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Premio Nacional a la Mejor Labor Editorial Cultural 2008 (Grupo Contexto)

Hace unos meses Impedimenta publicó una nueva versión de la novela de Laird Koenig, The little girl who lives down the lane.

Esta novela ya se había publicado en España hace muchos años. En concreto, Círculo de Lectores la publicó en 1976, dos años después de la primera edición norteamericana.

No tengo la edición de Impedimenta, pero, por otros libros que he leído de ellos, la supongo excelente.

Por lo pronto, han respetado el título original, descartando el de aquellas primeras ediciones españolas que adoptaron el mal título de La niña de las tinieblas.

Eso me hace pensar que la nueva traducción, que es de Jon Bilbao, pueda ser más fiel que la de los traductores anteriores.

Lo que tengo por seguro es que en esta nueva edición ya no se habla de “la víspera de Todos los Santos” -como en aquellas primeras ediciones- sino de Halloween.

En realidad, eso no muestra desacierto en la primera traducción sino el avance de la globalización -o de la colonización cultural-, pues en los años setenta lo de la fiesta de Halloween nos era   algo, si no desconocido, totalmente ajeno, a diferencia de lo que ahora ocurre.

Volviendo a esta nueva edición,  Impedimenta la presenta de la siguiente manera:

«Una obra maestra del gótico americano. Una novela de culto, tensa y aterradora, que inspiró la película protagonizada por Martin Sheen y por una jovencísima Jodie Foster»

Estoy de acuerdo en que se ha convertido en una novela de culto.

Y también en que en ella hay mucha tensión psicológica.

Sin embargo, lo del terror me parece exagerado; en todo caso hablaría de unas gotas, aderezado  con algo de misterio, pero todo ello supeditado a la situación de acoso que vive una adolescente.

Pero olvidan comentar lo que a mí me parece esencial: que en esta novela también hay mucho amor, ternura, soledad y, sobre todo, capacidad de supervivencia.

Supervivencia entendida más bien como la lucha de una adolescente por vivir a «su» manera y no a la que los adultos pretenden imponerle ya sea con las mejores o las peores intenciones.

Aún siendo muy diferentes, algunos de los aspectos de esta novela me hacen recordar a otra, La chica salvaje, que hace tiempo también reseñé.

No puedo saber si Delia Owens conocía la novela de Koenig cuando escribió la suya, pero ambas coinciden en ser obras iniciáticas; una especie de canto, aún en su ambigüedad moral, a la  supervivencia de dos criaturas muy inteligentes, sensibles y solitarias.

La chica que vive al final del camino se inicia con Rynn Jacobs celebrando, sola, su decimotercer cumpleaños.

Ataviada con un caftán blanco bordado que su padre le compró en Marruecos, formula ante un espejo sus deseos de cumpleaños.

De fondo, suena el concierto para piano número uno de Liszt.

Rynn es muy inteligente y autosuficiente: ella ha hecho su bizcocho de cumpleaños y ella ha abrillantado con cera, hasta hacerlos brillar, los muebles de su casa al final del camino.

La solitaria casa, en una isla de la costa este de Estados Unidos, que el padre de Rynn -un poeta inglés de fama modesta- alquiló hace unos meses para vivir en ella con su hija.

Pero muy pronto los vecinos dejaron de ver al padre de Rynn. Solo ven, ocasionalmente, a la niña haciendo sus compras o cobrando cheques de viaje firmados por el padre.

Algunos vecinos ya han empezado a hacerse preguntas sobre la niña y su padre…

Cuando Rynn se dispone a soplar las velas, se oyen unos golpes en la puerta.

Es la noche de Halloween y esos golpes en la puerta inician una serie de visitas y acontecimientos que destruirán la hogareña paz de Rynn.

Cuando al mencionar esta novela se habla de gótico moderno norteamericano, siempre pienso en una especie de cuento en el que la mansión siniestra ha sido sustituida por una linda casita con un pequeño sótano.

Un cuento en el que el rey se ha convertido en un poeta sabio -pero de esos sabios que dominan los binomios y se atascan con los recados-, con una hija que, en lugar de ser una princesa, es una adolescente que ama la música clásica, a Emily Dickinson y, sobre todo, que sabe leer…

Y en los libros hay todo el conocimiento… toda la información…

Un cuento en el que hay una rapaz madre-madrastra; una bruja malvada, clasista y xenófoba,  en forma de agente de fincas; un ogro repugnante -sí, del tipo más repugnante-; un gigante bondadoso al que han robado su fuerza; y un príncipe encantador reconvertido en mago con bastón.

Pero lo bueno, lo mejor de esta novela, lo que me encandiló hace tantos años -cuando la leí a una edad similar a la de la protagonista- es que Rynn es una princesa que no necesita al príncipe para salvarse.

Lo hace por sí sola, aunque su historia con Mario sea muy hermosa y tenga esa ternura e inocencia que solo tiene el primer amor.

Rynn, es muy inteligente y -como dijo Santayana- es capaz de ver con rapidez la realidad y de actuar cuando esa realidad se torna amenazante.

La mezcla de inocencia, determinación, ternura, perversión, luz y oscuridad, hace  de La chica que vive al final del camino  una gran novela.

