Gueorgui Gospodínov es una auténtica estrella literaria en su país desde que ganó el Booker internacional con ‘Las tempestálidas’. Ahora llega a España ‘El jardinero y la muerte’, una auténtica belleza. Esta es nuestra charla con él.
«Es importante darles la mano mientras se mueren», escribe el escritor búlgaro Georgui Gospodínov en «El jardinero y la muerte» (Impedimenta), uno de los libros más hermosos que se han publicado sobre la muerte de un ser querido. O mejor dicho, sobre su acompañamiento hasta el final, hasta la misma puerta, que diría el escritor. De él se pueden subrayar frases y frases hasta dejar el libro completamente desgastado. Gospodínov cuenta el final de su propio padre y nos estremece, pero también nos ofrece calidez. Al final es también un libro de amor. Es uno de los libros del año. Esto no es la primera vez que ocurre con sus libros. El búlgaro es una auténtica estrella en su país y está considerado el escritor del consuelo gracias a otros títulos como Física de la tristeza o Las tempestálidas (también se pueden encontrar en español). Para él eso al fin y al cabo es la literatura: la herramienta para aplazar lo inevitable, el arma para seguir viviendo. Ha pasado por Madrid y hemos charlado con él. Y este miércoles 14 presenta este libro en la capital.
PREGUNTA: ¿Buscaba conscientemente hacer una terapia con este libro para asimilar la muerte de su padre?
RESPUESTA: En cierto modo sí, tuve ese momento egocéntrico de tomármelo como una terapia, porque realmente no sé cómo hubiera podido vivir, atravesar todo esto sin haber apuntado a mano cada sentimiento cada día en mi cuaderno. Pero no fue solo una cuestión de terapia, ya que si hubiera sido así se hubiera quedado ahí en mi cuaderno. Realmente quería también describir esa experiencia por la que casi todos atravesamos, la experiencia de acompañar a alguien hasta la puerta. No quería pasar por alto el dolor, quería atravesar el dolor, pero también quería que al final hubiera esa sensación de luz, de calidez, de que hubiera algo consolador al final.
P: De hecho, en el libro hay mucha belleza. Mientras leía me preguntaba cómo podía estar leyendo un libro tan triste y a la vez encontrar tanta belleza en esa tristeza.
R: Sí, esa belleza está ahí porque cuando se muere un familiar, una persona cercana, sigue siendo algo bello ya que es alguien íntimo a uno mismo. En realidad, este libro es paradójico porque también puede ser leído como un libro sobre el amor.
P: ¿Cómo lo fue escribiendo? ¿Fue distinto a otros libros que ha escrito?
R: Muy distinto, ya que lo escribí enteramente a mano. No hay forma de escribir algo tan personal que no sea a mano. Y descubrí que esa escritura a mano realmente era una cosa muy ligera, muy natural. Estuve tomando notas a mano durante todo el momento, desde que descubrimos el diagnóstico hasta el final. Y ahora puedo ver cómo mi propia letra cambia allí donde las cosas se vuelven realmente terribles. También usaba la escritura como un proceso, un pensamiento mágico por el que quería atravesar. Por ejemplo, mientras escribía pensaba, si ahora escribo aquí a mano siete veces, por favor que no le duela, por favor que no le duela, por favor que no le duela, a lo mejor le ayuda a que no le duela. Yo siempre he creído que lo de escribir a mano es una función muy antigua y muy ancestral del lenguaje. Y que las palabras tienen esa función de ayudar y de aplazar, de retrasar algo.
P: ¿Le sorprendió cómo llevó usted el proceso de su padre hacia la muerte? ¿Pensó que sería distinto?
R: Sí. Fue diferente. Siempre pensamos que nuestros padres algún día se irán. Es algo en lo que pensamos, imaginamos. Pero mi imaginación es más abstracta, más metafísica y quizás más dura de lo que fue la realidad. Cuando estás con un hombre que se está muriendo y eres parte de esa lucha contra la enfermedad entonces es algo natural y no tan difícil. Lo que descubrí y me sorprendió fue que al estar día a día con él mientras se moría, tú empiezas a formar parte de esa lucha contra la muerte, estás a diario allí. Y es algo natural, más natural de lo que yo me hubiera imaginado antes. Es como el juego ese de la cuerda. De un lado está la muerte tirando de la cuerda, pero tú estás empujando del otro lado junto con al que se está yendo. Y ese esfuerzo diario, esa lucha, hace que sea más natural y no tan duro. Mientras luchas, mientras peleas, no te duele. Y esa es la sensación que parece que también tenía mi padre. Luego ya viene el dolor.
P: Su padre lo afrontó de una manera no sé si estoica, o resignada, o de que esto es lo que toca. Esa percepción he tenido yo con el libro.
R: Fue así exactamente. Y, en realidad, mientras yo le ayudaba a él, él me ayudaba a mí. Fue un consuelo mutuo. Realmente él me consolaba a mí.
P: Usted lo cuenta en el libro: su padre pertenece a una generación de hombres duros, cerrados, los que no hablaban de sus sentimientos. Creo que es bueno que los hombres también se abran, pero quizá el hecho de pertenecer a esa generación, para este tipo de casos les ayudó a mostrarse como si aquello no doliera.
