La editorial “Impedimenta” acaba de publicar Victoire. La madre de mi madre, una lúcida novela de la escritora antillana Maryse Condé (1937-2024) en la que la autora reivindica el legado de su abuela materna, Victoire Élodie Quidal; una cocinera que se convirtió en una figura legendaria de su época (finales del siglo XIX y comienzos del XX) en su Guadalupe natal. En esta obra, su nieta trata de mostrar el legado de aquella mujer que, “aparentemente, no dejó ninguno”, mostrando el nexo existente entre los sabores, colores y olores de las carnes y de las verduras que cocinaba Victoire, con los colores, saberes y olores de las palabras. Y es que, según manifestó en su día la autora, el deseo de creatividad que impulsa al escritor y al cocinero son exactamente los mismos. Uno usa palabras, el otro usa ingredientes, sabores y especias para crear belleza, placer, para agradar a las personas, para darles placer. De manera que hacer un tajín, o un potajé con especias y mezclas inesperadas y escribir un libro con un tema impactante, aderezado con metáforas e imágenes literarias atractivas, vendría a ser lo mismo.
VIDA DE LA AUTORA:
Maryse Condé –nacida Maryse Boucolon, en la isla antillana de Guadalupe, en el año 1937 y fallecida en la pequeña ciudad de Gordes, al sur de Francia, en el mes de abril de 2024, a los 87 años de edad– era hija de padres pertenecientes a la burguesía media de las Antillas. De joven, siendo estudiante en la parisina universidad de La Sorbona, se interesó por sus raíces africanas y casada con el actor guineano Mamadou Condé, se trasladó al continente africano para trabajar como profesora; concretamente a la Guinea revolucionaria de Ahmed Sekou Touré y más tarde a Senegal y a la Ghana de Kwane Nkrumah. Hasta que en 1970 regresó a Francia.
Y sería en aquel contexto africano cuando surgiría su primera novela: Heremakhonon (1976), la cual evoca el destino de Véronica, nacida como ella en el seno de una familia pequeñoburguesa guadalupeña y que, en el momento de su escolarización en París, se ve atraída por los movimientos de descolonización, lo que hace que decida marcharse a África como cooperante. Pero el encuentro con el continente africano le resultará decepcionante, pues la idea de independencia, al emparejarse con el marxismo inspirado y propalado por la URSS, desvirtúa las ansias de libertad, lo que hace que Verónica pierda rápidamente sus ilusiones por el África revolucionaria.
Con esta primera novela, la autora guadalupeña iniciaría una prolífica carrera literaria, centrada en los temas de la cultura, la raza y el género, así como en la búsqueda de la identidad. Fue así como en 1985 escribió Ségou (nombre de una histórica ciudad de Mali), novela en la que mostraba la cruda realidad sobre el colonialismo, la esclavitud y la religión a través de una familia real, durante el período comprendido entre los años 1797 y 1860. Convertido en un éxito de ventas, Ségou proporcionó a Maryse Condé fama internacional.
Fue así como en 1897, su novela Yo, Tituba, la bruja negra de Salem, mereció en Francia el Grand Prix Littéraire de la Femme (Gran Premio Literario de la Mujer). A esta novela siguieron otras de gran éxito, como La Deseada (1997), Corazón que ríe, corazón que llora (1999), Historia de la mujer caníbal (2003), La vida sin maquillaje (2012) y El Evangelio del Nuevo Mundo (2022). Todas ellas publicadas en España por la editorial “Impedimenta”.
En 2018, la carrera literaria de Maryse Condé la llevó a ser galardonada con el Premio Nobel Alternativo de Literatura y en 2021 recibió el Prix Mondial Cino del Duca, en reconocimiento a su labor humanista en la cultura.
En Victoire. La madre de mi madre, que, en su versión original, en francés, se tituló Victoire, les saveurs et les mots (“Victoria, los sabores y las palabras”), la escritora recuerda con entrañable ternura a su abuela. Una mujer de raza negra, pero de una blancura australiana, que, debido a las creencias supersticiosas de las Antillas (se la consideraba una Manín Guatá o una Nan-Guinnin: espíritus de los antiguos reinos africanos de Dahomey y de Guinea), causaba miedo entre la gente por este rasgo y sus ojos demasiado claros para ser una mujer negra.
Con el tiempo y debido a su extraordinaria destreza culinaria, Victoire Élodie Quidal pasó a trabajar con una familia de potentados de la isla de Guadalupe: el matrimonio formado por Anne-Marie y Boniface Walberg. Allí sus platos y originales recetas sorprenden a sus invitados, de manera que pronto su virtuosismo y excelencia como chef son buscados por la alta sociedad guadalupeña, que la demanda en sus cocinas.
Y es a partir de estos condimentos literarios, como la escritora reconstruye sus orígenes familiares, describiendo el crisol heterogéneo de razas que era Guadalupe y las demás islas circundantes de las Pequeñas Antillas, en los últimos años del siglo XIX y en los de comienzos del XX. Un paradisíaco territorio insular (formado por Guadalupe, las islas de Mari-Galante, Las Santas, La Deseada, San Martín y el islote Tintamarre) en el que convivían la población negra, la mulata y los blanc pays (descendientes de los colonos de la metrópoli francesa) que eran quienes ejercían el poder en el archipiélago.
Pero en esta novela, muy bien documentada, la escritora también ha hecho de historiadora, aludiendo –por ejemplo– a los ingenios azucareros, basados en la caña, cuya producción insular competía con el azúcar de remolacha del continente europeo y hechos pasados de gran trascendencia, tales como el terremoto de 1843 que devastó la isla de Guadalupe, o la erupción del volcán Mont Pelée en la isla de La Martinica, la cual tuvo lugar el 8 de mayo de 1902. Aquella terrible erupción originó un destructivo río de lava que arrasó en pocos minutos la ciudad de Saint Pierre y causó la muerte de miles de personas.
Del mismo modo, Maryse Condé introduce en la narración multitud de vocablos y expresiones de la lengua criolla guadalupana (un idioma que tiene como base la lengua francesa, con influencias de lenguas del África occidental y también del castellano, pues la isla fue descubierta en 1493 por Cristóbal Colón, quien le dio su nombre actual), todos con su correspondiente traducción, lo que añade mayor veracidad y calidad narrativa al relato, retrotrayéndonos a la época y paisajes en los que se desarrolla la trama.
Y lo más fascinante es que en aquel complejo cosmos de finales del siglo XIX que desvela Condé –con muchas reminiscencias todavía del pasado esclavista– Victoire, una mujer criolla que apenas podía pronunciar el nombre de sus platos en francés, emergió como una gran figura, convirtiéndose en una de las personalidades más importantes de la isla de Guadalupe, guiada siempre por una profunda convicción: ninguna labor es humilde si se aspira a la perfección.
—Luis Negro Marco