Gueorgui Gospodínov (Yámbol, 1968) ha escrito un luminoso y jocoso libro sobre el final de la vida. Con ‘El jardinero y la muerte’ (Impedimenta) el narrador búlgaro da otro paso en una carrera que apunta al Nobel tras recibir galardones como el Booker y el Strega. Algo en lo que no piensa un irónico amanuense que huye de los géneros y de la pompa y a quien preocupa la escalada populista en Europa y en el mundo.
–La muerte es nuestra única certeza pero la ignoramos.
–Así es. Pero no quería abordar la muerte en sí, sino el dolor ante la vida que se extingue. El denso silencio que la envuelve cuando va apagándose.
–¿Es ahora el final de la vida un tema muy literario y cinematográfico?
–Sí. Es algo reciente. Cada vez más libros y películas hablan sobre ello. Quizá sea una respuesta a ese silencio secular que tanto ha pesado hasta ahora sobre la muerte.
–¿Debemos aprender a bien morir?
–Sí. La filosofía clásica y estoicos como Séneca plantean las preguntas clave. Pero esa lección no nos la enseñaron nunca
ni en el cole ni en ningún otro sitio. Parece que los únicos que podrían enseñárnosla son nuestros padres cuando se van. Así
ha sido en mi caso.
–No ha escrito un libro triste y juega con el humor ¿Hay que reírse de la muerte?
–Está claro que sí. Manteniendo la dignidad de cara al final. No hay que tirar nunca la toalla. Mi padre era divertido y luminoso
y quise llevar esa luz y ese buen humor al libro, a ese jardín que siempre genera esperanza.
–«Mi padre era jardinero. Ahora es jardín». La primera frase es potentísima. Memorable.
–Escribí el libro en dos etapas. Primero tomé apuntes mientras acompañaba a mi padre enfermo. Cuando me senté a escribirlo apareció esa frase tan simple, sencilla y redonda que concentra el libro. No la tenía al principio. Al escribirla todo fluyó.
–La memoria es el otro gran tema del libro. ¿Si somos algo, somos memoria?
–Si existimos es gracias a la memoria de los demás y a la nuestra. Es el superpoder ancestral de la literatura. Al narrar generas
memoria.
–Lo poético se mezcla con lo onírico y lo real en su libro. ¿Huye del género deliberadamente?
–No sé escribir ni pensar de otra manera. Pero cabría decir que el libro es un manual de jardinería. Incluye consejos prácticos para el jardinero del cuaderno de notas de mi padre, y muchos lectores los utilizan para cuidar sus jardines.
–¿Su padre sigue siendo jardinero desde el más allá?
–En efecto. El libro tiene finalidad muy práctica.
–Es el primero que escribe a mano. ¿Es muy distinto de teclear?
–No tenía más remedio que redactarlo a mano. El camino de la mano que escribe a la mente es más corto que desde un teclado. El ritmo y el tempo es mucho más fluido.
–Ha recibido premios como el Booker y el Strega que jalonan el camino hacia el Nobel ¿Le quita el sueño?
–Esa clase de pensamientos te distraen de lo esencial, que es escribir. Trato de hacerlo lo mejor que puedo para seducir al
lector. Si escribiera pensando en el Nobel viviría en una especie de esquizofrenia.
–¿Sabe por qué escribe?
–Sí. Desde que tenía seis años. Escribo para enfrentarme a mis miedos. Luego supe que también escribo para preservar lo que se va a extinguir.
–Lo hace de manera parsimoniosa, tanto que con sus 57 años dice que solo le queda para dos o tres novelas.
–Escribo mucho, pero publico lentamente. Tengo casi cien cuadernos llenos desde los veinte años hasta hoy. Quiero que cada libro sea el mejor posible.
–¿Qué pasa en una Europa con más afán destructivo que constructivo?
–Los males de Europa en los últimos años se filtran en todo lo que escribo, en especial en mis ensayos. Soy europeísta y es muy injusto lo que le está ocurriendo. Es el continente con la cultura más antigua, con infinitas capas. Cuando veo cómo la barbarie ataca a Europa, y me refiero a Putin, no me entra en la cabeza. Es inconcebible que Europa se esté entregando a esa propaganda bárbara. Lo siento como una terrible injusticia. Aprendí de niño que lo bueno siempre vence y no quiero llevarme una desilusión.
–¿La gran enfermedad de Europa es el populismo? Su metástasis bicéfala, con Putin y Trump, ¿alcanza también a su país?
–Sí. Ese populismo tiene que ver con la añoranza del pasado. Utilizan la nostalgia como un arma. La frase trumpista ‘seamos grandes de nuevo’ es una eficaz bomba de nostalgia. Si pensamos que el sistema inmunológico de Europa es su cultura y que la memoria forma parte de ese sistema, lo que ocurre ahora es la brutal entrada de un virus ideológico en ese sistema. Es el covid de la propaganda.
–¿Cuál es la gasolina del populismo?
–Aceptar que el mundo es bidimensional, simplista y polarizado. La literatura es la vacuna contra el populismo. Su extintor.
–¿El humor es tan primordial en su obra como en su vida?
–En la literatura lo tengo más fácil que en la vida. Heredé la autoironía de mi padre y de los narradores de mi familia. Es de
gran ayuda. Jamás encontraremos a un dictador que se ría de sí mismo, o a un populista autoirónico. Por eso hay que usar
esa irónica vacuna contra el nacionalismo y el populismo.
–¿Evitaremos la III guerra mundial cuyo inicio Trump le quiso endosar a Zelenski?
–No debemos olvidar que la mecha la encendió Putin. Hay quien quiere darle la vuelta. Es obvio que querría evitar otra guerra global, pero hay que dejar clara la responsabilidad de Putin.
—Miguel Lorenci