Uno lee la última frase de «Matamonstruos«, la nueva novela de Jon Bilbao (Ribadesella, 1972), y al momento le acude la certeza de que, como lector, acaba de culminar uno de los proyectos narrativos más poderosos y sugestivos que se han levantado en estos últimos años. Leer «Matamonstruos« significa también poner en perspectiva lo que se lee, sin despegarse de que, aunque hoy lo que importe sea la novela que acaba de publicarse, conviene no olvidar de dónde se viene.
El lector culmina un proyecto narrativo; también, como es lógico, el autor. «Basilisco« y «Araña» son los dos títulos anteriores del, vamos a decirlo así, Proyecto John Dunbar, el nombre del protagonista que deambula, busca y lucha a través de las tres novelas. Un personaje con tanta fuerza e impronta que cabe pensar que fue su hallazgo el detonante de las historias que hoy se pueden disfrutar en las páginas publicadas por Impedimenta.
«Basilisco», por ser la primera de las tres, tiene mucho de relato introductorio, de creadora de una magnífica atmósfera que se mantendrá en los dos siguientes títulos: con una vocación más conclusiva y autorreferencial, especialmente «Matamonstruos«.
Bilbao nos va a sumir en un tejido de historias que se buscan, se riman y se guiñan los ojos; nos va a empujar a movernos por distintos planos temporales para darnos a entender que el rigor del tiempo se reblandece en la ficción, dueña de una relación singular con ese tiempo.
Porque una de las cuestiones más relevantes y mejor tratadas por Bilbao en «Matamonstruos« es la del poder de la ficción; la de su autonomía. La novela desemboca en la aparición de un grupo teatral que representa en la boca de una cueva aventuras de John Dunbar en presencia del verdadero John Dunbar (maticemos que al que yo llamo «verdadero» es un personaje de ficción) con lo que se escenifica otra de las cuestiones claves del libro: el mito de la identidad única o pura; Basilisco es Dunbar y viceversa pero en «Matamonstruos« a Basilisco se le quiere dejar a un lado por todo lo que representa de violencia, instinto; de mera supervivencia, al fin y al cabo. Hasta el punto de que, concluida la lectura, es razonable pensar hasta qué punto Basilisco y Dunbar no fueron más que una invención de otros personajes. Las dudas florecen y sólo se mantiene firme a lo largo de las páginas la certeza de la ficción: menuda paradoja, pero en el caso de un novelista, de un narrador, esto tiene tanto sentido como que si abrimos un grifo lo normal es que salga agua. O no, y es ahí donde medra lo fantástico e inexplicable.
Probablemente, si abriéramos ese grifo, en lugar de agua saldría una araña; esa araña que da título al segundo volumen de la saga y que vuelve a tener su lugar destacado en «Matamonstruos«. Símbolo, metáfora o cruda realidad, lo cierto es que la araña siempre aparece en momentos claves del relato. Una araña que nos remite al cine fantástico de serie B que forma parte de la educación estética y sentimental del escritor Jon: tanto de autor de carne y hueso como del Jon también escritor pero personaje de un libro que comienza en un cine y acaba en un cine.
En una historia de umbrales: los de las cuevas; los de la residencia familiar en Ribadesella; os que se establecen entre ficción y no ficción… el cine está llamado a ser un umbral definitivo; la razón que obliga a cambiar definitivamente la manera de contar historias: a lo largo de las páginas de «Matamonstruos« asistimos al ocaso de formas de representación: el teatro ambulante, el escritor de novelas de baratillo… pero la escritura se resiste. Se niega a callar y encuentra su razón de ser en la raíz, en los orígenes. Esto es lo que Bilbao quiere que no olvidemos: los formatos pueden cambiar pero la esencia de un buen relato no cambia tanto.
En una estupenda conversación que el crítico de cine Carlos F. Heredero mantuvo con el cineasta Víctor Erice para la revista «Caimán. Cuadernos del cine«, con motivo del estreno de «Cerrar los ojos«, el directo de «El espíritu de la colmena« afirma que «remontarse hasta el origen es lo propio de la experiencia artística«. Y es en ese regreso al origen donde yo sitúo la última novela de Bilbao junto con sus dos predecesoras. Origen que hay que buscar en la literatura de género, en concreto en el western, porque además de lo mucho y elogioso que podamos decir de la escritura del autor de «Estrómboli», está la cuestión del género. Se parte de una raíz, de un modo ya clásico para trascenderlo: ir más allá sin desenraizarse.
También se puede leer «Matamonstruos« como una entretenida novela de aventuras, aunque la parte final y las incursiones del tiempo actual, apoyadas en la novela breve «Los extraños«, no libran al lector de una reflexión necesaria: «Una arte de la ficción siempre permanece fuera de nuestro alcance, se niega a dejarse domar y a servir de alivio a nuestras necesidades. Las ficciones se apilan unas sobre las otras, se construyen torres que no necesariamente se vuelven más esbeltas a medida que se elevan sino que puedan engrosar, aspirando a emular la base en que se apoyan, nuestra realidad, no olvidemos, a emularla en lo complejo y lo tangible, pero declinando imposiciones, condicionamientos y servidumbres«.
Reducida a un gesto «Matamonstruos«, digamos que la novela supone el gesto de poner límites a la ficción. Construir sin servidumbres o al menos sin la servidumbre de entretener por entretener. No hace mucho le leí a la directora de contenidos de Netflix decir que su objetivo era entretener, pues la calidad es subjetiva y ella no es una intelectual.
Cuidado con las ficciones de tarifa plana.
Jon Bilbao nos salva de eso.
—Fernando Menéndez