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Premio Nacional a la Mejor Labor Editorial Cultural 2008 (Grupo Contexto)

Para el escritor y guionista Fernando Navarro, su ciudad, Granada, es «mitológica y salvaje» y por eso la ha convertido en el territorio literario de Crisálida, una novela cruda, real y tierna como el amor, un sentimiento «torpe, que hace daño» y que es el motor de vida de sus ambiguos protagonistas. Pero al «final el amor es amor», apostilla en una entrevista con Efe este granadino curtido en guiones de películas como Segundo premio o Verónica que para escribir su segunda novela (Impedimenta) tuvo que irse a Santander, porque solo así conseguiría convertir a Granada en un lugar «mitológico». Porque, añade, solo así también la puede convertir en el fértil terreno donde se permite llevar al límite a el Capitán, Madreselva y a sus hijos, niños atrapados en esta suerte de país de Nunca Jamás, donde sus pies son raíces ancladas a un bosque imaginario que mira con temor y admiración a Sierra Nevada. Así es como ha hecho crecer en estas páginas al cabeza de familia de este grupo de almas sufrientes y vulnerables en continúa búsqueda de una libertad poliédrica e incomprensible a ojos de extraños. Tema ya abordado en su anterior obra Malaventura, y que en ésta lleva al límite. Lo hace porque se trata de una historia donde es la niña Nada, o ‘Ná’ (como se dice en granaíno), la voz de la historia, la que se levanta en un sanatorio para locos en la primera página y la encargada de contar cómo ha vivido junto a sus hermanos con unos padres que los amaban, pero que los aislaron de la sociedad, llegando a ser niños sucios, desnutridos y sin futuro. Unas vivencias duras, porque estos niños, que tienen por casa dos desvencijados coches, se llegan a morder por el hambre que sufren, pese a que la pátina que cubre estas páginas trasmina ternura. Lo que llevará al lector al punto donde quiere el autor: la ambigüedad moral. «Para mí era una manera de contar el amor, que es torpe, googque te hace daño, pero al final es amor. Al final yo me permití querer al Capitán, me permití explicar cuál es su herida. Que se llegue a la ambigüedad moral es importante, es decir, que nunca los malos son malos y los buenos son buenos», asevera. Y como nunca se atreverá a hablar del bien y del mal, confiesa, pues habla de «otras cosas», como el hecho de que en estas páginas hay una defensa salvaje de esta familia «imposible». Un núcleo de seres que su autor consigue hacer ver que se quieren aunque en el camino que recorren pasen cosas «horribles ». De vuelta a Nada, Navarro la utiliza también como si fuera un diapasón enloquecido que marca el ritmo de la lectura, una marcha frenética, como los pensamiento de la niña, que consigue marcar al lector haciendo desaparecer algunos signos de puntuación, sobre todo las comas. «Es la velocidad de sus pensamientos y para mí era coherente ese ritmo salvaje que tiene su cabeza, ese Tour de Force con el lenguaje en el que las pausas llegan cuando tienen que llegar, cuando ella se detiene, pero hay veces que no se detiene porque lo que le está pasando alrededor no se detiene», explica. Una novela en plano secuencia marcada por el ritmo vital de sus personajes. Reconoce que la música es esa musa que le acompaña a la hora de escribir.

—Pilar Martín