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Premio Nacional a la Mejor Labor Editorial Cultural 2008 (Grupo Contexto)

El último artefacto socialista, del croata Robert Perišić, es una sátira brillante, enérgica y compasiva del mundo poscomunista; ha inspirado una serie de televisión disponible en Filmin. Muestra con inteligente acidez las paradojas del fin del socialismo yugoslavo y de la llegada del capitalismo, el trauma de la desintegración y la guerra. Lo peor del comunismo es lo que viene después, decía Adam Michnik, y la frase podría servir de epígrafe a la novela (aunque Perišić escoge unos versos de Leonard Cohen).

Dos pícaros, uno más cínico, Oleg, y otro, Nikola, algo más ingenuo, reviven una vieja fábrica en una ciudad perdida de la desaparecida Yugoslavia, unos años después del fin de la guerra de los Balcanes. Prometen a los trabajadores la posibilidad de la “autogestión”. No les cuentan que solo piensan hacer dos turbinas que venderán a un dictador convertido en enemigo de Occidente, para luego esfumarse sin dejar rastro. Sobotka, un ingeniero que lideró las huelgas en los años finales del régimen comunista y que lleva años un tanto perdido (su esposa e hijas se marcharon del país durante la contienda y no han vuelto), encuentra una inesperada sensación de propósito. Lo acompaña un joven que participó en la guerra como adolescente y que quizá salvó el pellejo (y se libró de cometer atrocidades) porque una vez, al pasar por casa, su madre lo encerró. Nikola, uno de los pícaros, conoce a la inteligente Šeila, que dejó los estudios de microbiología y se enamoró de un estadounidense que andaba por allí predicando las bondades de la liberalización económica y las privatizaciones, tratando de beneficiarse de sus oportunidades de negocio pero ignorante de las externalidades negativas. (Oleg, el otro pícaro, y Nikola son menos idealistas al respecto: vienen de otro lugar). También está una joven que regresa a la ciudad y se lía con Oleg, y sabe que le ofrece un trabajo solo porque se acuesta con ella, y un ingeniero que se ha vuelto loco y camina con un perro desde que murió su hijo y al que su hija enfadada escribe desde el extranjero cartas que nunca le llegan.

Supervivientes del fin de un sistema y de una guerra civil brutal, sus personajes cínicos y desengañados se sorprenden a sí mismos recobrando cierta inocencia. Plantean muchas de sus relaciones desde un punto de vista crudamente transaccional: ese enfoque los protege. Luego, sin embargo, encontramos otros impulsos, incluso en personajes aparentemente toscos o mezquinos. El desarrollo de la trama se alterna con historias y escenas del pasado de los personajes: las andanzas de Šeila, la sátira del arte contemporáneo y su frivolidad, una cena en la que Oleg cuenta demasiadas cosas a un puñado de esnobs, otra vez en la que, en una ciudad occidental, su único medio de transporte es subirse al camión de la basura. O cuando conocemos la historia de su tío Martin, cineasta disidente más o menos tolerado durante el régimen y desdeñado después. Rica en voces y registros, a veces El último artefacto socialista tiene un aire a lo Bohumil Hrabal, con la apertura del bar El Lago Azul y sus clientes —mujeres enérgicas con trabajo y hombres desubicados, a veces inofensivos y a veces violentos—; otras hace pensar en Gógol, y casi siempre tiene algo de tragicomedia grotesca. Es una novela vibrante y llena de capas, poderosa y admirable.

—Daniel Gascón