No fue el papel que lo lanzó a la fama. Ni mucho menos. Cuando Robert Rossen rodó El buscavidas (1961) Paul Newman ya había firmado actuaciones cinematográficas descomunales como El largo y cálido verano (1958), en la que Martin Ritt adaptaba una obra de Faulkner; La gata sobre el tejado de zinc (1958), en la que Richard Brooks filmaba un drama de Tennessee Williams; El zurdo (1958), que Arthur Penn erigía sobre un texto de Gore Vidal en torno a Billy el Niño; o Éxodo (1960), superproducción en la que Otto Preminger abordaba el nacimiento del Estado de Israel a través de la novela de Leon Uris. Son solo cuatro ejemplos, pero bien podrían ser más del doble.
Newman era ya en 1961 una estrella de Hollywood, aunque todavía habría de servir innumerables papeles inmensos para la historia del séptimo arte. Y, sin embargo, el campeón de billar Eddie Felson, extraído de la novela de Walter Tevis (San Francisco, (1928-Nueva York, 1984) con mano magistral por el ilustre artesano Robert Rossen, es uno de sus trabajos mayores. El joven arrogante y sin escrúpulos de ojos azules que desafía al mejor jugador del país, el Gordo de Minnesota, es una de sus recreaciones más emblemáticas. Tanto es así que 25 años después, en 1986, volvió sobre el personaje, entonces un hombre maduro ya retirado de la competición, y dedicado a un negocio de licores, que detecta el talento en el joven Vincent (Tom Cruise) y decide apadrinarlo. Precisamente, ese rol de tutor-mánager, sereno y más sabio, por los golpes que sabe dar la vida, que le preparó Martin Scorsese, le valió su único Óscar ganado en buena lid —ironías, un año antes le habían concedido la estatuilla honorífica—. Se lo arrebató además al saxofonista de jazz estadounidense Dexter Gordon, que —en su único, pero exquisito trabajo como actor— daba vida a Dale Turner, un músico autodestructivo, entre el alcoholismo y la depresión, inspirado en las existencias dolientes y al límite del pianista Bud Powell y el saxofonista Lester Young, y que en cierto modo era una imagen especular de Eddie Felson.
Newman hubiera cumplido cien años el pasado domingo. Su luz nunca se apagará. Pero para ayudar a comprender aquel virtuoso del billar ambicioso, rebelde y soberbio nada mejor que leer la novela de Walter Tevis, que el sello Impedimenta trae a las librerías —llegará el próximo de febrero— en una nueva traducción de Juan Trejo, que dejará atrás las dos existentes pero muy difíciles de encontrar. La primera, de Versal, se tituló El color del dinero y apareció en 1987 aprovechando el tirón del filme de Scorsese. La apuesta de Impedimenta por rescatar a Tevis comenzó poco después del éxito de la serie de Netflix Gambito de dama, que adaptaba también una novela suya. Publican la novela de Walter Tevis de la que salió el campeón de billar Eddie Felson, que bordó el actor, que hubiese cumplido cien años el pasado domingo 25 años entre los dos Eddie Felson. Newman encarnó dos veces el personaje de Eddie Felson: la primera en 1961, cuando el campeón de billar era un joven arrogante, dirigida por Robert Rossen; la segunda —en una adaptación de 1986 de Martin Scorsese—, ya retirado y en donde decide apadrinar a un joven virtuoso (Tom Cruise). Como le ocurría a Marilyn Monroe, la asombrosa belleza física de Paul Newman (Cleveland Heights, Ohio, 1925-Westport, Connecticut, 2008) podía llevar a confusión al espectador y eclipsar o distraer el talento interpretativo. Newman, además, tuvo una longeva trayectoria artística llena de obras espléndidas no solo como actor, también como director, en una carrera a la que mucho contribuyó su segunda esposa, la actriz Joanne Woodward, con la que se casó en 1958. No hubo década mala. Su primer filme mayor fue Marcado por el odio (1956), de Robert Wise. En los 60 tiene, entre otras, Dos hombres y un destino (1969), de George Roy Hill. En los 70, El juez de la horca (1972), de John Huston. En los 80, Veredicto final (1982), de Sidney Lumet. En los 90, Al caer el sol (1998), de Robert Benton. Y ya en el siglo XXI, Camino a la perdición (2002), de Sam Mendes. Detrás de las cámaras, no se prodigó mucho pero realizó, por ejemplo, tres hermosas películas protagonizadas por Joanne Woodward: Raquel, Raquel (1968), El efecto de los rayos gamma sobre las margaritas (1972) y El zoo de cristal (1987).
—H. J. P.