Madrid, 30 sep (EFE).- «Los comienzos» es la primera novela de la trilogía «Los juegos de la eternidad», una obra que tardó 15 años en llegar a las librerías italianas porque, según lamenta su autor, Antonio Moresco, el sector editorial la rechazó por ofrecer «una mirada distinta» de la vida.
A sus 76 años, y tras ser seminarista, revolucionario y artista -etapas vitales que marcan cada una de las partes de esta novela- Moresco (Mantova, 1947) está a punto de convertirse en actor, según cuenta a EFE en una entrevista, porque así lo ha querido el cineasta Jonny Costantino, quien adaptará «El Quijote», libro donde el escritor trae a la actualidad al caballero de Cervantes y novela qué pensaría este personaje de nuestros tiempos.
Pero éste éxito -ya a la venta en España y Latinoamérica- no fue tal hace tres décadas, porque tras 15 años de escritura (comenzó en 1984 y fueron cuatro de escritura y once de revisión y mecanografía) este inmenso trabajo no vio la luz hasta 1998, cuando tenía 51 años: «al principio nadie lo quería publicar, y después fue muy atacado por los críticos literarios porque decían que tenía una mirada distinta a la que ofrecían los escritores que publicaban en esos años».
En concreto, en «Los comienzos» (editorial Impedimenta), al igual que en las dos obras sucesivas, el italiano vuelca en sus personajes gran parte de su vida hasta el punto de reconocer que en estas páginas están también su padre, su madre o su hermana. Seres que habitan en un espacio donde el protagonista arranca siendo un joven seminarista, luego un agitador revolucionario y, en la tercera parte de las más de 600 páginas, un escritor subterráneo.
Por eso, «Los comienzos» aborda con extrema estética del lenguaje la dimensión religiosa; la segunda en la histórica y la tercera, en la artística. Universos que este personaje sin nombre describe y habita con los ojos de un autor, palabra que procede del término en latín «auctor», que es esa persona que ayuda «aumentar, agrandar» a «enriquecer».
Y es aquí donde incide en la importancia de la «belleza», esa que reina en estas páginas no exentas de «complejidad» narrativa, según reconoce.
«Un escritor no se debe limitar a decir ‘esto es un vaso y está lleno de agua’, tiene que hacer ver el mundo como una aparición, que el lector pueda imaginar lo que no se ve o ver lo que no estamos habituados a ver. El mundo es a veces feo y feroz, por eso no sé qué hubiera sido de mi vida si no hubiera encontrado a esos autores que me han permitido ver la belleza», apunta.
Se refiere a Cervantes, su casi «Dios» literario, así como a Leopardi, Herman Melville o Emily Dickinson; escritores que aparecen en «Los comienzos» y a los que accedió con 30 años, porque antes «había estado ocupado en otras cosas», y porque, no menos relevante, de niño sufría dislexia.
Una enfermedad que superó «sorprendentemente» al leer a Leopardi, con quien comparte su amor a los clásicos como Homero.
Moresco, que reivindica su pasado español, «mi apellido viene de la palabra morisco», es comparado en la actualidad con Joyce, Proust y Cărtărescu, e incluso colegas italianos como Roberto Saviano dicen de él que es «una herencia literaria». —Pilar Martín, La Vanguardia