R: Yo siempre he admirado esa actitud, ese intento de no convertirse en una carga. De no cargar tus emociones a los demás. Eso lo he respetado y admirado siempre. Esa fue la generación de mis padres. Tenía la sensación de que todo lo que hacían era dirigido a decirnos que no había nada que temer. Ese era todo su intento. En realidad el libro es un relato sobre la generación de mis padres, aquella que nació a finales de la Segunda Guerra Mundial. Eran personas que no habían sido abrazadas por sus padres y que no sabían abrazar a sus hijos. Pero lo bonito y lo peculiar es que en un momento dado ellos aprendieron a abrazar, dieron un paso evolutivo. Como en este dibujo famoso de la evolución, que poco a poco te vas incorporando. Se podría añadir un dibujo con los brazos abiertos, de aquellos que abrieron los brazos y aprendieron a abrazar.
P: También hay una cosa muy bonita en lo que ha dicho de que las palabras sirven para frenar acontecimientos como las pérdidas, las muertes… Me gustaría desarrollar esa idea del poder que tiene la literatura en ese sentido. Hay una escena en el libro que me ha gustado mucho, que es esta mujer que llega y le dice a usted que se va a suicidar. Y se lo cuenta porque usted está considerado en su país como el escritor del consuelo.
R: Sí, creo que la literatura tiene esa función de consolar, y no solo de consolar, sino de aplazar el final. Eso lo sabemos de Sherezade. Ella cuenta una historia y gana otro día de vida. Cuando yo era pequeño tomaba de la biblioteca libros que se habían escrito en primera persona porque sabía que al final no iban a morir. Mientras el protagonista narra, no muere. Pero en ese caso concreto, cuando me paró en la calle esa chica y me contó eso, ella necesitaba un consuelo, pero yo me quedé parado. No supe qué decirle porque yo mismo necesitaba consuelo en ese momento.
P: Pues yo creo que le dijo algo bonito. Como está embarazada le pide que hable al niño que lleva dentro. Me parece un buen consejo. Otra cosa, evidentemente este es un libro sobre la generación de sus padres. A mí me da la impresión de que su padre no estaba de acuerdo con la dictadura comunista. ¿Cómo llevó toda esa época? ¿Y la adaptación a la democracia?
R: Atravesó el régimen y después la democracia fumando. Mi padre fumaba de una forma muy hermosa. Lo que recuerdo es que cuando nos preguntaban qué hacía mi padre, yo nunca estaba seguro porque a él le despedían muy frecuentemente. Simplemente hacía algo en su trabajo, decía algo que no tenía que decir y lo despedían. Entre buscar un trabajo y otro mi padre se dedicaba a hacer pimientos, a hacer cosas diferentes, plantar algo… Lo hacía de una manera hermosa y quijotesca. Y cuando cambió el régimen intentó adaptarse buscando distintos proyectos, distintas actividades o negocios que hacer. Y fracasó en todos. Pero de una manera hermosa, también quijotesca.
P: ¿Tuvo nostalgia del régimen en algún momento?
R: No, no. De hecho, de repente nos contaba historias y nosotros, como niños, escuchábamos, pero sabíamos que no debíamos contarlas. Eso fue muy importante para mí, fue un aprendizaje muy importante sobre la percepción del régimen que tenía él. Mi padre llevó el régimen con toda la ironía que pudo.
P: ¿Y en su país hay nostalgia en términos generales? Usted ha escrito un libro también, Las Tempestálidas, que se publicó en español, en el que hablaba de que el pasado no puede invadir el presente.
R: Sí, antes era un poco más fuerte, pero ahora la nostalgia búlgara es parte de la nostalgia mundial. El mundo está mirando al pasado. La nostalgia en Bulgaria forma parte de esa nostalgia generalizada, universal, que vive ahora el planeta entero. Y eso ya no es una nostalgia por el socialismo en el caso de Bulgaria, sino una nostalgia por esas cosas raras, antiguas, ancestrales… El problema con la nostalgia y con el pasado es muy interesante y muy imprevisible. Porque realmente esa nostalgia que estamos viviendo en Bulgaria y en Europa se está dando sobre todo en generaciones jóvenes que nunca han vivido ese tiempo. Siente nostalgia por un tiempo que no han vivido. Y es algo con lo que ahora tenemos que empezar a lidiar. Porque tiene que ver con el relato del pasado. De un lado están los populistas, que hablan muy bien del pasado. Y, por otro lado, tenemos que estar nosotros, que sabemos narrar mejor aún que los populistas, pero deberíamos contar que allí en el pasado ha habido problemas.
P: Usted es escritor. ¿Cómo deben lidiar los escritores con estos populistas de la nostalgia?
R: La literatura debe ser el antídoto de la propaganda. Esa podría ser una de las misiones. Otra misión sería narrar el mundo de forma tridimensional y no de forma plana, como hace la propaganda. Ofrecer un relato más complejo que el relato simple de los populistas. Y hablar a cada persona. Porque eso es lo opuesto a la ideología que trabaja con masas de gente y que crea nostalgias colectivas.
P: Usted se convirtió en un autor muy vendido y leído con Física de la tristeza. Creo que se acabaron los ejemplares casi en un día. ¿Cómo lleva esto de ser uno de los autores más conocidos internacionalmente de su país? Y también es un candidato al Nobel…
R: Intento mantenerme normal. Lo que he aprendido de mis padres es que ellos eran personas muy normales, muy sensibles. Lo más importante que ellos nos transmitieron fue «sé una buena persona, sé buena gente». Cuando salió «Física de la tristeza» y gané el Booker un montón de gente se alegró y ahora puedo decir que no soy una persona anónima en Bulgaria. Eso a veces ayuda. Por ejemplo, una vez en un aparcamiento lleno el aparcacoches dijo que había leído mi libro antes del Booker y me consiguió un sitio. Pero otras veces no ayuda. Por ejemplo, cuando quieres mantenerte anónimo para poder llevar tu tristeza por las calles de tu ciudad y no puedes hacerlo.
—Paula Corroto