P. Ya desde los nombres que da a sus personajes, y en cómo narra el protagonista, huye completamente de la narración psicologista, de la representación realista. ¿Por qué escribe así, como ocurre en los cuentos y en la tradición oral? 

R. Al igual que los escritores y los poetas antiguos, prefiero definir a los personajes, no con nombres sacados de la guía telefónica, sino con nombres que señalan la función y el alma del personaje (el Gato, la Melocotón, el seminarista sordomudo, Somnolencia, el obrero de cara blanca…). Porque los nombres se han desvinculado paulatinamente de las personas y ya casi no dicen nada; porque no me interesan los nombres que no sean proporcionales a quien los encarna; porque los nombres hay que merecérselos.

P. Más allá de la forma, defiende el papel social del escritor, su necesidad de desbordar lo puramente estético y ocuparse del pensamiento y la realidad de su época. ¿Por qué la gran mayoría de autores renuncia a ello?

R. Considero que la literatura, por culpa de los propios escritores, entre otras cosas, y de las teorías e ideologías que se consolidaron sobre todo a finales del posmoderno siglo XX, ha acabado refugiándose en una zona que carece de influencia y de riesgo. A partir de un determinado momento, de la literatura sólo se tuvo en cuenta el aspecto de la ficción, del juego de espejos. Imperaba la idea de que todo podía ser, única y exclusivamente, un déjà-vu, que todo había acabado: la historia, la literatura, la vida, cuando en realidad todo está siempre en continuo y trágico comienzo. Existía y existe una pulsión de muerte generalizada, un nihilismo con el que todo el mundo está desencantado y contra el que yo me rebelo.

P. Esta primera parte termina con el intento del editor de no publicar la novela del escritor, por su poder disruptor. ¿Debemos intentar recuperar este papel disruptivo de la literatura?

R. La literatura no tiene por qué ser sólo un juego terminal, autocanibalismo, entretenimiento a la espera de la muerte, sino que también puede ser aventura, prefiguración, invención, profecía. Actualmente, a menudo se les dice a los escritores: volad bajo, si no los lectores no os seguirán, porque los lectores también quieren volar bajo. No sé si será verdad. A lo mejor a los lectores también les apetecería volar alto, que alguien los arrolle, los rapte y los alce en vuelo. Ese es el lector al que aspiro

P. Tuvo muchos problemas, rechazos y cambios de editoriales para publicar allá por los 90. ¿El mercado editorial no estaba preparado para una novela como esta? 

R. Mi historia editorial fue la siguiente: 15 años de rechazos por parte de todos los editores italianos; lo que escribí con 30 años se publicó cuando tenía 45. Hubo un rechazo absoluto hacia mi naturaleza y mi fisionomía como escritor, hacia mi forma de ver y de narrar la vida y el mundo. Existía (y sigue existiendo) la idea chiquitita de que el escritor tiene que limitarse a describir lo que se ve en el espejo, en su espejo, como si esa pequeña parte fuera el todo. En cambio, yo necesitaba agrietar el espejo, partir el espejo, derribar el espejo y pasar al otro lado.

P. De escritor ignorado o rechazado ha pasado a genio de la literatura italiana, ¿qué piensa del mundo literario tras pasar de una cara a otra? ¿Y de sus colegas escritores?

R. La mía es una historia peculiar, casi como la de Cenicienta, por utilizar un chiste. Mi dificultad para aprender, de niño y de adolescente, el aturdimiento, la dislexia, el constante fracaso escolar, la vida errante, el trabajo duro, los juicios, incluso la cárcel, mi primer libro escrito de noche en un apartamento de una sola habitación en los suburbios, sentado en la taza del váter, con el cuaderno en el regazo, para no mantener la luz encendida y perturbar el sueño de los que dormían en la única habitación. Y luego los rechazos editoriales, el debut a los 45 años, y de nuevo, una vez publicado, la hostilidad de gran parte del mundo cultural italiano y en cambio el entusiasmo de franjas de lectores, sobre todo jóvenes, y de algunos críticos capaces de ir contracorriente. Todas cosas difíciles, duras, pero la literatura es o puede ser también una cosa dramática, que también puede crear disturbios, malentendidos, escisiones. Lo que también hizo más difícil mi relación con el mundo cultural italiano fue la publicación de un largo diario clandestino titulado Cartas a nadie, en el que cuento sin autocensura mi historia, cómo funciona también ese mundo y sus estrechos horizontes, lo difícil y frustrada que puede ser una aventura artística y de conocimiento.

P. Una persona con su recorrido vital, intelectual y político, ¿qué piensa de la deriva de Europa, del auge de los nacionalismos y la extrema derecha?

R. Estoy horrorizado y alarmado. ¿Es posible, me digo, que el horror acaecido en el siglo XX, que culminó en el Holocausto, etc., no haya sido suficiente, y que, después de tan pocas décadas, los mismos fantasmas y demonios sigan cociéndose a fuego lento en el vientre de nuestro continente? Me parece que estamos al borde del precipicio. Es evidente la necesidad de la servidumbre voluntaria, pues, como dice el personaje del Gran Inquisidor en Los hermanos Karámazov : «el peso de la elección, de la libertad, no es más que una carga, algo de lo que el hombre se libraría fácilmente a cambio de paz y serenidad».

P. Tras Los comienzos todavía deben llegar a España dos volúmenes más de su monumental obra. ¿Qué encontrará el lector en los Cantos del caos Los increados?El segundo volumen, Cantos del caos, empieza donde acaba Los comienzos y es un libro explosivo donde es como si se rompiera la burbuja y entrara todo el material del mundo. Es el libro favorito entre mis jóvenes lectores y sobre el que he escrito decenas de disertaciones. El tercer volumen, Lo increado, es el que lleva al extremo el conocimiento y sus «juegos de eternidad». Es, creo, mi libro menos comprendido y menos comprensible, pero el que me parece el mejor y el que, como autor, más amo. —Andrés Seoane, La Lectura, El Mundo