En su momento, se convirtió en la más vendida del año en los Estados Unidos y dio gran fama a su autor, que ya había merecido el prestigioso Gran premio francés de la literatura policíaca, de 1972, por The Children; una novela que, escrita en colaboración con otro autor y publicada en España como Los niños vigilan, es, para mi gusto, muy inferior a La chica que vive al final del camino.

El gran éxito en Estados Unidos de La chica que vive al final del camino propició que pronto se adaptara al cine en una película que en España se tituló La muchacha del sendero.

Es una buena película que se beneficia, sobre todo, de la interpretación de Jodie Foster, como Rynn, y de la de Martin Sheen, como Frank Hallet.

Sin embargo, como para cuando yo la vi ya hacía años que había leído y releído la novela -y por tanto, había creado en mi imaginación mi propia película-, me parece que la adaptación al cine resulta inferior al libro.

Por lo pronto, Martin Sheen, que hace una gran actuación, no tiene la imagen repulsiva que yo me había creado para Hallet y que obedecía a la descripción del libro:

«El rostro hinchado y rojo brillaba a consecuencia del viente frío. Ese viento cortante podía ser la causa de que los ojos azules estuviesen tan acuosos, pero esos ojos tenían una mirada que ella había visto en los de un amigo de su padre, otro poeta de quien su padre decía que bebía demasiado. Al darse cuenta de que la chica lo miraba, el hombre dejó la calabaza sobre una mesa y con la mano izquierda… se alisó el pelo mientras con la otra sacaba un lápiz de manteca de cacao de bolsillo del impermeable y se pasaba el brillante ungüento por los labios grandes y rojos. Era como el rastro baboso que deja un caracol, pensó la chica.

El lápiz volvió al impermeable, al bolsillo grasoso y sucio. La misma suciedad bordeaba los puños y la parte baja de la prenda… La mano rosada continuó alisando los mechones de pelo castaño sobre la calva, brillante bajo la insuficiente cobertura de pelo. Todo en aquel hombre parecía sucio, brillante o rojo.»

Martin Sheen, por suerte para él, no se parecía en nada a este personaje.

La película fue acogida con críticas desiguales. Algunos destacaron que era una reivindicación de los derechos de los niños; otros la consideraron una película feminista; otros de terror; algunos se horrorizaron ante la sexualización que se hacía de una niña; otros ante la ambigüedad moral de la historia…

Jodie Foster, tan inteligente como la misma Rynn -y con su misma edad-, se negó a rodar la breve escena en la que debía aparecer desnuda. La madre de la actriz propuso que fuera su otra hija -Connie, de veintiún años- quien rodara esa escena y así se hizo, aunque Connie no figura en los créditos.

En cuanto a lo de la sexualización del personaje interpretado por Jodie Foster, lo cierto es que en la película esa escena de desnudo sube el tono erótico de la película respecto a la novela, dónde lo que prima es la suma ternura que hay en la relación entre dos adolescentes solitarios que encuentran el uno en el otro el amor y apoyo que necesitan desesperadamente.

Una gran ventaja para la película fue que el guionista fuera el autor de la novela, Laird Koenig, que ya tenía experiencia en esas labores, y eso se nota y favorece la coherencia del guion,

El presupuesto de la coproducción de Canadá y Francia fue reducido, pero entonces Jodie Foster y  Martin Sheen no eran todavía las estrellas que posteriormente serían: Foster porque inmediatamente a esta película rodó Taxi Driver  y Sheen porque tres años después hizo Apocalipsis Now.

Al parecer, a Sheen le gustó mucho el guion cuando lo leyó, pero, inicialmente, quiso interpretar a Mario en lugar de a Hallet.

El director, Nicolas Gessner, logró convencerlo de que era demasiado mayor para ese personaje.

Afortunadamente, porque si la película se encontró a su estreno con críticas adversas de quienes consideraban excesiva la sexualización del personaje de una niña de trece años, la situación hubiera sido mucho peor haciendo de Mario un adulto en lugar de un adolescente -Sheen tenía treinta y seis años, el personaje de Mario dieciséis, y Scott Jacoby, el actor que finalmente interpretó a Mario, veinte-.

Curiosamente, aunque la película tiene una carga sexual mayor que la de la novela, lo que los responsables de la película no quisieron presentar fue una muerta que aparecía en la novela y que en la película se convirtió en un accidente.

El pobre Gordon -el ratoncito mascota de Rynn- pasó, afortunadamente, a estar “interpretado” en una escena terrible por otro ratón muerto y congelado proporcionado por un laboratorio.

Por alguna razón que se me escapa, la música de Liszt fue sustituida por el concierto para piano número de Chopin en mi menor, interpretado por el pianista Claudio Arrau y la Orquesta Filarmónica de Londres.

Aunque, con los años, se fue convirtiendo en una película de culto, beneficiada especialmente por la actuación de Jodie Foster, actualmente no se la encuentra en las cadenas generalistas ni en las plataformas más usuales -creo que la tiene Apple TV+-, lo que supongo que no es raro en la época de “la cancelación”.

A mi me sigue pareciendo una buena película, aunque creo que la novela es mucho mejor.

—Totalnoir