Talento e ingenio distinguen al escritor búlgaro Gueorgui Gospodínov (Yambol, 1968). Conocido aquí por su deslumbrante novela Las tempestálidas, con aquel Gaustín y su clínica especializada en Alzheimer, cuyas codiciadas instalaciones reproducían diversas décadas del siglo XX a modo de nostálgico “cronorrefugio”. También en esta colección de relatos traducidos por María Vútova aparece puntualmente Gaustín, esa rareza instalada en otro tiempo, capaz de moverse por las entrañas y peligros de la reciente historia contemporánea.
Los veintiún textos que reúne Acerca del robo de historias tienen procedencia diversa. Un prefacio enfatiza la apuesta del autor por las historias (vivas) por encima de los relatos (formales). Desde el inicial “La octava noche”, con el destino de un bisabuelo pastor inexorablemente repetido en su bisnieto, el humor y la ironía se entremezclan con la seriedad y gravedad de lo irremediable. “Al fin y al cabo –dice– todos estamos aquí para intercambiar historias y pagar nuestra estancia”. Hay, en esta colección, textos tan sabios y llenos de belleza como “El hombre de los muchos nombres”, con ese Sócrates/ Gaustín de nuestro tiempo deambulando por una ciudad búlgara y hasta un banquete platónico contemporáneo celebrado en un garaje. En juego nada menos que el papel de las historias personales para sobrevivir y darnos sentido.
Otro relato brillante y redondo es “Una segunda historia”, con el enigma de lo ocurrido en un tren balcánico a un abuelo revisor, gran narrador oral. Hay aquí muchas historias de trenes y también de infancias de aldea búlgara, con el anhelo de una Europa lejana y moderna que sólo llegaba en souvenirs de la torre Eiffel, lamparitas de góndolas venecianas o ilustraciones de la Mona Lisa. Los cambios ocurridos en el Este desde 1989 y el mundo que vino después, son otra constante del libro. Hay muchas metáforas del decurso y absurdo político del propio país, como en “Forjando el pendiente búlgaro” o en “Los paños menores de la historia”, tan divertido y lúcido. “Kristín que saluda desde el tren” es un fascinante cuento sobre el poder de las ficciones en la vida cuando un pequeño acto o suceso casual dispara la imaginación de un escritor para proyectar cadenas de causas y efectos. Entronca con el bello “Peonías y nomeolvides”, donde la pareja que se encuentra en una cafetería de aeropuerto se lanza también, durante la espera, a proyectar la vida imaginaria que nunca tuvieron. Conmovedora, tremenda y visionaria es la historia del mendigo frente al escaparate en “El regalo tardío”.
Como es lógico, no todos los textos de esta antología alcanzan la misma maestría. Algunos, recogidos de unas u otras colaboraciones, encargos, etc., teniendo interés, se limitan más a curiosas anécdotas, observaciones comparativas de aseos de estación, el sacrificio de un cerdo contado desde el propio animal, sueños con recetas de cocina y etimologías, tribulaciones de una mujer que se siente observada, o una vidente envuelta en el dilema de que uno de sus ojos perciba el pasado y el otro el futuro. Pero por el camino emergen grandes piezas como “Alma viviente”, con la figura de ese anciano, único superviviente de su pueblo y sus visitas al cementerio, el recuerdo de los difuntos y de su viejo amigo Austru y la irrupción de un inesperado realismo mágico búlgaro. Gaustín, atrapado entre los planos de la Historia, solitario e “imperteneciente” a nuestro mundo, recibe un poético homenaje en esa delicada filigrana literaria final que es el relato que lleva su nombre.
—Ernesto Calabuig