«Yo soy tu padre», espeta Darth Vader a Luke Skywalker y la sorpresa ante el anuncio entronca directamente con las revelaciones finales de la tragedia griega. Todo estaba ya inventado. Saber quién es tu padre es importante pero indagar sobre quién es o era realmente y cómo ha repercutido en ti como una influencia fundamental, la semilla de quien eres, es algo bastante más sofisticado. La paternidad es una figura que la literatura ha retratado en una gama que va desde la más profunda extrañeza y el amor hasta la más extrema aversión o la ausencia. Son muchas las novelas o las memorias que descansan en la indagación sobre quién demonios era de verdad el padre del protagonista o del autor-narrador – en el caso de la autoficción- y en el retrato compasivo o no de esa figura. Es muy posible que en el kilómetro cero de esa tendencia se sitúe el más terrible de los padres, el de Franz Kafka, tiránico y maltratador, que solía llamar insectos a sus empleados e inspiró así a su hijo la gran metáfora de La metamorfosis. Kafka jamás mostraría su Carta al padre a su destinatario.
La mirada a las madres no suele ser tan terrible, aunque haberlas haylas, especialmente en las complejas relaciones madre-hija que recorren la espina dorsal de buena parte de la literatura escrita por mujeres. Dos ejemplos recientes de pura ficción son Madre e hija de Jenn Díaz, o Mi nombre es Lucy Barton de Elizabeht Strout. A ellas hay que añadir la aportación, más bien escasa, de algunos escritores como Richard Ford en el magnífico retrato Mi madre o Albert Cohen en El libro de mi madre, ambos hijos únicos, ambos con sentimientos de culpa, incapaces de estar a la altura de la generosidad materna.
“Hablar del padre o de la madre forma parte del pacto autobiográfico –asegura Paloma Díaz-Mas que acaba de publicar Lo que olvidamos (Anagrama), una novela inspirada en el alzheimer que padeció su madre-. Los elementos autobiográficos no solo parten de tu propia vida sino también de la relación con tus antecesores. Todas las narraciones sobre padres y madres se basan en la visión del protagonista, que suele tener una voz bastante autobiográfica, y en su relación con esa otra persona”. El libro de Díaz-Mas –delicado y profundo- y el también intenso del argentino Eduardo Berti, Un padre extranjero (Impedimenta), con una fuerte impronta autobiográfica, son un perfecto ejemplo de esta habitual orientación a levantar el acta de la vida familiar.
EDUARDO BERTI
Un padre extranjero
El argentino Eduardo Berti (Buenos Aires, 1964) siempre se había dedicado a la ficción, además es uno de los 40 integrantes del Oulipo, un grupo de experimentación literaria creado por Raymond Queneau. Así que una novela como Un padre extranjero, que muestra la extrañeza que le produjo darse cuenta de que su padre era en realidad rumano, es toda una anomalía. Berti, aunque parezca italiano, es una derivación de un apellido centroeuropeo, un punto de partida que lleva al autor a desentrañar otras incógnitas, como en un relato policiaco.
“El detonante de este libro fue descubrir para mi gran asombro que mi padre en los últimos días de hospital había escrito una novela inconclusa en varias libretas. Darme cuenta de no le conocía realmente. Y también caer en la cuenta de que esta idea de la identidad transformada estaba ya en por lo menos dos cuentos y mi primera novela”. Paralelamente y como contrapunto a la historia personal de Berti se cuenta la de otro trasterramiento, el que vivió Joseph Conrad, otro hombre que cambió de país y de lengua y que según sus palabras llegó a vivir tres vidas.
Fue la lectura de las memorias de la esposa de Conrad, la británica Jessie, marcadas por un escaso sentido de la trascendencia, las que interesaron especialmente a Berti. Cuenta Jessie Conrad cómo en un momento dado la fiebre llevó a su marido a delirar en polaco, su lengua materna, que ella no comprendía. Una escena no muy distinta reprodujo el padre del autor argentino en su rumano natal. “Hay un momento en las memorias de Jessie en las que la pareja toma el tren en su luna de miel y mientras entran en un túnel ella siente que está con un hombre al que apenas conoce, creo que eso es algo que en algún momento también se le ocurrió a mi madre cuando apareció ese hombre con un pasado tan desconocido como mi padre”.
El libro lleva al escritor a hacerse preguntas sobre la ‘identidad’. “Hice varias reflexiones sobre ese tema pero al final las dejé fuera de la novela. Una de estas ideas tiene que ver con la ambivalencia de la palabra identidad. Por un lado es lo que nos hace diferentes y por el otro, indica que eres idéntico a los demás. Así somos, el nombre esdistinto, pero con el mismo apelllido que el padre o la madre, los genes nos diferencian pero a la vez heredamos una gran parte de ellos. Es algo fascinante”.
Elena Hevia