En un rincón de Los exportados, de Sonia Devillers (Ed. Impedimenta), se cuenta que hubo un momento en los años 60 en el que un dirigente del Partido Comunista de Rumanía se enfadó al descubrir que la agricultura de la República Popular estaba mal mecanizada y aún dependía del tiro de los équidos, así que decretó que todos los caballos de Rumanía debían morir (en su decisión pesó también la relación cultural de los caballos con la aristocracia). Los restos de los animales sacrificados habrían de alimentar a los cerdos, la bestia preferida del régimen por su alto rendimiento cárnico. Hubo un problema: matar a 800.000 caballos era una tarea complicada y cara. El Gobierno impuso una solución: que mueran de hambre. Alimentar a los caballos sería considerado un delito. Y así se hizo. Más allá del sufrimiento de los animales, ¿cuál pudo ser el efecto para los rumanos de convivir durante meses con miles de animales errantes, hambrientos y desesperados?
«La masacre de los caballos nos cuenta que lo más importante de los regímenes totalitarios es el vacío moral, la deshumanización de las relaciones y no solo entre las personas, también entre las personas y los animales. La cuestión de la ética se anula», cuenta Devillers, periodista francesa, hija y nieta de judíos rumanos, de exportados por aquella Rumanía, como dice el título de su libro.
Muy en resumen, Devillers cuenta en su libro la historia de su familia materna después de sobrevivir a la Shoá –Holocausto en hebreo–. Primero, sus abuelos se afiliaron al Partido Comunista tras la liberación de su país. Como eran profesionales cualificados y militantes idealistas y sinceros, escalaron en el escalafón de la nueva Rumanía hasta que cayeron en desgracia por alguna envidia que se expresó a través del mismo lenguaje antisemita de los años del Terror.
Los abuelos de Devillers se convirtieron en intocables, pasaron hambre y fueron humillados, hasta que llegó una solución: sus familiares y amigos exiliados en Francia los reclamaron. Y el Gobierno dijo que de acuerdo, pero ¿a cambio de qué? A cambio de cerdos. Tal era la obsesión porcina de los comunistas rumanos que habían desarrollado un mercado secreto de trueque de judíos a cambio de cabezas de ganado. Un empresario judío mediaba en estos negocios con gran profesionalidad. Había hasta una tabla de precios.
«Lo más impresionante es que todo este mercado está perfectamente consignado. La administración de los totalitarismos era así, lo dejaba todo por escrito. Hay 30.000 páginas de archivos sobre este comercio pero no encontrará un solo informe, una sola carta que se pregunte por sus problemas éticos. Por problemas logísticos y eficiencia, encontrará todas las preguntas que imagine, pero sobre moral, nada», cuenta Devillers. «El régimen comunista fue una trituradora de las relaciones humanas y del sentido moral. Todo el mundo tenía miedo de todo el mundo, todo el mundo estaba marcado por la amenaza de la delación: nadie se podía permitir ser diferente».
Los exportados es también una historia del antisemitismo en Europa. ¿Qué tenía de especial el caso de Rumanía? «El antisemitismo rumano es muy antiguo. Hasta la I Guerra Mundial, la conquista de los derechos civiles y políticos de los judíos fue un calvario y un escándalo internacional. En el periodo de entreguerras, los grupos fascistas rumanos fueron extremadamente antisemitas, aunque su historia es poco conocida en Europa. La Legión del Arcángel San Miguel fue el segundo movimiento fascista más poderoso de Europa después del Partido Nacional Socialista alemán y Rumanía promulgó leyes raciales según el modelo de Nüremberg desde 1937, antes que ningún otro país. La Shoá rumana fue una monstruosidad de la que el Estado Rumano fue responsable. En otros países, la Shoá fue una política de los alemanes que los gobiernos locales permitieron. En Rumanía, no. La última especificidad del caso rumano es que el régimen comunista hizo lo posible por borrar esa historia. Como no podía esa culpa, impuso el silencio».
«Una complejidad de la Shoá rumana es que fue diferente en cada región. Los judíos de lo que se llama el Antiguo Reino, el corazón del país, evitaron lo peor. Vivieron con terror permanente a la deportación, sufrieron pogromos, arrestos, prohibiciones, despidos… pero no fueron deportados como los judíos de los territorios más lejanos de Bucarest. Todo estaba listo para su deportación, está en los documentos. Había hasta trenes y un destino: Belzec (Polonia). Pero su deportación se retrasó porque el general Antonescu los empleó como una herramienta para negociar con Hitler. Después, a partir de Stalingrado, Antonescu dejó de creer en la victoria del Eje e intuyó que los judíos podrían ser una baza a su favor. Ocurrió así: en el juicio del dirigente rumano, su defensa fue: ‘Yo salvé a los judíos de Bucarest, a la mitad de los judíos rumanos’. Lo terrible es que es una tesis que aún hoy circula en Rumanía».
Uno de los sentidos del libro de Devillers consiste en explicar que ese antisemitismo no murió en 1945, que mutó y envenenó el nuevo mundo de la hermandad socialista.
Imaginemos que somos dirigentes comunistas rumanos de la época. ¿Para qué nos serviría el antisemitismo? «Desde 1945 hasta 1947, el comunismo construyó su poder totalitario en Rumanía. Primero persiguió a los opositores, a los periodistas, a los jueces… Y, cuando ocupó los tribunales que juzgaban a los fascistas del periodo anterior, le fue útil sustituir la causa de los crímenes contra los judíos por la causa de los crímenes de clase contra el proletariado». Y así, los judíos pasaron de ser víctimas a sospechosos útiles. «Además, el Partido Comunista era minúsculo en 1945. Para crecer, tuvo que admitir a muchos fascistas que trajeron su antisemitismo. La cuestión judía desapareció oficialmente. En los años 50, el régimen prohibió el uso de la palabra judío, mientras permitía que la prensa fuese increíblemente antisemita…».
En el libro de Devillers hay una idea que aparece nombrada dos o tres veces: «Los comunistas rumanos lograron con los judíos lo que los fascistas no pudieron terminar: su desaparición». En 1989, cuando Ceaucescu fue ejecutado, quedaban 3.000 judíos. Los demás desaparecieron en los 50 años previos. El Partido Comunista no hizo la Shoá, pero su política se dirigía al mismo fin: gobernar una Rumanía homogénea».
¿Sirvió, al menos, este tráfico de judíos por cerdos para que Rumanía desarrollase una ganadería de vanguardia? «Sirvió, sobre todo, a la familia Ceaucescu para prosperar», dice Devillers.
—Luis Alemany, El Mundo, 6 de noviembre de 2023