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Premio Nacional a la Mejor Labor Editorial Cultural 2008 (Grupo Contexto)

Las novelas Kokoro y Amistad reflejan que la mentalidad en el Japón aperturista de la Era Meijí y Taisho no había cambiado tanto en cuanto al matrimonio, el honor y la libertad

Entre Kokoro (Impedimenta, 2014) y Amistad (Contraseña Editorial, 2015), Japón eclosionó y se abrió al mundo. El 30 de julio de 1912 dividió dos épocas que quedaron retratadas por dos generaciones, la del profesor (Natsume Soseki, autor de Kokoro) y la del alumno (Saneatsu Mushanokoji, autor de Amistad). La muerte del Emperador Meiji acabó aquel día con una era. Japón se había abierto al mundo y se había convertido en una potencia industrial. Puede que a nivel político y de cara al resto del mundo pareciese un país renovado, pero la mentalidad de su gente no había abandonado el lastre del feudalismo y las ataduras del honor. Desde fuera, el cambio era evidente; desde dentro, testimonial. Los japoneses, especialmente los mayores, se habían convertido en un anacronismo. Parecía que ya nadie practicaría el junshi (la tradición por la que los siervos se suicidaban con sus señores cuando éstos morían). Pero la noche que el emperador murió, su siervo se fue con él.

Soseki y Mushanokoji, que fueron los grandes representantes de dos generaciones que quedaron especialmente divididas por el cambio de era, abordan respectivamente en Kokoro y Amistad el paso de la Era Meiji a la Era Taisho desde dentro. Las dos novelas hablan de la traición, del amor, de la lealtad, de la venganza y del arrepentimiento. Todo ello condensado en dos historias que, en realidad, son casi idénticas aunque con ciertos matices.

Un triángulo amoroso es el detonante del dolor —aunque en Kokoro desconocemos quienes lo protagonizan hasta la última parte—, pero cada obra plantea una posibilidad ante la decepción: el suicidio o la necesidad de superar al amigo convertido en contrincante. En una prima la lealtad —que desemboca en la felicidad— y en la otra el egoísmo —que culmina con el arrepentimiento de por vida—. Las dos utilizan el mismo recurso narrativo para cerrar la historia: el género epistolar. Gracias a las cartas, el final de ambas novelas muestra la profundidad de varios personajes de los que tanto Soseki como Mushanokoji apenas nos permiten atisbar una sombra a lo largo de la mayoría de las páginas.

Kokoro

Los protagonistas de Kokoro no tienen nombre. El narrador llama a su amigo “Sensei”, que significa maestro y es una forma respetuosa de dirigirse a la gente mayor, más sabia. El narrador quiere ser amigo de Sensei a toda costa y lo hace de una forma parasitaria: intuye una personalidad llena de sabiduría que quiere absorber. La amistad es un sentimiento extraño en Kokoro, algo que llega de golpe y sin preliminares. O al menos esa es la amistad que entiende el narrador: llegar al fondo del otro y adueñarse de su historia y así beberse hasta la última gota de sus pensamientos. “A partir de ese día, Sensei y yo nos hicimos amigos. Sin embargo, aún desconocía todo de él”, dice.

Por tanta prisa y expectativa, llega la irremediable decepción, algo que no es ajeno a Sensei porque su experiencia le habla de la envidia, de la venganza y de la distancia. La frialdad de Sensei y la trivialidad con la que trata los asuntos más trascendentales están muy lejos de las expectativas de su amigo. “Te dejas arrastrar por la pasión y en cuanto se te pase esa fiebre, la desilusión te dominará”, llega a advertirle. Es aquí donde nos da una pista de la historia que revelará al final y que justifica su cerrazón: “El recuerdo de haberse posternado ante los pies de alguien puede tornarse en un ansia por pisotear a la persona admirada”.

“La causa de mi miedo era algo inexplicable para mí, pero ahí continuaba todo el rato, latiendo”
(Kokoro)

Los protagonistas de Kokoro sienten una especie de vértigo ante el futuro estigmatizado por el pasado y ante las personas a cuyo fondo no pueden acceder. Tanto el narrador como la mujer de Sensei encuentran en éste una sombra al fondo que no logran identificar. “Supe que no podría hallar descanso en mi vida hasta lograr salir de la zona de sombra y entrar en una de luz”, es como relata el narrador esa sensación de estar al lado de Sensei y palpar su oscuridad.

Amistad

Amistad aparece cinco años después que Kokoro. Mushanokoji había sido alumno de Soseki y prácticamente le imitó al escribir la novela. ¿Le imitó o se enfrentó a él? Ambas opciones parecen válidas. La situación es idéntica: dos amigos se enamoran de la misma mujer. Las distintas formas de resolver la situación es también un reflejo del cambio generacional: si en Kokoro uno de los amigos se suicida, en Amistad, el amigo rechazado se siente retado a demostrar que es mejor en el terreno literario.

