Con una voz de seda, Maryse Condé (Point-à-Pitre, Guadalupe, 1934-Apt, Francia, 2024) desvela la historia llena de desprecios de su abuela Victoire: sirvienta, excelsa cocinera, analfabeta, mujer descalza con piel de “blancura australiana”, considerado un tono maldito por los propios negros, madre soltera y amante traicionada. La autora antillana de Yo, Tituba; Historia de la mujer caníbal o La deseada, galardonada en 2018 con el Premio Nobel alternativo, becaria Fulbright, profesora universitaria en Berkeley, Harvard y Columbia, falleció a los 90 años dejando una obra que explora con una prosa deslumbrante las desigualdades raciales y de género, más allá de sus Antillas de origen.
Condé denuncia sin vociferar, con el poderío de la historia misma, al modo de algunos escritores latinoamericanos. Junto al compromiso ideológico, una intención estética y un oído extraordinario para las modulaciones expresivas.
La escritora guadalupeña habla sobre el esclavismo, el colonialismo y la descolonización con una especie de fulgor y una escritura iluminada. A veces médium, a veces socióloga, Condé combina la sensualidad con la rabia y se introduce en los barracones isleños o en las fiestas de la burguesía negra ascendente. Ya habló de su saga familiar en Corazón que ríe, corazón que llora (Impedimenta, 2019). Educada entre negros adinerados y cultos recuerda que la lectura adolescente de autores haitianos y martiniqueses fue el origen de lo que ella “llamaría, un poco pomposamente, mi compromiso político”. Para una niña de cultura francesa leer a Joseph Zobel y a Jacques Roumain fue la revelación del despotismo blanco: “De golpe me cayeron encima los fardos de la esclavitud, la trata, la opresión colonial, los prejuicios racistas…”.
Esta narración sobre su abuela Victoire Élodie Quidal, un género híbrido, entre la reconstrucción biográfica, lo imaginado y lo histórico, se remonta a los orígenes de su familia. A los ocho años Maryse se entera de que su abuela había sido cocinera y sirvienta. Así resumió el recorrido de Victoire, la madre de Condé, profesora y exquisitamente educada: “Primero estuvo en Grand-Bourg, en casa de los Jovial, que eran parientes. La cosa terminó mal. Muy mal. Después, emigró a La Pointe y trabajó hasta su muerte para una familia blanca, los Walberg. De hecho me crie en su casa”.
Las averiguaciones de la escritora son más inextricables. Victoire se quedó embarazada del prometido de la hija de los Jovial, Therese, un atractivo intelectual revolucionario que finalmente abandonó a las dos mujeres. Tuvo a su hija sola, y esa niña bastarda, Jeanne, resultó ser la madre de Maryse Condé. Victoire, con su hija, fue acogida por los acaudalados Walberg, que se ocuparon de dar una buena educación a la niña. Pero al parecer Victoire no solo fue la amante durante años del patrón blanco, sino que su amistad con la esposa también despertó todo tipo de maledicencias. El caso es que sin saber leer Victoire, una mujer marginada y acobardada se convirtió en una cocinera que asombraba a la nueva burguesía negra y a los poderosos blancos de Guadalupe.
Se trata de una obra impresionista, una meditación sobre la sensualidad y la represión. Maryse Condé recurre a los cinco sentidos para meternos de lleno –luces, sabores, aromas, piel, naturaleza– en la historia de sus antepasados antillanos, entre finales del siglo XIX y principios del XX. La novela transcurre en poblaciones criollas con la vida marcada por la posición social de las clases negras. En la abuela Victoire se perpetúan la sumisión, el miedo a existir y también el apego incondicional a los amos blancos.
Un relato penetrante y bello que aborda la conciencia racial con infinidad de matices.
—Lourdes Ventura