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Premio Nacional a la Mejor Labor Editorial Cultural 2008 (Grupo Contexto)

«Deus ex» — Hislibris — 25 de marzo de 2024

«En la vida habréis visto a gente que se ría tanto como los atenienses —dice Paches—. Yo tenía un amigo que te hacía reír hasta que pensabas que se te iban a romper las costillas. —Sonríe como si no hubiera nada mejor que una costilla rota—. Era el hombre más gracioso del mundo”.

Vamos con algo para ejercitar los músculos. Los de la cara por lo menos, los 17 que se necesitan para reír —o 12 si nos limitamos a una escueta sonrisa—. Para activar tanta musculatura no es fácil hallar el resorte entre las páginas de una novela, o visto desde el otro lado: no es sencillo para un escritor hacer reír con lo que escribe. Más fácil es provocar pena: mata a la madre o al hijo del protagonista, y ya lo tienes. Parece que el ser humano sea más proclive a bajar las comisuras de los labios que a subirlas. Qué fácil lo tienen algunos animales, como los gatos: estén tristes o felices, siempre exhiben la misma hierática mueca inane.

En esta novela no aparece ningún gato, pero sí muchos humanos: unos son ciudadanos de Atenas, otros de Siracusa, y algún otro no se sabe bien de dónde es. Y a decir verdad, no ríen mucho (ni poco, de hecho) a lo largo de la novela; más bien las pasan canutas, sobre todo los hijos de Atenea, los atenienses. Y sin embargo, la novela es más bien cómica. Es curioso que a menudo el recurso para hacer reír es mostrar penurias y sufrimientos; parece que el ser humano sea más proclive a subir las comisuras de los labios al contemplar el mal ajeno que a bajarlas. Qué fácil lo tienen algunos animales, como los gatos. Esta novela se titula Deus Ex, la ha escrito un irlandés que atiende al nombre de Ferdia Lennon, y las penurias que cuenta están insertas en un contexto muy concreto: estamos en el año 412 a.C., poco después del fracasado intento de invasión ateniense de la isla de Sicilia. El marco es la guerra del Peloponeso, o mejor dicho: su intermedio, que los de Atenas aprovecharon para intentar hacerse más poderosos planeando la invasión de una isla algo lejana, con la excusa de que una de sus ciudades les había pedido ayuda para solucionar un conflicto local. La derrota fue absoluta, más desastrosa no pudo ser: apenas hubo supervivientes que lograran regresar a Atenas a explicar la debacle a los barberos del puerto, y de los que se quedaron en la isla los más afortunados murieron a manos de los lugareños, y los menos fueron condenados a trabajar en las canteras de piedra de Siracusa, las famosas latomías, viviendo en condiciones infrahumanas y llevando una muerte en vida mientras el cuerpo les aguantara, que no debió de ser mucho tiempo.

Este es el triste contexto, este el lastimero panorama, el desgraciado marco histórico de la novela, de modo que las condiciones son óptimas para hacer reír, de acuerdo con lo dicho antes de que las desgracias ajenas dan alegría. Cuán contradictorio resulta el ser humano, contemplado desde esta perspectiva; cuán hipócrita y miserable incluso. Qué fácil lo tienen algunos animales, como los gatos y su mueca inane. En ese escenario se desarrolla la historia, la cual utiliza como fuerza de arranque algo que escribió Plutarco hace como 1800 años, al respecto de los desdichados que fueron esclavizados en Siracusa:

«La mayoría de los atenienses murieron en las canteras por enfermedad o por la escasa dieta, pues recibían cada día dos cotilas [dos tazas] de cebada y una de agua. (…). Hubo algunos, no obstante, que sobrellevaron la esclavitud y esta práctica que la acompañaba; a ello colaboraron su pudor y su buena educación. Lo cierto es que, o bien fueron liberados enseguida, o bien se quedaron con quienes los habían comprado y recibieron un trato honorable. Algunos incluso se salvaron gracias a Eurípides. Al parecer, los griegos de fuera de Grecia que más ansiosamente reclamaban la musa de Eurípides eran, en verdad, los de Sicilia, y cada vez que alguien llegaba a la isla con una pequeña muestra que degustar, la aprendían de memoria y se la enseñaban unos a otros con satisfacción. Así, ciertamente, dicen que muchos de los que entonces volvieron a casa sanos y salvos saludaban amistosamente a Eurípides. Algunos le contaban que habían sido liberados de su esclavitud por haber enseñado a sus dueños todos los poemas suyos que recordaban de memoria; otros, que habían recibido agua y comida por haber cantado sus versos liricos mientras andaban errantes tras la batalla.»
Nicias, 29.

La cita es un poco larga, así que para los que la hayan abandonado a las dos líneas el resumen es este: los prisioneros atenienses que sabían recitar algo del dramaturgo ateniense Eurípides, eran liberados o gozaban de una esclavitud más llevadera. Este chascarrillo, repetido hasta la saciedad en los libros de historia de mayor o menor calado, y cuya base histórica Zeus nos libre de poner en duda (quién le iba a decir a Plutarco, cuando escribió aquel sencillo comentario al final de su biografía sobre Nicias, que traería tanta cola), sirve a Ferdia Lennon como punto de partida para su novela: el asunto es que dos siracusanos de baja condición, pobres y sin trabajo, deciden organizar una función de teatro en las latomías de Siracusa, y representar la tragedia Medea de Eurípides aprovechando que algunos de los moribundos atenienses que allí malviven se saben el texto de memoria. Sobre la tragedia de los prisioneros, la tragedia de Eurípides. La construcción tiene sentido, al menos en matemáticas: así como menos por menos es más, tragedia por tragedia ha de ser igual a comedia. Todo cuadra, todo encaja, como un gran puzle sideral. El argumento funciona en términos aritméticos, pero ¿lo hace también en términos literarios?

