Existe una conexión secreta entre un lugar geográfico y unas coordenadas de pensamiento. La poesía del británico Simon Armitage se halla enraizada en su West Yorkshire natal: su idiolecto, sus paisajes o su carácter están profundamente vinculados a esas latitudes. El lector podrá hacerse una idea gracias a Avión de papel, la antología publicada por Impedimenta y que, en excelente traducción de Jordi Doce, ofrece una amplia panorámica del autor, desde su primer libro, Zoom!, de 1989, pasando por sus adaptaciones al inglés contemporáneo de clásicos como Sir Gawain y el Caballero Verde, hasta una muestra de sus poemas recientes, que datan de 2014 –fecha de publicación de la obra original–, pero que, como nos advierte el prólogo, formaron parte de su siguiente libro dos años más tarde.
Comparado frecuentemente con Philip Larkin y Ted Hughes, aunque deudor, como él mismo admite, de la línea norteamericana de Frank O’Hara o James Tate, el trabajo de Armitage transita por las cosas y las situaciones cotidianas; si se eleva, es solo para tomar la medida antes de bajar de nuevo. Estamos ante una poesía que presta oído a la calle y que gusta de la musicalidad que en la tradición ha acompañado al género (de hecho, encontramos canciones difíciles de versionar y de las que el traductor siempre sale bien parado): no es de extrañar que Armitage haya definido a la poesía como un arte de lo vertical y, pese a haberse servido de él, exprese reparos respecto al poema en prosa.
Los recuerdos de su tiempo como agente de libertad condicional, las referencias futbolísticas o el humor oscilante (de lo amargo a lo ácido) resultan palpables, como en «Temporada de grosellas», donde el asesinato y cierto tono naíf intersecan con esta fruta, cuyas connotaciones en el idioma inglés apuntan a un tercero en discordia dentro de una relación de pareja. Los personajes que desfilan por estas líneas no suenan impostados, al contrario, se hallan retratados con hiperrealismo (fieles a sus dejes y sus maneras). Hay también aquí una pregunta por la identidad nacional, un juego con el canon y, sobre todo, una fascinación por un proceso: estudiar como en una miniatura eso que le ocurre al hombre de a pie. Ese sería, a su juicio, creo, un «poema logrado».
«Ha comenzado con una fundación de poesía en Leeds, ha llevado a cabo labores de embajador y acostumbra a acudir a las bibliotecas cada vez más esclerotizadas por la falta de fondos»
Sorprendentemente, el actual poeta laureado británico —sucesor de nombres como William Wordsworth, el propio Ted Hughes o su antecesora inmediata Carol Ann Duffy— aún no había sido vertido al español; ahora, tras algo más de cinco años en ejercicio, y después de 450 botellas de vino de jerez o sherry (sí, el cargo viene con un pago de 90 botellas anuales), Armitage pasea por nuestro idioma con una voz fresca (en esta ocasión, el adjetivo está bien traído, lo prometo) que traslada lo concreto (como el título Cloudcuckooland que transmuta a En Babia). En consonancia con su vocación de servicio público, no solo ha acercado varios clásicos a los nuevos lectores, sino que ha comenzado con una fundación de poesía en Leeds, ha llevado a cabo labores de embajador y acostumbra a acudir a las bibliotecas cada vez más esclerotizadas por la falta de fondos. Alejado de la torre de marfil, escribe desde un «intelecto en bata y zapatillas» (p. 197).
—Óscar Díaz