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Premio Nacional a la Mejor Labor Editorial Cultural 2008 (Grupo Contexto)

Cuentos incompletos — La voz del sur — 31 de julio de 2024

Agosto es un mes estupendo para cuentistas… e incluso para escritores de relatos. Está bien lo de llevarse a la playa o a la montaña, un libro de relatos, por la simple razón de que así puedes llevarte otro. Lectura sincopada. No obstante, aunque en estas líneas recomienda cuatro, este cronista no acaba de decantarse por un salteado de dos libros de relatos –y menos de tres o cuatro, que hay lectores malabaristas–, mejor siempre meter por medio una novela. Aunque se trate de escritores de estilos muy distintos, llega un momento en el que, como haya un tema similar, un asesinato, algo de sexo, alguna humorada en la playa, la lectora o el lector, al día siguiente, sobre todo si ha habido una salida veraniega de por medio –recuérdese que estamos en agosto–, puede no tener claro del todo quién era el escritor de qué, quién copulaba con quién o quién le daba pasaporte a otro quién, con el problema añadido de acabar mezclando personajes.

Algo parecido me ha pasado acabando los Cuentos incompletos de TC Boyle y empezando Un lugar soleado para gente sombríade Mariana Enríquez. Hay un relato de Boyle en el que aparece, digamos, el diablo haciendo de las suyas, y claro, si luego tiras con los cuentos de terror de Enríquez, pues hala, ya la tienes liada.

Boyle (EE.UU.) es uno de esos escritores malvados, divertidos de fondo… y también de golpes, de golpazos, diría yo. Es un escritor al que conocía de una novela como El fin del mundo –probablemente su obra más famosa junto con El balneario de Battle Creek, sobre todo debido a la película– pero le tenía un poco perdida la pista desde que dejó de publicar con Anagrama. En los Cuentos incompletos, los veraneantes podrán descubrir de lo que es capaz un chimpancé en una avioneta, lo bien que se lo pasan los estadounidenses en la costa del Pacífico de México tomando sus margaritas y sus chelitas o qué consecuencias puede tener enrollarse con alguien en la Alaska profunda, en una colección de relatos probablemente muy amplia (Impedimenta) y, de manera deliberada, con algunos relatos menores para ver la evolución del autor… pero bueno, es uno de esos volúmenes para siempre, de esos que si a tu pareja le dan pereza los 700 paginones y pico siempre puedes darte pisto y decir: «tranqui, yo te selecciono diez relatitos», así, a lo galán, como el que presta una chaqueta una noche en la que, de repente, se levanta fresco.

—Carlos Piedras