Dorothea Dodds tiene 59 años, está próxima a jubilarse, cuando se da cuenta que nunca tuvo un trabajo por fuera del entorno familiar: nunca escribió un currículum, ni se vistió para una entrevista, fue contratada o despedida. Encargada desde siempre de la demandante agenda de asuntos de su padre, un pintor de renombre, su vida simplemente pasó.
Después de los cuentos de Algunas familias normales y la celebrada Una casa llena de gente, La vida en miniatura, la nueva novela de Mariana Sández (Buenos Aires, 1973), vuelve a enfocarse en los entresijos familiares, con una ajustada arquitectura de personajes. Dorothea Dodds, su nueva y entrañable protagonista, la inscribe, además, en la tradición literaria de seres grises y rutinarios, “los y las Bartleby”, la pregunta por el deseo, y los destinos posibles para ellos.
Con buenos toques de humor y empatía por los personajes más sufridos, la novela despliega una profusa presencia de arte, e incluye dos grandes referencias, que de modos originales, pasan a ser parte de la trama: los Kew Gardens de Virginia Woolf, y un cameo-homenaje a “Eleanor Rigby”, en la mismísima Liverpool. Clarín Cultura conversó con la autora desde Madrid, su lugar de residencia desde hace cuatro años.
–Estás viviendo desde hace un tiempo en España, pero la historia de los Dodds se teje entre la Argentina e Inglaterra. ¿Por qué Inglaterra? ¿Pensás a la Argentina a la distancia?
–En general, necesito visualizar los lugares donde van a pasar las historias. Estudié en Manchester literatura inglesa, me encanta esa literatura, la lengua, me gustan sus paisajes, y varias veces tuve la oportunidad de ir allí por trabajo. No había una necesidad política o histórica, sino más bien un escenario familiar y un cruce de culturas desde los que mirar la Argentina. Cada vez más, desde que estoy acá, me pregunto si uno tiene más de un lugar de pertenencia. ¿Somos capaces de ir adaptándose a distintos sitios? Hannah Arendt decía que ella nunca se sintió de ningún lugar, que suyos son sólo sus seres queridos. Yo pienso que vos podés ir añadiendo capas, de la vivencia o la idiosincrasia, pero uno pertenece al lugar de origen, por eso lo que pasa allá, en Argentina, duele más que lo de cualquier otro lado.
Mandar todo al diablo
En una voltereta del destino –un viaje familiar a Londres, de donde provienen los Dodds–, ese malestar interno lleva a Dorothea a escuchar el consejo de una prima cercana, y animarse a patear el tablero. O “Mandar todo un poco al diablo”, como se lee en clave en el índice, en guiño al admirado Enrique Vila-Matas.
El trabajo que encuentra consiste en cuidar casas y mascotas, durante la ausencia de sus dueños. Curiosamente, será en ingresando a esas casas ajenas de la campiña inglesa, a través de la mirada y los comentarios de los otros, que Dorothea irá repensando su propia historia. A través de los audios y reseñas que recibe. Incluso en la interacción con las mascotas: “No hay nada, Dorothea, no hay nada, son tus fantasmas”, repite lo dicho en voz alta el loro de una de las casas que cuida, en uno de los muchos momentos de humor y sensibilidad de este viaje demorado y, a la vez, iniciático.
–Dorothea y Mary se necesitan y complementan. Un poco como las figuras de los dobles en las sagas de los superhéroes: donde está una, no está la otra. ¿De qué modo pensaste esta tensión entre ambas, y por qué decidiste que Mary fuera la otra narradora de la novela?
–La que incentiva la aventura de Dorothea es su prima, Mary Lebone. Ella puede ver su deseo, mensurarlo, calcularlo. Si bien la culpa por abandonar a sus padres es gigante, en un momento dice “bueno basta, sin tanto cuestionamiento”, ahí es donde Dorothea dice que se siente una mujer sin biografía. A su vez, Mary es la otra narradora de la novela, algo que me sirve, por un lado, porque cuando Mary intercambie su rol con Dorothea, y esté en Buenos Aires, su mirada nos permite conocer la vida de Dorothea en los zapatos de Mary, sin necesidad de referirlo. Por otro lado, poder hablar con la voz de Mary, me daba esa oportunidad, esos efluvios de humor y optimismo que tiene la prima. Luego, entre Mary y Dorothea hay un equilibrio de tono, y de personalidades. Hay un momento en que Mary dice que ella es muy dada, sociable, pero se da cuenta que su prima y su tío, aunque se ven fóbicos y antisociables, ellos sí saben quiénes son. Ella, en cambio, se dispersa en lo social, y no tiene tanta profundidad sobre sí misma. Finalmente, creo que todas las personalidades son interesantes y necesarias.
–Te definís como una escritora clásica, más interesada en los personajes que en los temas. ¿Qué te interesa de este tipo de personajes?
–A mí lo que más me interesa es la psicología de las personas, no porque haya estudiado, sino porque evidentemente tengo la capacidad de observar, me da curiosidad cómo funcionan las relaciones. En mi novela anterior, ya hablaba de cómo algunas personas tendemos a equilibrar o adaptarnos, lo que invisiblemente se espera de nosotros, y por otro, a compensar. En el caso de esta familia, Dorothea claramente se somete a las exigencias del padre, compensa una madre ausente, un hermano difícil, que se permite faltar en el hogar porque ella está. Por lo general, suele ser así: los hijos, los hermanos, reaccionan de maneras muy diferentes a un mismo estímulo o contexto. Creo que mi trabajo o mi literatura siempre está tratando de entender las relaciones, en particular, en las familias. Aunque después, esa personalidad se replique en otros entornos, en lo social.