El desencadenante del problema es en ambos casos un miedo cultural a hablar de la persona amada con los amigos. Esa forma de evadir las cuestiones más simples de forma compleja parece una actitud tan japonesa que es inevitable imaginar a los personajes de Murakami hace un siglo.

La amistad entre hombres japoneses de aquella época era un lugar cerrado en el que el amor no tenía cabida. Aun así, en Amistad, uno de los dos amigos decide abrirse y contar sus sentimientos. Nojima no imagina que halagar constantemente a Sugiko, la mujer amada, ante su amigo Omiya puede ser contraproducente. Aquí, al contrario que en Kokoro, prevalece la lealtad por encima del egoísmo. A pesar de los constantes intentos de Omiya por mantenerse al margen de esta relación e incluso cambiar de país, este no tiene en cuenta que no se está enfrentando a su amigo, sino a una mujer singular en Japón. Alguien que tiene el valor de escribir: “Tú, que lo sabes todo, estás defendiendo inútilmente la amistad en detrimento de otras cosas más importantes”.

“Quiero decidir yo misma sobre mi vida” (Amistad)

El modelo de mujer constituye otra de las grandes diferencias entre ambas obras. En Kokoro encontramos el ideal femenino (Yamato Nadeshiko, de la Era Meiji) de la época reflejado en la mujer de Sensei: sumisa y buena esposa. Acepta sin reparos al hombre que elige su madre y no intenta profundizar en las razones de la oscuridad de su marido. En cambio, la mujer disputada en Amistad es directa, dueña de su propio futuro (mo-gaa, durante la Era Taisho). Tiene claro lo que quiere y lo que no; lo que acepta y lo que rechaza. Estos dos personajes son en realidad quienes marcan la diferencia generacional y el cambio de era, a pesar de la infinidad de veces que los personajes masculinos aluden a frases que comienzan con “la juventud de ahora”, “en nuestros tiempos”.

En Amistad, la juventud es idealista, inconforme y ambiciosa: “Me gustan las personas que tienen un concepto de la justicia muy firme, una voluntad férrea y que realizan sus ideales. Asimismo me gustan las que respetan el destino de los demás”. Y con esto se cuestiona, en realidad, a los hombres que se casaban a toda costa con una mujer sin que ella pudiera elegir.

Todavía en la Era Taisho era habitual que los padres eligieran, pero Sugiko se adelanta incluso a su época. Dice su hermano de uno de los pretendientes más insistentes: “No cuenta con la voluntad de ella para nada, como si las mujeres fueran mercancía”. Y, aun así, él mismo esconde las cartas de su hermana y asegura que se encarga de que las peticiones de mano que recibe caigan en saco roto.

En Amistad todavía “alguna gente se casa con quien sus padres han decidido”, pero es donde se percibe una nueva visión del matrimonio. “Como mi madre lo pasó fatal con su suegra y su cuñado, eligió para mi hermana un hombre […] que le hicieran la vida más fácil.” La novedad era la búsqueda de la felicidad de la hija, que seguía sin poder elegir.

En Kokoro, cualquier progreso se magnifica. Al hablar del nuevo Tokio, el narrador le dice a su padre que se llevará una sorpresa cuando vaya. “Los tranvías, por ejemplo. Hay líneas nuevas que llevan a todas partes y en cuanto llega a un barrio nuevo, este cambia por completo”, dice. En Amistad, aunque se escribiera cinco años después, parece que las cosas no cambian a la misma velocidad, e incluso llegamos a este lamento: “Japón es demasiado pobre. Nosotros, con todas nuestras fuerzas, tenemos que contribuir al florecimiento de la cultura y el pensamiento de nuestro país”.

Los jóvenes de Amistad son tan pesimistas como los de Kokoro, pero entre una y otra generación se intuye que el joven de la Era Taisho no deja su vida en manos del destino, ni de la suerte, ni de los padres.

Aunque Amistad no es un libro tan brillante a nivel narrativo como Kokoro ni se presta tanto al subrayado, genera una tensión mucho más palpable y describe un amor más real o, como mínimo, natural, inevitable y arrebatador. Kokoro no logra, en parte por la estructura narrativa, provocar esta tensión. Pero de algún modo llega más al fondo del lector y logra agitar el recuerdo. Es paradójico que el personaje más extraño y hermético de ambos libros, Sensei, sea aquel con el que más fácil resulte empatizar. Quizá la razón se halle en el hecho de que Amistad es el fuego y Kokoro la ceniza. El fuego siempre dura menos y, a partir de cierta edad, nadie se libra de cargar algún fantasma de por vida.

Virginia Mendoza