Trabajó como profesor de escuela, periodista, intérprete para solicitantes de asilo en Suiza e incluso barrendero. Ahora Mijaíl Shishkin (Moscú, 1961) es uno de los escritores rusos más importantes, muy crítico con el régimen de Vladimir Putin. Ha ganado, entre otros, el premio Booker ruso y el Strega europeo. Actualmente vive en Zúrich y tiene la doble nacionalidad, rusa y helvética. El sello Impedimenta rescata «Mi Rusia. La guerra o la paz» cinco años después de su aparición. En el prólogo para la edición española escribe que el ataque ruso a Ucrania en el 2022 fue «la continuación de una guerra infinita que durante siglos viene librando el sistema autoritario de Moscú contra su propio pueblo y contra el mundo entero», y lamenta que lo que escribió en este ensayo en el 2019 «cada día que pasa se vuelve más actual».
—En el libro dice que Rusia necesita siempre un omnipotente soberano salvador. ¿Por qué?
—Mi Rusia no necesita ningún hombre fuerte ni ningún zar omnipotente. Mi Rusia es un estado democrático y de derecho, pero lamentablemente ese país no existe, sino que es un Estado que por su estructura es prácticamente el mismo que existió en la época de la Horda de Oro medieval, una pirámide de esclavos encima de la cual se halla un kan, un zar o un presidente. Esa gente no tiene voz ni derecho a la propiedad privada. Esa pirámide se basa exclusivamente en la fuerza y la violencia y tiene una gran resiliencia. El único problema que tiene esta pirámide es la transición del poder, porque tiene que ser encabezada por un líder fuerte que ha demostrado a todo el mundo que es el zar de verdad.
—El ruso solo conoce ese sistema.
—La población rusa no tiene una experiencia distinta de cómo organizar la vida, nunca ha vivido «Rusia es una pirámide de esclavos en cuya cima está el zar o el presidente» en democracia ni bajo un Estado de derecho y no sabe cómo funcionan. Generación tras generación, dependieron del poder de las autoridades como si fueran rehenes y han desarrollado hacia ellas un síndrome de Estocolmo. Es un sistema basado en el miedo, creen que si muestran amor y lealtad eso les ayudará a sobrevivir. La sabiduría popular dice no se puede desear la muerte a un zar malo porque el siguiente puede ser aún peor. En un Estado democrático el poder depende de los votantes, mientras en una dictadura es la población la que depende completamente de las autoridades, que siempre están arriba y hay que aceptarlo, es como el cielo que siempre está por encima de ti, hagas lo que hagas, lo cual hace que la figura del zar o el presidente se vuelva sagrada.
—Señala usted que ya comenzó la búsqueda de un nuevo zar que reemplace a Putin, pero todo indica que sigue estando fuerte.
—La búsqueda de un nuevo zar es algo perpetuo, ocurre siempre, porque la esencia del sistema es la lucha por el poder y en cuanto nota que el zar se está debilitando inmediatamente se inicia la búsqueda de un nuevo líder, porque el zar de verdad siempre es victorioso. Putin empezó una guerra pero no puede ganarla, los patriotas así lo entienden y le critican, y el poder se defiende encarcelándolos o matándolos como a Prigozhin. Y, además, no sabemos si este Putin es de verdad o de mentira, no tenemos ninguna prueba de que esté muerto, pero tampoco de que siga vivo. En todo caso, ya está ocurriendo una guerra por el trono y el problema no es que haya o no un nuevo Putin, sino que cualquier nuevo Putin va a hacer esfuerzos por seguir fortaleciendo este régimen.
—En el 2013 denunció al régimen como «criminal» y «corrupto»; en el 2019 escribió este libro. Pero Occidente no quiso ver lo que iba a suceder. ¿A qué se debe esa ceguera sobre Putin?
—Es una buena pregunta, me gustaría saber la respuesta. La gente quiere oír lo que quiere oír. Nadie quiere una guerra. Lo mismo pasó antes de la Segunda Guerra Mundial, había gente que era plenamente consciente de quién era Hitler y, sin embargo, los políticos occidentales promovían una coexistencia pacífica con él porque decían lo que querían oír sus votantes, la paz. Al final tuvieron que aceptar las palabras de Churchill, que dijo que el futuro deparaba sangre, sudor y lágrimas. Lo mismo ha pasado ahora: los políticos tienen que decir lo que quieren sus votantes para que los vuelvan a votar. Y si llaman a la guerra van a elegir a otros que llamen a la paz. El régimen de Putin lleva usando mucho tiempo este hecho en su lucha contra Occidente, le da igual a qué políticos o partidos sobornar, pueden ser de derechas o izquierdas. El régimen criminal que se formó en los 90 en Rusia no habría existido sin el apoyo de bancos, abogados y políticos occidentales. Se acabó convirtiendo en un monstruo y Occidente tiene la responsabilidad de matarlo, pero le resultará mucho más cómodo estrecharle la mano al próximo Putin si promete controlar el arsenal nuclear. A los políticos occidentales en realidad no les importa en absoluto si en Rusia hay democracia o dictadura, solo les interesa que se controle el arsenal nuclear.
«Hemos crecido en un país donde todo era mentira, pero para sobrevivir había que aceptar esas mentiras y repetir palabras falsas », asegura el escritor ruso Mijaíl Shishkin. «Ahora seguimos igual, para sobrevivir también hay que repetir lo que dice el poder, aunque uno no se lo crea, pero a la gente le resulta más fácil creer en la mentira», insiste para poner un ejemplo. «Imagínese que usted es el padre de un soldado ruso muerto en Ucrania. Puede elegir entre dos versiones, que su hijo es un nazi y fue allí a matar a los que querían construir un régimen democrático, y tiene que sentir vergüenza por ello; o que su hijo es un héroe, fue a Ucrania a combatir a los nazis ucranianos apoyados por Estados Unidos y a defender nuestra cultura, nuestra lengua, y ha muerto como un defensor de la patria, y usted puede estar orgulloso». La elección es fácil.
—¿Puede haber una revolución popular en Rusia que deponga a Vladimir Putin?
—No. Aquel movimiento de protesta que fue encabezado por Alexéi Navalni era totalmente pacífico, pero hemos visto que las protestas pacíficas contra un régimen violento no tienen éxito ni futuro en Rusia, donde han sido reprimidas. Por otro lado, existe la experiencia histórica de que la lucha contra el régimen con las armas lleva a una guerra civil y a más violencia y en Rusia ya llevamos mucho tiempo en ese círculo vicioso. La pregunta clave de la historia rusa es: ¿cómo salir de ese círculo vicioso? Próximamente no veo ninguna posibilidad de que haya democracia en Rusia. Pero soy optimista a largo plazo y creo que, tarde o temprano, se establecerá una democracia, pero no próximamente.
—Enrique Clemente