Mircea Cărtărescu explica al final de ‘Theodoros’ el origen obsesivo de un libro de amplias resonancias y ofrece una propuesta para su adscripción genérica: «Novela pseudohistórica de ficción». Para entonces, el lector ya ha hecho su propia catalogación, que tiene que ver con un Cărtărescu mirando inusualmente fuera de sí mismo y hacia un pasado legendario. En el núcleo del texto, un hecho cierto: un documento de 1883 que abre la posibilidad de que Tewodros II, el enloquecido emperador de Abisinia que firmó su sentencia de muerte desafiando a la reina Victoria, fuese en realidad un joven que escapó de la Valaquia rumana y llegó a África tras una sucesión de aventuras feroces e increíbles.
Lo que hace Cărtărescu es poner en pie esa hipótesis, pero a su manera, que no implica tanto buscar el hueco en la historia para la ficción como reconstruir directamente el mundo. En la página 16 Theodoros, «esposo de Etiopía y prometido de Jerusalén», ya se ha suicidado en su palacio de Magdala y su vida se proyecta como imaginaba Lichtenberg para el hombre mortalmente alcanzado por una bola de cañón: en un segundo, toda concentrada en un punto. Solo que esta vez la vida de Theodoros no la ve él mismo sino un narrador misterioso, múltiple y descomunal que le interpela de un modo extraño: «Aún estás vivo aunque hayas muerto».
Las siguientes seiscientas páginas completan un viaje circular y son una reconstrucción épica, vibrante y torrencial, rebosante de una capacidad de evocación abrumadora, de varios mundos (Valaquia, Grecia, Judea, África) y de la existencia de un hombre que es un guerrero sangriento, un tirano grotesco y un místico enloquecido que persigue y encuentra el Arca de la Alianza. El libro atrapa de un modo imponente lo sagrado y lo salvaje (magníficas, por ejemplo, las páginas sobre la Peste de Caragea) y presenta a cambio una constante desmesura. Sucede en cualquier caso algo particular en la escritura de Cărtărescu: incluso cuando la tensión desfallece y la mirada se dispersa, la ambición es tan grande y original que causa admiración. Sirva como ejemplo el modo en que esta novela asciende sin freno en sus últimas páginas hasta el juicio final. Cărtărescu asume el desafío escatológico y describe el postrero día, la destrucción del mundo, la resurrección de los muertos y cómo los arcángeles buscan a Theodoros «entre el oceáno de sangre» para que comience el escrutinio de su alma. Entonces se confirma que el libro es un informe para el apocalipsis –solo uno más, uno de tantos–, que para el autor rumano lo existente es una narración y que Dios es el «gran Lector» que cruza finalmente su mirada con el lector en un cierre que resulta al tiempo apoteósico y una enorme broma cósmica.
—Pablo Martínez Zarracina