Pues me temo que así es (o me alegra decir que así es, que uno ya no sabe si mostrarse triste para demostrar alegría, o al revés; qué fácil lo tienen algunos animales, como los gatos). La historia está escrita en tiempo presente y relatada desde la perspectiva de uno de los dos protagonistas, el zopo y poco agraciado Lampo. El otro protagonista, Gelón, nombre siracusano donde los haya, también arrastra una desgracia personal, es de suponer que para incidir más en la comicidad del conjunto. De la mano de este par, el lector debe acogerse al bien conocido principio de la epokhé, la suspensión del juicio por la que abogaban los escépticos, y olvidarse de juzgar y valorar, en términos de verosimilitud histórica, la narración que Ferdia Lennon nos cuenta. Olvidémonos de si en la Siracusa del siglo V a.C. es verosímil que dos alfareros en paro se conviertan en directores de una tragedia cuyos actores son los esqueléticos y medio muertos atenienses que languidecen en las latomías, y cuyo teatro es las propias canteras siracusanas. No valoremos los presentismos en el lenguaje, los comportamientos humorísticos algo prefasados (neologismo cuyo significado es el opuesto a “desfasados”), y asumamos, porque sin duda es la verdad, que todos esos elementos están ahí para hacer disfrutar al lector, sin más. Deus Ex es una novela para pasar un buen rato, para reír (o sonreír al menos), de modo que hay que dejarse llevar, bajar las comisuras de los labios, cosa a la que como ya se ha demostrado párrafos anteriores somos proclives, y ver si la novela es capaz de subirlas. Mi apuesta personal es que lo hará.

El lenguaje es sucio, callejero y malsonante, repleto de tacos. Qué le vamos a hacer, la vida es así, que levante las comisuras de los labios quien no haya dicho una palabrota en su vida. Además, ¿cómo sabemos que los antiguos griegos, en especial los alfareros siracusanos en paro, no hablaban así, es decir: exactamente igual que nosotros? La historia y lo que ella cuenta transcurre en un tono que evoca mucho, al menos en opinión de un servidor, a la película de 1997 Full Monty, la cual, quien la haya visto lo recordará, siendo una comedia en el fondo es más una tragicomedia, que entre bromas y situaciones cómicas refleja la miseria de la condición humana. Pues por ahí anda la cosa en Deus Ex. Por otro lado, puede que choque el planteamiento de base: una novela de griegos escrita en clave de humor. ¿No es eso un oxímoron? ¿Tenían sentido del humor los griegos? ¿No acaban siempre con rostros serios y pomposos, con las comisuras de los labios hacia abajo y declamando como si estuvieran soltando un discurso ante un auditorio? Pues seguramente no; los griegos reían tanto como nosotros. Pensemos en los yambos, los ditirambos, las comedias de Aristófanes, de Menandro… Pensemos en el Philogelos, una recopilación de chistes escrita en griego, aunque algo tardía, del siglo V d.C. Pensemos, en fin, que los griegos también tenían 17 músculos en la cara y es bastante probable que de cuando en cuando los ejercitaran. Aunque qué fácil lo tendrían también en aquel tiempo algunos animales, como los gatos.

Deus Ex no es el título original que le puso Ferdia Lennon: la novela se titula en realidad Glorious exploits, “gloriosas hazañas”. Un título extraño, la verdad; resulta mucho más llamativo, aunque esté en latín y la novela sea de griegos, el que ha escogido la edición en castellano. “Deus ex” forma parte de la locución latina deus ex machina,  y para quien no lo sepa, diremos que se utiliza para hacer alusión a la resolución de un problema o un conflicto mediante un elemento externo que aparece y arregla el asunto. La expresión surgió del mundo de la farándula teatral: los griegos —y los copiones romanos— hacían aparecer en escena con una máquina un dios, un deus ex machina, que resolvía la situación en cuestión. Y tiene gracia, porque en la novela no aparece ni un solo dios. Pero claro, ese es el objetivo de Deus Ex: tener gracia. Así pues, creo un acierto el cambio de título, pero no en cambio el haber mantenido la misma portada de la edición inglesa (de una de ellas al menos): cabría pensar que el tipo que aparece allí es Eurípides, puesto que la sombra del dramaturgo ateniense sobrevuela toda la novela. Pero resulta que se trata del historiador Heródoto. Fallo. Aunque qué importa, todos los bustos griegos se parecen, los dos tipos tienen nombres esdrújulos, y si Heródoto es el padre de la Historia en general, qué menos que lo sea también de esta historia en concreto.

Novela simpática, novela agradable, novela con la que se disfruta y se pasa un buen rato. La ópera prima de Ferdia Lennon va a lo que va, y creo que lo consigue. En Deux Ex hallaremos un buen entretenimiento, así que alcemos las comisuras de los labios. O bajémoslas si queremos, que esto ya empieza a ser un lío. Qué fácil lo tienen algunos animales, como los gatos. Lástima que no sepan leer. Creo.

—Cavilius