Aunque Los comienzos (Gli esordi) se publicó en 1998 en Italia por Feltrinelli y fue reeditado en 2011 por Mondadori, en España más de dos décadas no han sido suficientes para dar a conocer la obra culmen del escritor italiano Antonio Moresco (Mantua, 1947), quien visitará Madrid y Barcelona a finales de septiembre. La editorial independiente Melusina publicó dos títulos suyos, La cebolla (2007) y El volcán (2007), y Anagrama dio a conocer Lucecita en 2016. Sin embargo, nadie se había atrevido a traducir su gran trilogía, Juegos de la eternidad (Giochi dell’eternità), hasta que ahora Impedimenta ha dado el paso y ha decidido apostar por este autor considerado por la crítica uno de los mejores de su generación. Indudablemente esta traducción de Miguel Ros González es uno de los acontecimientos literarios de esta rentrée.
Tras una infancia transcurrida en un internado religioso y la militancia en la izquierda extraparlamentaria (ambos sucesos narrados en las dos primeras partes de la novela Los comienzos, aunque el autor nunca haya afirmado que la novela sea autobiográfica), Antonio Moresco decidió embarcarse en el mundo literario (la tercera parte de Los comienzos trata de un potencial escritor), y publicó varios relatos y novelas, como es el caso de Clandestinità. Otros escritos suyos importantes son la colección de cartas no enviadas Lettere a nessuno, que documenta sus difíciles relaciones con la industria literaria. Con Le favole della Maria ganó el Premio Andersen en 2008 y su libro L’addio fue nominado al Premio Strega en 2016. Al comienzo de su trayectoria como escritor muchas editoriales le cerraban la puerta y sus novelas sólo encontraron difusión a medida que avanzaba en su carrera literaria, culminando en la gran trilogía citada anteriormente.
Los comienzos es el primer volumen de esta trilogía –la obra de toda una vida–, seguida por Canti del caos e Gli increati. En las primeras páginas el propio autor explica que tardó 15 años en escribir la novela: cuatro de escritura y 11 para la corrección del texto y para mecanografiarlo. «Me llevé las manos a la cabeza: ningún editor había aceptado aún ninguno de mis textos, ni siquiera el más corto, por lo que proponer una novela extensa se antojaba todavía más absurdo. […] Sin imaginarme que este libro, que empecé con 36 años, no se publicaría hasta mis 51», escribe al comienzo del volumen.
Una y tres vidas
En Los comienzos el protagonista (sin nombre) vive tres vidas en una misma novela. El libro se divide en tres partes. En la primera, «Escena del silencio», es un joven seminarista, que vive rodeado de silencio. Se trata de una dimensión religiosa, apenas hay diálogos y si los hay no aportan demasiado al contexto. Apenas hay suspiros involuntarios entre él y sus compañeros. Casi se percibe una rutina y cotidianidad sin energía, a cámara lenta, una respiración pasmosa, un estado de duermevela constante.
La narración es en primera persona y se compone principalmente de descripciones proustianas de lo que el protagonista observa, absorto, a su alrededor. Como si el tiempo se fundiese con el lugar, el estado y el cuerpo. Un conjunto que se mueve ligeramente, paso a paso. Una parsimonia que a veces puede ser demasiado pesada para el lector, pero que es necesaria para que el conjunto de las páginas cobre sentido. Nada sucede porque sí en el mundo moresciano. «Empiezan a desplazarse las fronteras y los límites de la percepción, se despliegan y se abren el tiempo y la luz, mientras que el mundo visible queda inmovilizado. Porque hay que inmovilizar el mundo para poder abrirlo de par en par y atravesarlo», escribe.
En un determinado momento, el protagonista es llevado a la villa de sus parientes en Ducale, y allí se narran una serie de episodios de los que emerge el rasgo fundamental de la mirada del protagonista: a sus ojos, cualquier elemento de la vida cotidiana puede ser útil para acontecimientos en los que el punto de partida realista pasa por una transformación visionaria. Una especia de realismo mágico que afecta a toda la trilogía. Uno tras otro, entran en escena personajes que convierten la villa de Ducale en una especie de circo grotesco. Lo esperpéntico se manifiesta con fuerza en las descripciones de los familiares y de esta manera Moresco crea su propio mundo de lo absurdo.
