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Premio Nacional a la Mejor Labor Editorial Cultural 2008 (Grupo Contexto)

«El accidente en la A35» — Totalnoir — 18 de enero de 2024

En esta novela todo empieza con un accidente mortal en una autopista, en el que fallece un importante abogado de una pequeña ciudad de provincias del noreste de Francia. Pese a que todo indica el carácter fortuito del accidente, ciertos detalles inquietan al policía encargado del atestado.

Al indagar las circunstancias que rodean el accidente se encuentra que el fallecido no tenía por qué estar en ese lugar y a esa hora. Y las cosas se complican cuando en esta pesquisa se cruza el misterio alrededor del asesinato de una prostituta en la cercana ciudad de Estrasburgo en el mismo tramo horario.

La investigación es llevada a cabo por el inspector jefe Georges Gorski de la policía de Saint-Louis. Es un buen policía, con fina intuición, pero con poca presencia. Además veremos cómo es un hombre lleno de complejos, poco valorado por su familia ni por sus subordinados. El autor nos lo presenta de la siguiente guisa…

“El hombre del pasillo no tenía pinta de policía. Era de mediana estatura, con el pelo canoso muy rapado, casi al estilo militar. Tenía un rostro agradable, con unos ojos de mirada levemente inquisitiva y pobladas cejas negras. Vestía un traje marrón oscuro, de un tejido que emitía un brillo discreto. Llevaba aflojado el nudo de la corbata y desabrochado el botón superior de la camisa. Carecía de la presencia imponente que Raymond hubiese esperado de un detective.”

Les recomendamos no pierdan de vista la relación de este gran personaje con los bares y tabernas más populares. Por ello afirma en un momento sobre uno de estos establecimientos…

“Gorski estaba en su salsa. Era la clase de establecimiento al que no le costaría acostumbrarse.”

Uno de los argumentos fundamentales de la novela tratará de desentrañar la compleja vida familiar del muerto, el abogado Bertrand Barthelme. De él se subrayan su soberbia y dureza en el trato con su familia.

De su hijo Raymond, conoceremos sus cuitas adolescentes, y la búsqueda desesperada de una verdad que le enfrentará a duras revelaciones. Pero el personaje más interesante de este grupo lo constituye la esposa del muerto, Lucette, de la que el autor nos propone un fino retrato, digno de la gran novela francesa…

“Ella era la ingenuidad personificada. Por eso era tan fácil engañarla. Algo había en sus andares que la hacía desentonar con aquel entorno tan ostentoso. Se movía por la habitación como de puntillas, con cautela incluso, como si temiera ser detectada. Incluso después de veinte años de matrimonio, su presencia se asemejaba más a la de una inquilina que a la de la señora de la casa. Era el tipo de mujer con la que Gorski debería haberse casado.”

En esta línea, la novela está trufada de reflexiones sobre la vida y los sentimientos personales, con una visión profunda y lúcida de los complejos devenires emocionales del ser humano. Por ejemplo, se trata de forma exhaustiva el alivio que se siente a veces cuando desaparece alguien de tu entorno, al que se supone debes querer, pero que te tiene harto o aburrido.

O, por ejemplo, esta vitriólica reflexión sobre aquellos que echan mano de la naturaleza humana para justificar actos violentos o incorrectos ….

“A Gorski no le gustaba lo de achacar las cosas a la naturaleza humana. Era una costumbre absurda a la que recurría la gente con tal de evitar hacerse responsables de sus propios actos.”

Como novela de intriga criminal que se precie, El accidente en la A35 nos ofrece el relato de una investigación criminal—o más de una—apasionantes, en las que brilla su protagonista, el inspector jefe Gorski, que pese a su talante apocado y acomplejado, es capaz de desvelar los misterios que rodean varias muertes, pese a los intereses, presiones  y estereotipias que rodean estos casos.

De paso nos hace un irónico retrato de los diversos actores y circunstancias sociales que rodean la actividad policial.

Así sobre la labor policial en una pequeña ciudad de provincias afirma…

“En general, su trabajo como policía era de lo más prosaico. La gente se equivoca al pensar que los detectives se pasan el día desentrañando oscuros misterios. No es así. En la vasta mayoría de los casos, al culpable del delito o se lo conoce desde el principio o, en casos de hurtos y robos, es improbable atraparlo. Ante todo, la policía hace el paripé de investigar los delitos no con la esperanza de dar con el delincuente, sino con el simple objetivo de demostrar a los ciudadanos, cuyos impuestos pagan sus salarios, que están protegidos de esos malhechores que la prensa insiste en hacerles creer que andan siempre al acecho para convertirlos en víctimas de robos, violaciones o asesinatos. En las raras ocasiones en las que una investigación culmina con una detención, es más probable que sea a resultas de un sinfín de tediosas jornadas pateando las calles que como consecuencia de un instante de clarividente intuición. Así sucede al menos en un pueblo como Saint-Louis, que —salvo por un puñado de ladrones habituales— no ha sido bendecido con una clase criminal en condiciones ni con una acusada propensión a la violencia.”

También se subraya la necesidad de un cierto rigor en el señalamiento de culpables y sus motivos, pese a que en algún momento el protagonista exhiba un cierto cuestionamiento de los informes de los especialistas…

“Al Estado no le valían las impresiones vagas o las probabilidades. El Estado —al igual que Gorski— exigía certezas. Y si no se podía alcanzar una certeza, entonces cualquier conclusión sobre la causa probable tenía que basarse, al menos, en un número de pruebas verificables. Por muy evidente que pareciera la causa de la muerte de un ciudadano, no cabía obviar los protocolos de investigación.”

