¿Quién hubiera esperado que Lem se convirtiera en Andersen durante unos minutos? ¿Quién hubiera creído que su pasión por la robótica lo llevara a una especie de transmutación humanística, casi propia de Orwell? Tras la aparente simplicidad de los textos, Lem utiliza elementos aleatorios , tierras raras de la Tabla Periódica, productos de ingeniería con aditivos steampunk y dota a sus protagonistas robóticos de nombres con aroma pulp. Novelas baratas, viñetas de complemento, engranajes que se sostienen por la voluntad del narrador, sin más justificación que el alma desnutrida del que revolucionó la ciencia ficción llevándola hasta la exigencia del conocimiento tecnológico. En «Fábulas de robot» no hay soledad absoluta, vacío espacial, vuelos largos al límite de la velocidad de luz, no hay silencio… hay una mezcla de espada y láser, cercana a los Transformers, a los Máster del Universo… se adelanta a su época, atraviesa el Telón de Acero y llega hasta el centro del espíritu infantil y ochentero de Occidente.
La aparente inocencia perpetra en la mente del lector una circunvalación emocional, sobre todo para el seguidor de Lem frío y calculador, el que trataba al piloto Pirx con exigencia propia de un examen de acceso a una facultad de ingeniería soviética. En «Fábulas de robots» Lem se deja llevar por la lírica de las estrellas, rechaza lo orgánico en un arrebato de arquitectura racionalista para el diseño de sus criaturas, busca la pureza de lo mecánico, descendiendo en el grupo del carbono, se deja llevar por el silicio y la belleza incontrolable de los metales preciosos. Cielos fractales, futurismo, canciones de amor del Aviador DRO o de Schneider&Hütter, corazones animados por baterías que contienen relojes de plastilina y mercurio. No hay nada digital en los personajes de «Fábulas de robots«, todos sus corazones son válvulas y tornillos que buscan en la sencillez la impura complejidad del alma humana.
El aislamiento de la molécula eléctrica. La enormidad que demuestra la matemática, la soledad de la estadística, la miríada de descripciones sobre la necesidad de un orden euclídeo, imperfecciones que pulen y programan. La resaca de la muerte blanca, el aislamiento total es imposible. Lem no se esfuerza en desarrollar los personajes, sin intercambiables las descripciones, fenotipos de cuento, reyes y magos, sabios y princesas, aventureros y pobres… abruptos hongos de metal que refulgen frente a la muerte incompleta que va asociada a lo inorgánico. La muerte es parte del estadio de las masas y, cuando entran en juego las distancias, ya lo he comentado o pronto lo comentaré, lo cósmico se diluye, no existe individualidad válida.
«Lem me acompaña junto a la tumba de un amigo. Si hubiera tumba y si hubiera amigo. Ambos elucubraríamos sobre estas fábulas. En el bosque de la vida, con Vicente. Mi otro amigo, Alberto, compondría instrumentales sintéticos. Algún día me colgará el teléfono y no volverá a llamar. Pero en esta noche de lectura y reseña, cuando sigo avanzando en los textos, lo imagino buscando el sonido perfecto en alguna de sus máquinas analógicas, de válvulas perecederas. Algo que haga bailar al robot más humano».
Cibernética para acompasar un reino, desde la locura hasta la fábula y el cuento. Calculadoras que expulsan historias preparadas para hacer dormir a un niño que es más robot que niño. Un Rey, dos reyes, tres reyes, todos aburridos. Belicismo en el aire, la tesitura de un raspado que se pierde, sofisticación metálica. Si queremos un efecto debemos provocar un cambio o diseñar con habilidad un algoritmo que resista la lógica de la causa. De la causa al poder: la metafísica del ser, la paradoja de los números reales (PARA ACABAR EL LIBRO PRIMERO TIENES QUE LEER LA MITAD, ANTES DE LA MITAD LA MITAD DE LA MITAD, ANTES LA MITAD DE LA MITAD DE LA MITAD…NUNCA TERMINARÁS EL LIBRO. NUNCA ABRIRÁS EL LIBRO).
Reinos submarinos, reinos sin paz, con vistas al infinito. Caminantes que son historias inexploradas, un hijo que se realiza ante magos, magia que es ciencia, matrices de creación sacadas de antiguas artesanías, el fresador que desconoce el cálculo numérico por computadora, un proyecto de príncipe, una copia de una copia, el barro de la vida, las poleas tras el Telón de Acero. Enanos con Uru. Amigos granulados. Robinson Crusoe, voces de compañía, entre estar en casi ninguna parte y ninguna hay muy poca diferencia.
«La muerte no es algo que merezca una atención especial, estando al alcance de cualquiera. Permitid el avance de la Noexistencia».
En «Fábulas de robots» hay razas que huyen de la geometría, que hacen del vacío una respuesta, que equiparan tornillos con átomos, sueños de vida con chispas por exceso de voltaje. Cuentos donde se reconocen por la ausencia de lo que era, que el vacío propio se enfrenta al vacío exterior. Atrapados en la realidad de una materia cuantitativamente vacía. La creación es como una pluma rebosante que lanza tinta sobre un folio vacío. Todo es una burla, un Rey se amplifica hasta ser su reino, la paranoia mecánica es el estado, soñar con súbditos entregados. Autoespiarse, ser un insecto insurrecto en tu propio cuerpo, hurgar entre los cables. Fábulas de gigantismo y soledad. Bello extrañamiento robótico.
—O. Gómez Milian