T. C. Boyle se encuentra en esa nómina de autores inconfundibles: lo es por su aspecto y lo es, sobre todo, por su estilo. El lector español tal vez esté familiarizado con su faceta novelística, especialmente con esas extensas obras que son Música acuática, El fin del mundo o El balneario de Battle Creek. Sin embargo, a su quehacer como escritor de relatos se le había prestado menos atención hasta ahora. Impedimenta, de la mano escrutadora de Laura Fernández, ha publicado esta edición titulada Cuentos incompletos, que, en casi 800 páginas y con una ordenación no cronológica, ofrece una amplia selección de su producción breve; tarea que Boyle compagina con la producción de largo aliento con igual dedicación. Mezcla que no es chocante si atendemos a sus maestros: desde John Barth o John Irving a John Cheever o Raymond Carver.
Humor, posmodernidad, acidez, absurdo, historias fascinantes, alcoholismo y protagonistas memorables —pese a que algunos de los femeninos naufraguen, en ocasiones, en la caricatura— forman el cóctel de esta colección de 44 textos, plagada de sujetos que resultan, en definitiva, demasiado humanos, por eso siempre encontramos a un personaje del que se trata de extraer todo su jugo psicológico obligándolo a tomar partido. En «Amor moderno», se nos presenta una especie de cervantino licenciado Vidriera en la forma de una mujer que, como aquel, evita por cualquier medio el contacto físico; una reescritura del «El capote» de Chéjov da pie a su estupendo «El capote II»; en «Después de la plaga», imagina su propia versión del apocalipsis a causa de una mutación del ébola; el problema de la extinción aparece, desde una óptica completamente distinta, en «Chicxulub»; etcétera, etcétera. Y, en este punto, quizá se echa en falta alguna muestra de los relatos de ciencia ficción que Boyle ha compuesto en los últimos años: la pieza más reciente aquí recopilada data de 2011, pero la práctica totalidad ha sido escrita el siglo pasado, lo que resulta ciertamente extraño.
¿Cómo se sentiría cortejar hoy a Jane Austen? ¿Qué decisión tomarías si la crítica gastronómica más mordaz se personara en tu restaurante? ¿Se halla en nosotros el libre albedrío o, al menos, cabe activarlo? ¿Te meterías adrede en el filosófico cuarto de Mary para vivir en blanco y negro? Y, si bajar la Luna es el deseo perenne del enamorado, ¿votarías a un partido político que prometiera construir una nueva? Boyle se ha empeñado a lo largo de su prolija obra en colocar la estupidez humana sobre una mesa de disección y, como si contase con una lente de aumento, nos obliga a mirar, aunque sin llorarla. Ocurre que cuando la realidad se tuerce, cuando nos colocamos frente a un espejo deformante, la risa aflora y el mundo torna corrosivo, de ahí que en Boyle la ironía no pueda evitar deslizarse hacia el cinismo: por tanto, estos relatos no conducirán a la carcajada, pero te obligarán a esbozar una sonrisa, a veces hasta de mala gana.
―Óscar Díaz