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Premio Nacional a la Mejor Labor Editorial Cultural 2008 (Grupo Contexto)

«Theodors», de Mircea Cărtărescu: la literatura es el único templo del mundo ante el que me inclino — El Mundo — 23 de septiembre de 2024

Hace casi 40 años, un joven Mircea Cartarescu (Bucarest, 1956), ya plenamente infectado de literatura, encontró en las Cartas del político y diplomático rumano del siglo XIX Ion Ghica la curiosa historia de un criado valaco fugado que, por azares del destino, podría haberse convertido en el emperador etíope Tewodros II.

Durante décadas, esta rocambolesca posibilidad estuvo rondando en la mente del escritor, que tras el éxito en 1990 de su poema El Levante, su trilogía Cegador y, especialmente, de su novela Solenoide, que le dio la fama internacional, construiría una sólida carrera literaria jalonada de galardones como el Premio Europeo de Literatura, el Formentor, el FIL de Gudalajara o, este mismo año, el Premio Literario de Dublín. Y, finalmente, se decidió a escribirla.

«Como usted sabe, en el mundo real eso fue imposible. Tudor, el ambicioso criado valaco que existió en realidad, desapareció a los diecinueve años y nunca más se supo de él. No podía, de ninguna manera, convertirse en el tirano de Etiopía a mediados del siglo XIX», reconoce Cartarescu a La Lectura poco antes de embarcarse en una gira por varias ciudades de Estados Unidos. «Pero la literatura está hecha de imposibles, por eso he intentado cumplir en la ficción lo que la realidad no permitía: la realización de un gran sueño».

Poeta antes que novelista -«mis novelas, al igual que los relatos reunidos en libros, son en realidad poemas», explorador de los límites entre la literatura onírica y la fantástica y recurrente candidato al Premio Nobel -algo de lo que detesta hablar-, en Theodoros (Impedimenta) Cartarescu sublima las grandes virtudes introspectivas y creativas del grueso de su obra anterior, marcada por un lenguaje único, añadiendo, además, nuevas facetas.

«Cualquiera que lea Theodoros se verá sorprendido, sobre todo por su envergadura épica. Ninguno de mis textos se parece tanto a una novela: incluye muchos personajes, reales e imaginarios, escenas de batallas y escenas amorosas, sucesos picarescos y giros en la trama. No es una novela realista y mucho menos una novela histórica. La realidad, de hecho, me aburre espantosamente«, sostiene el escritor, que añade: «Todos los detalles históricos y geográficos de mi libro son reales y verificables, pero eso forma parte de las reglas del juego: me he divertido mucho haciendo de esta ficción un mundo creíble. Theodoros tiene una apariencia de realismo histórico, pero es de hecho un gran cuento, como Las mil y una noches, como Cien años de soledad o como la Biblia.¿Qué narra pues, Theodoros? Simplificando, se trata de la historia de un ambicioso y soñador muchacho criado en la Valaquia rural de principios del XIX que después se convierte en un temido y sanguinario pirata en el Egeo y, más tarde, llega a usurpar el trono y ser emperador de una Etiopía devastada por las guerras civiles.

Como coro, Cartarescu construye la que es, quizá, la más bella narración literaria sobre la relación amorosa entre el rey Salomón y Makeda, la famosa reina de Saba. Así, 3.000 años y cuatro regiones culturalmente muy diferentes despliegan sus secretos ante el lector tamizadas por la absorbente y cadenciosa la prosa del rumano.

En parte, Cartarescu reconoce que este libro nace de «una intensa nostalgia por el pasado y por mi faceta oriental. Está la nostalgia ensoñadora de Flaubert en Salambó, pero también la precisión en el uso del color local», dice. «Violencia, crueldad, pasiones extremas, vida en mares y océanos, peligros a cada paso, la búsqueda del Grial, exotismo… Todo poco compatible con el mundo contemporáneo», bromea.

No en vano, tras auscultar con pericia el siglo XX rumano, en especial la época del régimen comunista que le tocó vivir, el autor vuelve a su adorado siglo XIX. «Sigo fascinado por esa época increíble de nuestra historia. Fue un siglo híbrido, una transición colosal entre el clasicismo y la modernidad en la cual convivieron el más brutal y odioso colonialismo con la poesía más delicada y con las innovaciones tecnológicas más audaces. Este siglo es una especie de novela ya escrita, extraña, divertida y estremecedora, que espera a su autor y sus lectores».

