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Premio Nacional a la Mejor Labor Editorial Cultural 2008 (Grupo Contexto)

Entrevista con Gueorgui Gospodínov, autor de «Acerca del robo de historias y otros relatos» — El Confidencial — 23 de marzo del 2024

Un hombre que va perdiendo la capacidad de oír y hace una lista de los sonidos que por nada del mundo puede olvidar (desde la lluvia otoñal sobre huertos de manzanos hasta la respiración de su pareja durante la primera noche juntos). Un cerdo narra sus últimos momentos antes de ser sacrificado en Navidad. Una ciega que es capaz de ver el pasado por el ojo izquierdo y el futuro por el derecho, pero que nunca logra vislumbrar el presente.

Una mujer que tiene la sensación de que alguien o algo la observa, hasta que ese alguien o algo consigue meterse dentro de ella. Una pareja de desconocidos que se encuentra en el vestíbulo de una estación y se percata de que están hechos el uno para el otro. La diferencia entre un retrete alemán y uno de los Balcanes…

Son algunas de las 20 narraciones que componen Acerca del robo de historias y otros relatos (Impedimenta), el delicioso libro de relatos de Gueorgui Gospodínov (Yambol, 1968), el más importante escritor contemporáneo búlgaro, traducido a 25 lenguas y ganador en 2023 del Premio Booker Internacional con su novela Las tempestálidas. Se trata de un volumen de relatos en el que están presentes todos los grandes temas de Gospodínov: la memoria, la nostalgia, los juegos de palabras, la sátira, la metafísica… Las suyas son historias a medio camino entre lo natural y lo sobrenatural, historias suspendidas en el tiempo y siempre fascinantes.

PREGUNTA. ¿De dónde salen estos relatos?

RESPUESTA. Salen de la infancia, están inspiradas en historias que le he oído a mi padre, a mi abuela y a mi abuelo, quienes eran grandes narradores. No leían libros, pero sabían contar historias tan bien como García Márquez, aunque por supuesto desconocían su existencia. Pero, de una manera muy bonita, en sus historias mezclaban lo real y lo cotidiano con aquello que está en el otro lado, el del milagro y las maravillas. Mi abuela, por ejemplo, contaba que nuestro vecino era muy fuerte y tenía unas pequeñas alitas en las axilas. De niños, solíamos escondernos debajo de su ventana cuando se desvestía para tratar de ver esas pequeñas alitas. Desde entonces, me quedó la sensación de que lo sublime está escondido en los detalles de lo cotidiano, y en este libro hay bastante de eso.

P. Sus historias también subrayan lo importante que es no solo el pasado, sino cómo recordamos, ¿verdad?

R. Sí. Uno de los relatos de este libro que más célebres se hizo es el de Vaysha la Ciega (sobre una mujer que por un ojo ve el pasado y por el otro el futuro, pero nunca el presente), del que hizo un cortometraje de animación que fue nominado a los Oscar. Se trata de un relato que cuenta cómo vivimos tanto en el pasado como en el futuro, y por esta razón estamos ciegos al presente. Le voy a contar una historia interesante: hace unos años, recibí una carta de una chica que me decía que se había casado gracias a una de las historias de ese libro, la titulada Peonías y no me olvides, y yo me sentí tremendamente responsable. Y hace un año me volví a encontrar a esa chica y me dijo que se había divorciado, y me sentí todavía más culpable.

P. ¿Tan inmenso es el poder de la literatura?

R. Sí, totalmente. Yo creo que la literatura es parte de la realidad. No es un reflejo de la realidad, es la realidad.

P. Y, en ese sentido, ¿la literatura tiene un deber político, social y civil?

R. Yo creo que sí. La literatura hace muchas cosas, pero mencionaré dos políticamente muy importantes. La primera es que la literatura produce empatía. Si eres una persona normal y escuchas la historia de un extranjero, una historia por ejemplo sobre su hija, es imposible que le desees nada malo a esa persona. A las ideologías totalitarias no les gusta ese poder que tiene la literatura; los totalitarismos trabajan directamente con el odio, mientras que la literatura trabaja con el amor. La literatura trabaja con personas concretas, cada persona lee en soledad un relato, mientras que las ideologías totalitarias trabajan con el colectivo. A la gente que, por ejemplo, vivió en Bulgaria durante la época del socialismo en Bulgaria le resulta muy difícil contar historias personales.

P. ¿Y eso por qué?

R. Fundamentalmente, por dos razones. Una, por supuesto, tiene que ver con el carácter patriarcal, que dictaba que no se debía compartir nada personal, nada íntimo. A los niños, por ejemplo, solo se les daba besos cuando estaban dormidos para no mimarlos, para no hacerlos blandos. Y la otra razón por la que no se solía contar lo íntimo era por miedo a que un agente del régimen o cualquier otra persona pudiera oír tu historia y utilizarla en tu contra. Yo a eso lo llamo cultura del silencio. En estos cuentos, si se fija, es muy importante el propio acto de comenzar, de arrancarse a contar una historia, de empezar a hablar de algo. El propio acto de narrar es un valor en sí mismo. Y no es casual que buena parte de estos relatos estén basados en historias de mis familiares, de personas que vivían en sus pequeños pueblos, que eran muy irónicas y a las que se les había inculcado que sus historias no eran importantes. Precisamente por eso yo quiero contar sus historias, historias que para mí son la sal de la tierra. Las historias personales viven más allá de la historia, de la historia con mayúsculas.

P. Dice que estamos atrapados en el pasado o en el futuro y que el presente no podemos aprehenderlo. Pero, si tuviera que definir el presente, ¿cómo lo haría?

