Walter Tevis (1928-1984) publicó «El buscavidas» (1959), que inspiró una genial carambola cinematográfica de Robert Rossen con Paul Newman; «El hombre que cayó a la Tierra» (1963), germen de una película de culto con Dick Bowie; «Sinsonte» (1980), «Gambito de dama» (1983), origen de la popular serie; «Las huellas del sol» (1983) y «El color del dinero» (1984), inferior secuela de «El buscavidas». Y, maestro de las distancias cortas, recibió parabienes críticos con su volumen de relatos «The king is dead». La editorial Impedimenta se ha empeñado en rescatar de sombras a un autor de muchos quilates y suma a la formidable distopía «Sinsonte» –un cruce fantástico entre «Fahrenheit 451», «Un mundo feliz» y «Blade Runner»– otra joya de la ciencia ficción como es «Las huellas del sol», odisea galáctica con una inteligente y punzante sátira que alberga inquietantes y mordaces equivalencias con personajes y situaciones del presente.
Año 2063. A la vuelta de la esquina. La Tierra está agotando sus recursos. La Humanidad no ha estado de brazos cruzados y ha intentado encontrar nuevos combustibles con expediciones espaciales unidas por un mismo resultado: fracaso. Seguimos comparando: China marca el paso mundial, Estados Unidos languidece con la mafia imponiendo sus reglas, o la ausencia de ellas, y la población vive (y muere) en situaciones extremas en la Gran Manzana. Podrida. Ahí (más comparaciones nada ociosas) aparece un personaje de rasgos familiares, un magnate desagradable, inmaduro y prepotente que quiere saldar cuentas con su pasado de hijo menospreciado. Se hace con el escaso uranio que queda, compra una nave y emprende un viaje sideral prohibido a un planeta al que, faltaría más, llama con su propio nombre: Belson.
Un planeta, ojo, en el que crece una hierba ¡inteligente! que, a modo de sirenas vegetales, canta y pone del revés los sentidos. Vacío sideral como forma de llenar un vacío existencial. Una audacia extravagante que, de golpe y porrazo, pasa a ser la única vía de salvación posible para una Humanidad en peligro. Humor fundido a negro.
Una pena que Kubrick no se hubiera fijado en una novela que entronca el humor apocalíptico de «¿Teléfono rojo?» con la existencial odisea de «2001» sin desviar la vista de un incierto camino de redención con descripciones tecnológicas nada plúmbeas y un retrato espléndido del peculiar protagonista. ¡Y qué bien dialoga Tevis! «Cuando me sedaron regresé como un rayo a mi infancia en la Tierra y me quedé ahí, en una especie de duermevela, durante dos meses». Así están las cosas: «El mundo necesita energía. Nadie va a resolver el problema de la fusión nuclear. El petróleo se ha acabado, salvo el que tiene almacenado el ejército». Y «tal vez vayamos camino de una glaciación ». Y el pirata Bill Belson pasa a ser, glubs, un posible salvador. Que el Sol nos pille confesados… o no.
—Tino Pertierra