Pero a pesar del telón que envuelve esta «especie de mecanismo de relojería barroco de cuyas casitas salen cada hora unos personajes vestidos en colores vivos», Theodoros no es ajeno a las grandes obsesiones literarias del escritor: el poder de la religiosidad y las profecías, el mundo de los sueños y lo fantástico, la lucha constante entre el bien y el mal, la búsqueda de respuestas al sentido de la vida o el poder de moldear el propio destino…

«Un trasplante de cerebro es, de hecho, un trasplante de cuerpo, puesto que nosotros somos nuestro cerebro», afirma. «Del mismo modo, un escritor no puede escapar de sus obsesiones porque él no es otra cosa que la suma de ellas. Puedes encontrar diferentes cuerpos para tu cerebro: cada libro es una especie de cuerpo, pero el mismo manojo de obsesiones profundas son el motor de cada libro mío, poesía, prosa o diario, de tal manera que mis libros forman un cuerpo con órganos vitales y órganos menos importantes, unidos por el mismo ADN, que es la firma de cualquier escritor».

Enmarcados trama y contexto, queda indagar en el personaje de Theodoros, cuya ambición sin límites le empuja a la crueldad extrema y a un descenso a los infiernos donde metáfora y realidad se funden. «Theodoros es un ambicioso arquetípico que no se conforma con ningún objeto de su ambición. Toda su vida es una continua ascensión en la escala social, que se convierte así en una metafísica. Al igual que el niño Ullikummi de la mitología hitita, Theodoros quiere subir hasta el cielo y volcarlo para que todos los dioses caigan y quede tan solo él. Quiere ser el Padre, el Rey, el Sacerdote, Axis Mundi», explica su autor.

Sin embargo, Cartarescu apunta también que esta «es la historia de un pobre hombre como yo y como tú, como Gengis Kan y como la Madre Teresa, como Safo y como Stalin, como San Francisco y como Jack el Destripador… Los arcángeles escriben la historia de la vida de Thedoros, como escriben, en otros mundos posibles, también la mía o la tuya. Todos esos billones de historias están destinadas al Juez Supremo para que decida qué dirección va tomar cada individuo después de la muerte, de acuerdo con la infinitas mitologías del pasado y de hoy en día: a la izquierda, el Infierno, a la derecha, el Cielo».

Pero, por supuesto, este no es un libro religioso ni una especie de catecismo, afirma el escritor, quien explica que en su educación comunista «la literatura ocupó para mí el lugar de la religión, de la moral y de la filosofía a las que no pude acceder durante mucho tiempo. Leí la Biblia por primera vez cumplidos los treinta años y la releo cada año, como a Dostoievski, Kafka o Wittgenstein. Más allá de su intensa espiritualidad y de su penetrante verdad, la Biblia es una gran novela y un gran libro de poesía. No tiene ninguna importancia que seas creyente o ateo: la Biblia se impone como un libro fundamental de la humanidad«, sostiene.

Por ello, avanza que en su novela, «la sorpresa y la revelación es que Dios no es el Juez Supremo, sino el Lector Supremo. Él se entretiene con nuestras vidas tal y como nos entretenemos nosotros con los libros que leemos. Nosotros no juzgamos a Madame Bovary, vivimos tan solo el milagro del libro de Flaubert. Reímos y lloramos con el libro de Cervantes, sin pensar si Don Quijote irá al Cielo o al Infierno después de morir», reflexiona Cartarescu.

«La belleza de la literatura radica en que es al mismo tiempo una imagen del mundo y una imagen de sí misma. Puede admitir en su interior cualquier contenido con una sola condición: que vista un ropaje estético», defiende el escritor, para quien vida y literatura son una sola cosa. «Pero no debe ser leída como un texto periodístico o un discurso político. Es moral en la medida en que es artísticamente verdadera. Entonces es también testimonio y compasión y amor por la humanidad», asegura.

Por ello, prosigue Cartarescu, «nadie puede negar hoy en día la dimensión ética del texto literario, que sólo puede estar en contra de las diferentes clases de extremismo, de negatividad, de odio que existen hoy en el mundo. La literatura hace que el mundo sea mejor, y Theodoros es un himno dedicado al arte de la literatura, el único templo del mundo ante el que me inclino». La literatura aquí no son, claro, los escritores, ni siquiera él. «Jamás me he visto como un escritor, una persona importante o una figura pública. No quiero serlo. Vivo muy tranquilo, con mi familia, alejado del mundo literario», sostiene, al tiempo que argumenta que el gran éxito global de su literatura no significa nada.

«He sido el mismo desde el principio y no voy a cambiar jamás: un hombre que escribe mientras pueda sostener la pluma entre los dedos, con modestia y agradecimiento, sin pensar en ninguna carrera literaria y en sus beneficios», exclama antes de concluir diciendo: «Se perfila en mi mente un nuevo campo de fuerzas, se reúnen recuerdos y desarrollos inesperados, sopla un aire de libertad vivificante, ¡así que ha llenado el momento de un nuevo libro! Querría que fuera lo más diferente posible de Theodoros y de Solenoide, un libro que me sorprenda y me conquiste a mí en primer lugar. Pues si un libro no seduce a su autor, tampoco podrá seducir a los lectores«.

—Andrés Seoane