Apuntaba recientemente el escritor y crítico Jorge Carrión que, si en los últimos años ha correspondido reconocer a la ciencia-ficción como nuevo realismo, el género merecedor ahora de tal consideración no es otro que el del terror. Y no le falta razón, dada la mutación que esta tradición ha registrado en manos de autoras como Mariana Enríquez y Agustina Bazterrica. Ante este panorama, y en previsión de toda la literatura de terror que nos espera, no está de más volver a definir esta tradición, amplia y ramificada como pocas, enraizada en los mismos orígenes del mito y especialmente hábil a la hora de dialogar con las servidumbres, esperanzas, temores y virtudes de cada época. En este sentido, un instrumento recomendable para el diagnóstico es Solsticio siniestro, la antología de relatos de terror gótico y cariz navideño que la editorial Impedimenta acaba de publicar como estandarte del último asalto del año a las librerías. El volumen se inscribe en la mejor vertiente de esta otra tradición, la de las antologías de cuentos de miedo, invento glorioso donde los haya que tantos buenos ejemplares ha legado a las estanterías y que permite recordar, de paso, la naturaleza lúdica del terror, el gozo primario, elemental y espontáneo que devuelve al lector la emoción de sus primeras lecturas, cuando aún la impresión era posible en la soledad frente a la palabra escrita. Con la traducción de Ce Santiago, Olalla García, Enrique Maldonado Roldán e Isabel Márquez Méndez, el libro reúne doce relatos de otros tantos autores representativos de la estética gótica anglosajona que tan buenos resultados dio entre los siglos XIX y XX, aunque donde más y mejor funciona la propuesta es en los versos sueltos, en los autores y textos menos conocidos y, precisamente por ello, más dispuestos al hallazgo revelador. Solsticio siniestro apunta a las largas y frías noches de invierno como contexto ideal en el que dejarse conquistar por el escalofrío, pero ahora que ni siquiera los inviernos siguen siendo inviernos conviene destacar que el placer prometido en estos cuentos supera con mucho al calentamiento global, la verdadera historia de terror de nuestro tiempo.
LA GRAN DAPHNE DU MAURIER, LA FAVORITA DEL ALFRED HTICHCOCK, ABRE EL VOLUMEN CON EL ESTREMECEDOR ‘EL MANZANO’
Entre los autores que resultarán más familiares al lector destacan la gran Daphne du Maurier, la favorita de Alfred Hitchcock, quien abre el volumen con un relato no muy conocido, El manzano, perfecto sin embargo en su caudal narrativo a la hora de crecerse en los detalles, así como en la portentosa construcción del personaje protagonista. El manzano conduce de cabeza al mito como esencia fundacional del género de terror, y aquí encontramos una línea común entre los doce relatos propuestos, así como, precisamente, en la querencia de estos autores por la orfebrería más pegada al pormenor, sigiloso y esquivo: a la hora de compartir las reglas del juego, al lector le queda claro que el gozo es aquí en gran medida una cuestión de atención, de destreza en el arte de no dejar pasar el mínimo matiz. Otro clásico del terror gótico británico, Hugh Walpole, al que admiraron Joseph Conrad y Virginia Woolf, cierra el Solsticio siniestro con El señor Huffan, un delicioso cuento navideño de fantasmas con homenaje explícito a Charles Dickens. Muriel Spark, de quien Impedimenta ha publicado las novelas Las señoritas de escasos medios y Los solteros, firma aquí uno de los relatos más interesantes a pesar de su brevedad, El barrendero, impresionante aproximación a la inestabilidad psicológica del arquetipo trágico resuelta en un tono poético y experimental. No menos atención merece Robert Aickman, referente clave de la literatura de fantasmas del pasado siglo: su cuento La aparición de la estrella entraña toda una lección de la gestión del tiempo narrativo en la personificación, justamente, del fantasma como impagable recurso literario.
Es de justicia, sin embargo, celebrar la oportunidad de Solsticio siniestro en el descubrimiento de una autora casi secreta como Lettice Galbraith y La habitación azul, relato publicado originalmente en 1897 que brinda una tremenda vuelta de tuerca al subgénero fantasmal de las casas encantadas y por el que Shirley Jackson, sospechamos, habría entregado un brazo. Conforme se inscriben los relatos en las postrimerías del siglo XIX, más notoriedad adquiere la relevancia del hallazgo: así, En los hielos boreales, que Elia Wilkinson Peattie publicó en 1898, se acerca a ciertas constantes de Edgar Allan Poe en la creación de un fantasma marcado a fuego por la melancolía y la culpa. W. J. Wintle, E. Temple Thurston, James Turner, Margery Lawrence, H. Russell Wakefield y Frederick Manley firman los relatos restantes de Solsticio siniestro, conmovedores y audaces, plenos de tensión y del suficiente hielo como para congelar el corazón del más pintado. En pleno apogeo del descreimiento, ahora que la impostura intelectual ha contaminado hasta la última página de la post-postmodernidad, la posibilidad de revivir el escalofrío que provocan los mejores cuentos de terror se convierte en un lujo al alcance de todos. No es nada más, y nada menos, que un juego.
—Pablo Bujalance