R. El tiempo presente es como una mezcolanza del futuro y del pasado, es como si se hubieran mezclado ambos y crearan unos remolinos. Yo creo que hoy vivimos en el presente ese remolino de pasado y futuro. El presente es como el movimiento circular de los peces, si echamos una miga de pan en un lago, los peces forman un remolino alrededor; el presente hoy es como el movimiento browniano de las partículas. Y lo es porque el tiempo ya no es lineal, porque el punto final que solíamos ver en el futuro a día de hoy ahora es muy difícil verlo. Y, cuando falta eso, el tiempo empieza a moverse en forma de remolino tratando de buscar una salida, generalmente en el pasado.

P. Y dentro de ese remolino, el pasado se hace cada vez más presente y más futuro. La invasión de Rusia contra Ucrania ha reavivado las posibilidades de que Europa vuelva a sufrir una gran guerra, ¿no cree?

R. Sí, lo pienso así, y es algo que he escrito en algunos ensayos y artículos. Creo que esa guerra que ha emprendido Rusia realmente es una guerra por el pasado. Cada guerra es un colapso en el tiempo, una ruptura en el mecanismo del tiempo y un retroceso, una vuelta hacia atrás. En el caso concreto de Putin, sabemos que quiere volver a los años del Imperio ruso y de la Unión Soviética. Y esos son desgraciadamente los años de la Segunda Guerra Mundial. Yo creo que Europa todavía está dando vueltas alrededor del agujero negro del año 39, y eso está muy relacionado con la memoria.

P. ¿A qué se refiere?

R. Me refiero a que en Europa pensábamos que ya lo habíamos contado todo acerca de la guerra y que habíamos creado una memoria sobre la guerra. Pensábamos que ya habíamos cumplido con nuestro deber y dejamos de cultivar la memoria sobre la guerra. Pero la memoria es algo que se crea a diario, que se ejerce a diario. Y, si un día dejas de contar historias, empieza el olvido y se termina llegando otra vez a la misma guerra. En uno de los relatos de este libro, incluyo al comienzo una frase de Paul Ricœur: “Debemos contar nuestras historias sin cesar…”. Y así debe de ser, porque las historias son las que producen la memoria.

P. ¿Cómo se imagina Europa en cinco o 10 años?

R. Es sorprendente cómo empezamos a pensar en el pasado en pasos tan cercanos, cinco, 10 años. Quizás hace solo 10 años, si hubiéramos tenido esta conversación, usted me habría preguntado cómo me imaginaba Europa y el mundo en 100 años, pero, a día de hoy, es imposible. Y esa es una señal importantísima. Hemos dejado de pensar y de imaginar el futuro más allá de dentro de cinco años, a mí mismo me pasa. Esa inquietud por el futuro la noto sobre todo en los jóvenes, que son quienes peor lo están pasando. Mi hija suele decirme que nosotros tuvimos la suerte de vivir con mucho futuro por delante. Cuando yo le pregunto a mi hija qué piensa hacer dentro de 10 años, su respuesta es: «¿Pero habrá algo dentro de 10 años?». Y su respuesta es lo primero que se me ocurre para responder a su pregunta. Pero, francamente, no sé la respuesta. Yo escribí mi última novela, Las tempestálidas, con la sincera esperanza de que la distopía que allí describo tardara muchísimo en ocurrir. Pero nuestras novelas de distopías se están convirtiendo bruscamente en novelas realistas. En este libro en concreto, un libro escrito en lo que podríamos llamar «el mundo de ayer», todavía hay mucho de ese calor que a mí me encantaría que Europa pudiese recuperar. Creo que nunca después he escrito un libro más cálido que este. En mis libros posteriores predomina la preocupación y la inquietud.

P. Bulgaria, su país, vuelve a estar sumido en la inestabilidad política. He leído que ha saltado por los aires el acuerdo entre el partido conservador y el reformista para turnarse en el poder, así que el país se encamina a sus sextas elecciones en menos de tres años…

R. ¿Sextas? Creo que serán las octavas. Es algo muy triste, todos esperábamos que no se llegase a esta situación. Pero lo ocurrido es parte de otro tema importante, de un problema global que está relacionado con la literatura y con el contar historias. Se trata de la ruptura de la conversación. En Bulgaria, a día de hoy, es muy complicado que los partidos políticos hablen ente ellos, la conversación no existe, el diálogo no existe.

P. Lo mismo sucede en España…

R. Y en muchos lugares del mundo. La literatura es lo contrario, la literatura crea un diálogo entre el autor y el lector. Mis historias siempre están abiertas, siempre están dirigidas al lector.

P. Sus historias también están llenas de nostalgia…

R. Yo soy una persona muy nostálgica, así que en este libro hay mucha nostalgia. Hay nostalgia por el mundo de ayer, por las cosas que irreparablemente hemos perdido. No se puede ser una persona normal y no sentir nostalgia. En Las tempestálidas hablo del lado oscuro de la nostalgia. Me gustaría que la nostalgia siguiera siendo algo personal, que no se convirtiera en un arma de los políticos. Cuando los políticos empiezan a inventar nostalgias de pueblos enteros, es muy peligroso. Creo que sentiremos cada vez más nostalgia, porque esta se activa precisamente cuando perdemos una época, y las pérdidas son cada vez más rápidas. Antes las épocas duraban más tiempo y el proceso de pérdida era más lento. Ahora las épocas duran poco y las perdemos muy rápido.

—Irene Hdez. Velasco