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Premio Nacional a la Mejor Labor Editorial Cultural 2008 (Grupo Contexto)

De la noche a la mañana al bueno de Tony Last se le ha abierto el suelo bajo los pies. Y la verdad es que en cualquier otra ocasión su delirante tragedia nos resultaría risible. Porque Last ejemplifica a la perfección el arquetipo del caballerete con ínfulas ampliamente parodiado en la literatura inglesa. Orgulloso hijo de una aristocracia rural venida a menos; obsesionado con la heráldica y las mansiones centenarias pero escaso de efectivo; incapaz para cualquier tarea mínimamente productiva… Paradigma, en fin, del esnobismo y la holgazanería.

Lo habitual en estos casos, y lo que cabría esperar de una obra considerada por los ingleses cumbre del humorismo nacional, es asistir al fenomenal defenestre de un diletante que podría pasar por primo lejano (y menos ingenioso) de Bertie Wooster. Sin embargo, Un puñado de polvo, que acaba de reeditar Impedimenta, es una comedia más bien amarga. Ligera, divertida, pero no exactamente graciosa.

Los expertos en Evelyn Waugh suelen catalogarla como una novela de transición entre una primera etapa desenfadada y festiva, anterior a la segunda Guerra Mundial, y otra más profunda y trascendente, que siguió a su conversión al catolicis-mo. Sin embargo, por lo que se explica en el prólogo, los motivos de esa especie de amargura tendrían que ver con aspectos de su vida matrimonial. Quizá por eso, en vez de forzar la caricatura acaba haciendo de Tony lo más sensato y digno del reparto.

Un imposible petimetre que, a pesar de haber sido educado en el arte de la banalidad y las convenciones sociales, comete la imprudencia, en el club y pasado de copas, de hacer extensiva a los presentes una invitación para pasar un fin de semana en su casa de campo. Un ofrecimiento enunciado como de pasada y por compromiso, inmediatamente desestimado por casi todos los aludidos. Por todos menos por uno.

Y así es como, a traición, sin dejar apenas margen de maniobra (“si envías un telegrama les das menos tiempo para improvisar una excusa”), los Last reciben en Hetton Abbey a un tal Beaver, huésped profesional y desvergonzado gorrón. Un tiralevitas que acabará levantándole a Last la mujer, la herencia y lo poco que quedaba del buen nombre familiar. Obligándolo a borrarse, literalmente, del mapa y embarcarse en una improbable expedición por el Amazonas.

—Miguel Artaza