Pues este policía tranquilo y apocado denuesta de ciertas prácticas abusivas de la policía, encarnadas en la figura de un colega de la policía de Estrasburgo, el inspector Lambert, que muestra ciertas prácticas abusivas de los policías en diversos establecimientos, que nos recuerdan las novelas del gran Joseph Wambaugh, o en un nivel más inquietante, cómo se maneja y manipula a los testigos por parte de la policía.

También tiene referencias a clásicos del procedimiento detectivesco, como el valor de acudir a los funerales de las víctimas…

“Si en algo estaba Gorski de acuerdo con su predecesor, era en la utilidad de los funerales. «Nunca dejes de asistir a un funeral», decía Ribéry. «Las bodas son una pérdida de tiempo. Se aprende más pasando cinco minutos en un funeral que en un día entero de boda.» Y Gorski había descubierto que tenía toda la razón. No estaba seguro de si se debía a la proximidad de la muerte, pero el caso era que en los funerales la gente no tardaba nada en soltarse. Siempre había algún bromista que asumía la tarea de aligerar el ambiente, ya fuera con un chiste o haciendo algún comentario irreverente sobre el difunto. Entonces, los presentes exhalaban un suspiro colectivo de alivio y empezaban a empinar el codo. Además, en los funerales la gente nunca miraba con recelo a un policía. Su presencia en una boda siempre aguaba la fiesta.”

Pero el protagonista no es ingenuo ante la labor policial y judicial con el delito y la detención de los culpables. En esta línea mantiene esta contundente afirmación…

“Crees que el trabajo policial consiste en exprimirse el cerebro. Y no. De lo que se trata es de contar una historia. Un juez no se diferencia en nada de un niño. Lo que quiere es que le cuenten una buena historia; hazlo y ya se encargará él de que encajen las pruebas. Lo he visto centenares de veces.”

Pero esta novela no sólo es una apasionante narración de intriga criminal, y un fantástico muestrario de tipos y personajes.

Además, bucea en el ambiente social de una pequeña localidad, como es el pueblo donde ocurren los hechos, Saint-Louis, del que hace un lúcido y duro retrato de las condiciones de vida. Así, por ejemplo, lo compara con una ciudad algo mayor…

“Lo que no se le había ocurrido era que, en comparación con un pueblo de veinte mil habitantes, una ciudad de cien mil tiene cabida para unos cuantos individuos que no se ajustan a los modos de vida convencionales. Que los bares y los restaurantes pueden ofrecer cosas más exóticas que los platos típicos de la cocina regional. Que, si bien una ciudad del tamaño de Mulhouse no tiene muchas probabilidades de ser un hervidero de anarquistas, sí que es lo bastante grande para que las personas con ideas poco ortodoxas conozcan a espíritus afines y encuentren un lugar apropiado donde intercambiar pareceres.”

Pues la presión social en un pequeño pueblo puede llegar a ser asfixiante, sobre todo por su mezquindad…

“Si a uno le preguntan cómo le va la vida, es costumbre responder: «Podría ir peor» o «Ahí vamos, tirando». Mostrarse más optimista, por levemente que sea, se toma por una intolerable exhibición de fanfarronería. Los logros personales deben desdeñarse como meros golpes de suerte, y solo después de sufrir la implacable insistencia de los demás puede uno dar su brazo a torcer y mentarlos. Que tu hija sea demasiado guapa o tu hijo demasiado listo es una auténtica desgracia. En Saint-Louis, al igual que en cualquier otro núcleo urbano de provincias olvidado de la mano de Dios, los habitantes se sienten más cómodos con el fracaso. El éxito solo sirve para restregarle al ciudadano sus carencias y, por lo tanto, hay que guardarse de él como del diablo.”

Esta novela de Graeme Macrae Burnet nos vuelve a ofrecer una obra que combina la canónica investigación criminal, con un retrato de personajes y situaciones sociales magnífico, como ya vimos en Caso clínico, o en Un plan sangriento.

Y sobre esta novela y su concepción de la literatura nos habló en Presentación de Un plan sangriento y entrevista con su autor, Graeme Macrae Burnet.

Además, entronca con la gran novela francófona del XIX y XX, citando a grandes literatos como Balzac, Flaubert, Zola o Sartre.

Y en cuanto a la literatura noir, el gran Simenon parece recorrer buena parte de esta historia y estas gentes. Enlazando con lo que ya nos contó en esa entrevista, les dejamos con la contundente declaración que hace el autor sobre su concepción de la novela…

“La cuestión no es si El accidente en la A35 es «verdad», sino si es buena. Una novela puede considerarse «verídica» no en la medida en que los personajes, lugares y hechos descritos existen fuera de sus páginas, sino, más bien, en la medida en que a los lectores nos resultan auténticos. Cuando abrimos una novela firmamos un pacto con ella. Lo que deseamos es sumergirnos en su mundo. Queremos involucrarnos con los personajes, percibir que sus actos son psicológicamente plausibles. Volcamos un poco de nosotros mismos en la narración y, aun sin olvidar del todo que se trata de ficción, experimentamos las decepciones, humillaciones y éxitos más insignificantes de los personajes como si fueran propios. Por recurrir de nuevo a la cita de Sartre, una novela no es «ni verdadera ni falsa», pero debe parecer real.”

Y como telón musical de esta gran novela, les proponemos este gran éxito de 1973, Paroles, paroles, interpretada por unos inigualables Dalila y Alain Delon.

—José María Sánchez Pardo