–¿Cómo nació, entonces, el personaje de Dorothea?
–Yo hace muchos años que estaba con este personaje en la cabeza. Fue con la lectura de un texto de Piglia incluido en El último Lector, que dice cómo se llevaban Franz Kafka y Felice Bauer, que asocié con la imagen que yo tenía de Dorothea. Piglia dice que, más allá de ser su prometida, Kafka la ve como la “mujer-máquina-de escribir”, la copista, la lectora ideal de sus manuscritos. Me maravilló, pensé: “Dorothea es como un Bartleby mujer”. Bartleby es un personaje que me fascina, como el Wakefield de Hawthorne. Pensé que Dorothea, la mujer sin biografía que escribe la biografía de un hombre, era un caso como el de Kafka: una copista que también pasa en limpio los textos del hombre que ama: su padre.
–El padre de Dorothea tampoco puede valorar su obra, su estilo “más fantasioso”: los considera bocetos menores.
–El padre de Dorothea la quiere, pero necesita que la relación se mantenga por los carriles que él va marcando, que es típico de las personalidades más narcisistas. Como Kafka, que quiere a Felice porque es su lectora fiel. He visto muchas parejas de artistas, en las que está el gran artista, y quien está al lado, suele ser un sostén. En la novela se dice que Dorothea es su bastón o bastión vital. Un amor un poco egoísta. Por otro lado, hay otra figura, un pintor, S. L. Lowry, un pintor real de Manchester. En su biografía, cuenta que pasó con su madre algo muy parecido, hasta que a los veintipico, él decide que quiere pintar, y se pone firme, y construye una obra importante, hoy presente en muchos museos. Hay personas grises, que trabajan en sus monoambientes, y paralelamente construyen obras monumentales.
–Tanto la prima Mary como Ricardo, ese novio inconstante, tan gris como ella –con sus propios secretos y su propia orfandad–, valoran la obra de Dorothea, la alientan a hacer algo con ello, sin embargo, hay algo que Dorothea no termina de asumir, algo del orden de la inscripción, de la huella que no talla.
–En mi opinión, Dorothea necesita pintar orgánicamente, no para sobresalir, para exhibirse, por los demás. A Dorothea le gusta el arte porque sí. Distinto a lo que el padre quería hacer con el hermano, fotógrafo, con toda la pompa. Ella es todo lo contrario a lo que pasa hoy en términos de comunicación, con las redes sociales, internet. No necesita probar nada. Quizás sí el aval del padre. Como dice el acápite del Diario de Beatrix Potter: cuanto más duro está todo, más necesita pintar.
Entre las apps, el QR y Facebook
En la novela, una app habilita el recorrido por casas, se menciona la biografía de Robert Dodds escrita por la propia Dorothea en Wikipedia, los dueños escriben reseñas elogiosas del paso por su casa, incluso el libro trae un QR con las canciones (reales) que les dedican los Gilmore, dueños de una de las casas, a Dorothea y Mary. Hace tiempo que Facebook es una aplicación más elegida por adultos (y adultos mayores) que por jóvenes, muchas veces entendida como compañía o facilitadora de puentes sociales.
–¿Cuál es tu relación con las nuevas vidas digitales?
–Si fuéramos a mis gustos, yo preferiría no tener que incluir esas cosas, pero sería un error técnico que no lo hiciera. Al vivir Dorothea y Mary en dos países distintos, y al tener que comunicarse, tienen que usar las herramientas que hay. No creo que Dorothea sea una gran tecnológica, pero como mucha gente grande ahora, se acostumbra a usar esas herramientas. En Inglaterra, lo de House & Pet sitting –el cuidado de casas y mascotas– está súper extendido. Hay gente que puede pasar un año entero de casa en casa. También me interesaba, como dato de la realidad, el uso de los apps que alquilan departamentos amueblados con los objetos de sus dueños, sin que medie contacto humano. Da para pensar historias.
–La vida en miniatura es, finalmente, una historia sobre la soledad, como confirma ese breve, pero hermoso intertexto de la novela que es “Eleanor Rigby”, y el personaje de Father Mackenzie, clave en el proceso de cambio de Dorothea. ¿Cómo imaginaste que podía darse este cruce entre dos mundos ficcionales?
–Más que intertexto, lo pienso como un cameo. Siempre me gustaron los Beatles, y la letra de «Eleanor Rigby», creo, en muy pocas estrofas, te da entera una novela. No fue lo que hice, pero me di el gusto de poner unos condimentos. Del mismo modo que tomé cosas del libro Hijas escritoras de Maggie Lane, porque ese libro me aportó mucha información de escritoras –en su mayoría inglesas, aunque también aparece Emily Dickinson–, con relaciones muy complejas con sus padres y con sus madres (por ausencia). Un gran amor, mucha admiración, una inmensa necesidad de ser reconocidas por el padre, y encontrar un lugar al lado de ellos: George Elliot, Virginia Woolf, Elizabeth Barrett Browning, Charlotte Brontë, entre otras. Hay un sinfín de detalles en ese libro que de algún modo me acompañaron en la construcción de esta familia.
—Natalia Ginzburg