Una de las premisas fundacionales de la ciencia ficción sostiene que cualquier tecnología lo suficientemente avanzada es indistinguible de la magia. Desde los inicios del género (el doctor Frankenstein y el galvanismo) se han explotado, a veces hasta el agotamiento, las posibilidades narrativas que ofrecen los últimos descubrimientos y adelantos científicos. Hoy es la IA, ayer los robots y, durante la que se conoce como edad de oro del género, la energía atómica y la radiactividad.
Partiendo de mimbres distópicos o catastrofistas, esta novela breve nos propone una variación sobre uno de los temas recurrentes de la ciencia ficción dura, el del último hombre vivo. Termush es un poco una crónica del fin del mundo, muy subjetiva y apasionada, a partir del testimonio de un testigo directo.
Publicada originalmente en 1967 y recuperada ahora por Impedimenta, esta claustrofóbica pesadilla de Sven Holm funciona mejor como tratado sobre el horror que como thriller psicológico. Arranca como mandan los cánones, cuando lo peor ya ha sucedido. El planeta está arrasado y lo que se viene es un largo invierno nuclear. Perfectamente a salvo en unas instalaciones secretas “resiste” un puñado de personas lo suficientemente ricas y previsoras como para haber reservado a tiempo el único búnker que garantiza la seguridad ante este tipo de eventualidades. Indistinguible de un hotel cinco estrellas y con una política de empresa imbatible: “Dentro de los límites no existe ningún peligro. Al otro lado te espera una muerte segura”.
Con todo, también en el complejo se suceden las desapariciones, los suicidios y hasta unos inexplicables ataques provenientes del exterior. Además, hay rumores sobre grandes grupos de refugiados, solicitantes de asilo a los que el protocolo no aclara cómo tratar. Y el condicionamiento mental que, de manera descarada, ejerce la organización y ha dejado de ser efectivo, de ahí que los dilemas morales que se plantean vayan haciendo mella en quienes todavía conservan un rastro de conciencia.
Cuando parece imposible ir a peor, uno de los supervivientes pide la palabra para hacer constar su impresión general de las cosas. Sobrado de recursos retóricos y prestigiado por cierta pátina de filósofo humanista pero, sobre todo, desde la posición de superioridad que le otorga el privilegio, nos llama a reflexionar acerca de la compasión, la solidaridad. Y ahí ya la peripecia aventurera muta definitivamente en parábola metafísica.
—Miguel Artaza