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Premio Nacional a la Mejor Labor Editorial Cultural 2008 (Grupo Contexto)

Reseña de «El niño de oro», de Penelope Fitzgerald — El Enano Rabioso — 15 de mayo de 2024

En las estanterías de cualquier casa suele haber dos clases de libros: los que cogen polvo con el paso del tiempo y los que son tan adictivas que invitan a diferentes lecturas a lo largo del tiempo, a prestarlos a llevarlos de viaje. Vamos, a darles vida. A este segundo grupo pertenece “El niño de oro”, la primera novela escrita por la gran Penelope Fitzgerald, antes de ser reconocida como una de las grandes mediante clásicos de la literatura del siglo pasado como “La librería” o “A la deriva”.

A pesar de que títulos como estos han tenido más peso dentro de la consideración de la trayectoria de la británica, no lo es menos que la novela que hoy nos ocupa es uno de los ejemplos más brillantes de los placeres que puede deparar una historia cosida con los patrones del misterio, la aventura y el humor de poso Hawthorne.

En base a estos tres elementos, Fitzgerald arma una lectura tan ágil como adictiva en su desarrollo, repleta de tramas que derivan en giros sorprendentes, viajes a Moscú, planes inesperados y toda clase de herramientas dispuestas para arrastrarnos a un relato ligado a los extremos que rayan la locura argumental, con plantaciones de marihuana ilegales incluidas…

Como gran domadora de los impulsos narrativos de cualquiera novelista británica de mediados del siglo pasado, Fitzgerald sabe dar sentido a todo lo que expone y lo hace a través de un surtido de personajes tan tópico en las conexiones originada como carismáticos en su constitución, por medio de una perspectiva que bebe directamente de un sustrato humorístico, sencillamente, irresistible.

Uno de esos actores impagables es Waring Smith, empleado del museo de donde parte la acción dentro de una secuencia de escenas que nos va a trasladar por medio un conjunto trepidante de episodios donde maldiciones, venganzas y toda clase de triquiñuelas afloran dentro de un fresco imponente de ritmo vertiginoso, tan recomendable como lo puede ser un libro de inconfundible aroma a desinhibición en su falta de pretensiones, pero sí de resultados sobresalientes.

—Marcos Gendre