Si no me fallan los cálculos, «Historia de la mujer caníbal» es la sexta novela de Maryse Condé que publica la editorial Impedimenta (todas traducidas de manera brillante y expresiva por Martha Asunción Alonso). La insistencia de la editorial se debe a razones que pueden parecer obvias: además del gusto de sus editores, habría que sumar la respuesta de los lectores. De ninguna otra forma podría interpretarse tal perseverancia. El hecho es que, sin entrar a valorar con detenimiento dichas razones, lo cierto es que la presencia continuada de Condé en las mesas de novedades de las librerías podría ratificar un contexto y una ampliación del gusto y de las inquietudes del lector o lectora (signifique lo que signifique ese sustantivo acompañado por un artículo determinado). El hecho es que, con la escritora antillana, llega a nosotros una tradición literaria y un posicionamiento de lo escrito muy marcado por una identidad que ha sido maltratada y discriminada durante décadas. También, e igual de importante en el caso de Condé, es la constatación de un mundo mestizo y mezclado, algo que no deja de resultar novedoso para un Occidente que, a pesar de las voces más catastrofistas, sigue siendo mayoritariamente blanco.
Hay un tercer vector a tener en cuenta: los efectos del colonialismo y su intrusión en un relato que pretenda ser comunitario. Intrusión, por otro lado, difícil de eludir, pues responde, guste o no, a unos hechos y no a un estado de opinión. Con todo ello (y más) es capaz Condé de levantar una poética, un punto de vista desde la escritura que, sin recurrir a la beligerancia (incluso manejando el humor), ofrece una visión alternativa a excelentes relatos desde el punto de vista literario pero marcadamente coloniales. Paradigma de esta visión puede ser la obra de Kipling, por traer un ejemplo. Pero no estamos aquí para convocar un debate, sino para celebrar ese mapa narrativo que van componiendo las novelas de la autora de Guadalupe y que en esta reciente «Historia de la mujer caníbal» extiende su espacio. Dueña de un estilo marcado por la oralidad, recurre en esta novela a un enganche de trama que pudiera parecer determinante en las primeras páginas, pues enseguida asistimos al asesinato de Stephen, marido de Rosélie, protagonista del libro. Si tenemos un crimen por resolver, podríamos sospechar que su resolución se impone por encima de cualquier circunstancia.
En Condé no es tan evidente. Sin abandonar esa línea argumental, la muerte de Stephen le servirá a la protagonista como un punto de partida de reconstrucción de la que ha sido su vida con y sin Stephen. Rosélie, guadalupeña, se junta con un hombre blanco, británico. Esa pareja mixta servirá en la novela como contraste y acelerador de muchos episodios.
Episodios muy condicionados, como suele ser habitual en Condé, por los lugares, los paisajes. En general, en su obra, hay una tensión constante entre la necesidad de moverse y el deseo de arraigo. De exprimir esa tensión literariamente hablando surge, en mi opinión, uno de los aspectos más trascendentes de su escritura. Significativo es el lugar de «Historia de una mujer caníbal»: la Sudáfrica postapartheid. Un país que se nos muestra en toda su naturaleza multiétnica y multicultural. Un espacio llamado, en su nueva etapa, a una suerte de panafricanismo: deseo que se va a dar de bruces con la realidad.
¿Y cómo aparecen todas estas características que se van desgranando a lo largo de la novela? Pues como una consecuencia de su narratividad. Condé se cuida de no escribir una novela de tesis ni un panfleto reivindicativo. Su literatura es una defensa del poder de las historias. Nunca puede renunciar, tampoco lo hace en este último libro traducido, a sembrar sus novelas de ellas. No importa la incidencia en una supuesta trama central. Contar historias es un placer, sí. También una urgencia, una necesidad. Cada personaje que aparece en la novela trae de la mano un relato, su relato. Tapiz de narraciones: la interacción entre ellas da un tono y un estilo característicos en Condé. Y en el caso de «Historia de la mujer caníbal» bajo el auspicio de una narradora omnisciente que maneja información abundante sobre los personajes protagonistas. Narradora que resulta tentador identificar con la propia escritora, pero que, en mi opinión, no es importante. Sí podemos afirmar que todas las mujeres protagonistas de Condé se mueven en coordenadas de su propia biografía. Pero su ánimo, creo, no está en escribir autoficción. Las novelas que hasta ahora nos ha brindado Impedimenta son algo tan clásico como ficciones que se sirven de la realidad y de la vida mismas: historia de la literatura, al fin y al cabo.
Volviendo a lo dicho más arriba: la literatura de Condé vive de ofrecer un relato alternativo que, curiosamente, es más fiel a los hechos de lo que nos pensamos. Evitar, qué duda cabe, lo que se recuerda en las páginas del libro: «La gente prefiere los relatos edulcorados. Hace mucho, mucho tiempo. Y vivieron felices y comieron perdices. La vida es maravillosa y, como reza un hermoso proverbio árabe, quien no se ha dado cuenta es porque no ha enganchado su arado a una estrella».
Y como quien no quiere la cosa, también Condé nos deja caer dónde puede haber otro lugar para la ficción: en su capacidad para enganchar un arado a una estrella. Sonará ingenuo, iluso. Es justamente todo lo contrario.
—Fernando Menéndez