La antillana Maryse Condé vuelve a su país de origen en esta novela ambientada en Ciudad del Cabo, en la Sudáfrica posterior al Apartheid. Su protagonista, Rosélie, es una pintora criolla que ha perdido a su marido, un profesor de literatura asesinado de forma misteriosa. En esta mujer se dan cita todas las contradicciones y complejidades del criollismo: es rechazada por los blancos y los negros debido al color de su piel, pero también su especial personalidad la lleva a vivir en un laberinto de sentimientos que solo encuentran salida a través de la pintura. La autora utiliza la vida de este personaje para reflejar las complejidades de una sociedad que es aún más dura con las mujeres y mezcla el pasado y el presente de la protagonista, sacando a la luz la vida de numerosos personajes, vidas marcadas por la violencia, la injusticia y la lucha por la emancipación.
Es inevitable, mientras leemos este nuevo libro de Condé, recordar el anterior, «Yo, Tituba, la bruja negra de Salem» (Impedimenta, 2022); Rosélie está lejos de la espléndida Tituba, pero en estas páginas el lector puede volver a disfrutar de las riquísimas metáforas surgidas de la cultura antillana y que son un excelente contrapunto a su estilo sobrio y elegante, del mismo modo que se sorprenderá por la forma en que juega con los imprevistos, con el azar y el destino, siempre presentes en su obra.
Lucha encarnizada
Maryse Condé (1937) ha conocido a lo largo de su vida el sufrimiento familiar, la segregación racial y las encarnizadas luchas africanas por la independencia. Afirmó en una ocasión que tardó en escribir, empezó a los cuarenta años, porque estaba demasiado ocupada viviendo, sufriendo, y no le quedaba tiempo para nada más. En el último tramo de su vida nos ofrece una novela que habla de la resistencia y la rabia de mujeres a las que la vida no se lo pone fácil, y lo vuelve a hacer tratando los temas del desarraigo y la lucha con la sabiduría propia de quien ha vivido mucho y sabe como contarlo.
—Sagrario Fernández-Prieto