El silencio continúa al volver al seminario, sin embargo, se rompe con la respuesta que cierra esta parte y que el protagonista da al padre prior cuando le pregunta si está seguro de haber oído la llamada al sacerdocio: «Sí, padre». La división entre lo real y lo irreal ya es borrosa. El lector se pregunta si abrir la siguiente página o si volver atrás para releer algo que no cuadra. Tampoco tiene que cuadrar. Porque Moresco rompe con el mundo conocido, lo explica así en el volumen: «Tuve claro, desde las primeras líneas, que no sería como los otros libros que había escrito; que estaba empezando a romperme, porque me enfrentaba a una ola más lenta, más arrolladora, más amplia, y que sería algo mucho más arriesgado y más largo».
Ser revolucionario
En la segunda parte, «Escena de la historia», se muestra el filón histórico al ser el protagonista un revolucionario. Lo que significa que ese «sí» que le contestó al padre prior era una mentira. O al menos demuestra una pérdida de vocación, un cambio de camino, otra posibilidad espacial y temporal. ¿Por qué? El escritor no revela esta incógnita. Únicamente queda claro que el joven seminarista acaba siendo activista en una organización, presumiblemente de izquierda extraparlamentaria, que desarrolla una actividad política imprecisa, consistente en la pegada de carteles, reuniones en lugares semiclandestinos y mítines públicos, de cuyo contenido nunca se informa en la narración. Se rompe el voto del silencio y le vemos moverse frenética y picarescamente de un lado a otro en un destartalado coche, celebrando reuniones y mítines, en los que las palabras calladas tanto tiempo en el seminario ven la luz.
Al igual que en la primera parte, ésta también termina con un «sí». Esta vez afirma que está preparado para ser guerrero. Otro «sí» ignorado. Aquí el lector ya se encuentra totalmente perdido. ¿Un seminarista que se convierte en activista? ¿Es esto kafkiano? ¿Se despertará transformándose en algún animal nuestro protagonista? ¿Es esto un Alicia en el país de las maravillas y podrá uno elegir la puerta del siguiente oficio?
La vocación de escritor
Está claro que el último «sí» tampoco ha conllevado una gran veracidad porque en la última parte, «Escena de la fiesta», el protagonista es un escritor. Se trata de lo más breve del volumen; en la lucha del narrador por comprender el mundo que tiene a su alrededor. Ahora descubre que no puede descifrarlo. El diálogo toma las riendas, está en casi cada página. Pero es un diálogo caótico. Nadie se escucha entre sí. Lo contrario de la primera parte, que contenía un orden claro. La vena artística domina estas últimas páginas. A medida que nos acercamos al final, todo es más confuso y caótico. ¿Tendrá algo que ver que el segundo libro de la trilogía se llama Cantos del caos?
Si en la primera parte se manifestaba una palabra no dicha, enmudecida en el interior del protagonista y en la segunda ya tomaba forma oralmente, aquí se trata de una voz plasmada al papel, ya meditada. La transformación del discurso refleja el cómo llega a la vocación de escribir y cuenta el mal momento que pasa con su editor (que se descubre que acaba siendo El Gato, uno de los delegados del seminario, lo que concluye que éste tampoco siguió el camino de la fe) durante el procedimiento de la publicación.
Comienza una odisea telefónica. Cada vez que el protagonista llama, el editor ha tenido que salir urgentemente para coger un avión, para asistir a la fiesta de cumpleaños de un autor, etc. A veces pasan días, semanas, entre una llamada y otra y siempre interviene algo en el último momento para desviar el encuentro. La secretaria se permite hacer confidencias, insinúa que tiene un romance con el editor, que incluso le confiesa en momentos íntimos lo importante que es para él publicar la novela. Lo absurdo en su esplendor. No se puede relevar si esta tercera parte termina con otro «sí»; para ello habrá que esperar la segunda parte de la trilogía y sumergirse dentro del caos total.
Descubrir lo ordinario
La escritura de Moresco está impregnada de imágenes. Las escenas son una sucesión de descripciones, casi mostrándolo todo como una película. Al igual que la falta total de psicología y relación en los personajes. El lector no va a leer nunca explícitamente lo que piensa un personaje, lo descubrirá a través de acciones y metáforas. La trascendencia del libro reside en la incalculable cantidad de hechos y acontecimientos absolutamente ordinarios sobre los que coloca su mirada el protagonista. Es el balance absoluto entre un hecho y una idea, entre el mundo y la conciencia. Es la belleza de dejar de distinguir por un momento la fina línea entre lo real y lo irreal y de observar lo que muchas veces no se percibe en la superficie. —Preslava Boneva, The Objective