Nunca entendí del todo la articulación de lo que se hace llamar posmodernismo, sólo tuve claro su resultado: la falta de calidad y el exceso de prejuicios de una cultura sin poesía, aunque esta, hastiada de tanta asfixia, haya aprendido a moldear -para defenderse del vacío- su imperfecta memoria, demostrando así la inagotable inteligencia emocional de los autores-esponja como Cārtārescu, el cual sin ser posmoderno y solidificando teorías abstractas aprendidas desde niño, nos sumergirá en estadíos y maneras de un hombre solo, porque eso es lo que radica en el fondo de las formas lingüísticas del escritor rumano, soledad. Soledad cartográfica, soledad vital -como la detentada por el protagonista de Roma, la novela de Ugo Cornia publicado hace unos meses en la editorial Periférica-, soledad desentrenada, soledad amatoria, soledad paternal, soledad sumergida.
Rumania presentada como una ruina constante de la que Europa también era testigo, pues el autor hace un recorrido por la historia del mundo poniendo a Bucarest y su política en su punto de mira. Cārtārescu, puede presumir en este volumen al igual que en todo lo que ha escrito, de un excelente manejo del tono y tiempo. Metatemporal, -sí, así, todo junto señora RAE- ya que el dominio del intenso cronos es una de las metas que alcanzar dentro de El ojo castaño de nuestro amor –Editorial Impedimenta.
Mircea es tan austero como gongoriano a la hora de hacer una de las cosas que mejor se le dan; describir situaciones ya que podemos decir que este autor es el perfecto situacionista en el más estricto sentido de la palabra.
A lo largo de las poco más de doscientas páginas de este libro, el escritor nos lleva de la mano por calles andadas en su niñez, corridas en su adolescencia, huídas en su juventud y recordadas en su etapa adulta -¿es la ciudad la que se entrega como regalo al joven escritor/observador o por el contrario es este el que se entrega a la urbe exenta de piedad?-. Nada más comenzar a caminar por las calles de su Bucarest en un paseo -tomado como antihistamínico contra maternal y pro devaneo-, te das cuenta del deshacer y los naufragios que arrastra Cārtārescu en su sinestesia de lengua espesa. de esta última hemos de afirmar que el rumano domina las dos características básicas : ritmo y el lenguaje y que en el trasfondo de estas subyace el poso de la fábula y la epopeya clásica.
Por otra parte, encontramos a un narrador en primera persona capaz de crear imágenes perdurables a caballo entre el romanticismo plástico de la ruina más dieciochista y el pánico humano más totalitario, estas te acompañarán a lo largo de todas y cada una de las hojas de este diario de vida que al final de todo, si has sido aplicado, te permitirá reconstruir el cuerpo decadente y sin vida de la llamada ‘Bucarest con sabor a melaza’.
Arte, música, color, filosofía, metaliteratura, olores, amor, incluso la temida mili son alguno de los temas transversales que encontramos en este volumen -traducido por Marian Ochoa de Eribe, el tema en este momento casi que no importa, lo realmente relevante es la pasión implícita en el texto, esta lo inunda todo. La emoción de vivir en la cuerda floja que imprime la continua adaptación es lo que brinda a Cārtārescu la brillantez del escritor siempre niño que proyecta una entretenida sombra sin final.
Ruby Fernández