¿Recuerdan La historia interminable de Michael Ende? Pocas novelas han trasmitido de forma más poética, pero concisa, el irresistible poder de la literatura para hacernos viajar desde las profundidades de las páginas de un libro. Bastian, su joven protagonista, descubría en la lectura no un refugio donde escabullirse de una realidad que lo atormentaba, sino la manera de invocar el acto mágico de transportarse a otro espacio, a otro tiempo, a otra vida, a través de las herramientas intangibles que nos proporciona la imaginación. Porque, como decía Michel de Montaigne, los libros son el mejor viático posible para el viaje humano.
Un viajero necesita dos elementos esenciales para emprender su marcha: un billete y una mochila. El primero, más que un papel con tinta, es la firme voluntad de movimiento; el segundo, más que un fardo de tela donde meter nuestras cosas, es la carga de experiencias y conocimientos que llevamos incorporados a la espalda. Con esos dos elementos se puede viajar hasta el infinito. Lo mismo sucede con los libros: cuando los abrimos, estamos adquiriendo un pasaje hacia un lugar desconocido; cuando comenzamos a leer, estamos afrontando la experiencia con el bagaje de nuestro propio equipaje. Y uno de los testimonios de ese periplo geográfico y vital son los mapas: los documentos gráficos con los que ilustrar el itinerario y el punto de destino de nuestro viaje.
Así, cual Estrabón, los lectores vamos cartografiando los pasos de nuestra andadura literaria. Imaginamos paisajes, calles, habitaciones, desplazamientos… y los proyectamos en nuestra mente dándoles una imagen a veces precisa, otras difusa. Somos los dibujantes de nuestro propio camino. De esta manera, hemos serpenteado entre las callejuelas cubiertas de niebla, humo y nieve del Londres dickensiano, nos hemos adentrado en el corazón de las tinieblas de la selva africana, nos hemos perdido en la infinita biblioteca de Babel, o hemos acompañado a Ulises de vuelta a Ítaca.
Ahora, Andrew DeGraff, cartógrafo e ilustrador, ha decidido, ayudado de las palabras de Daniel Harmon, acompañarnos en ese viaje. De la mano de Impedimenta, llega a esas estaciones mágicas de nuestra imaginación, las librerías, un objeto encantado con el que sumirnos en una nueva experiencia lectora: Trazado: un atlas literario.
Con el deseo de dar contexto espacial a algunos de sus escenarios literarios favoritos, de rellenar esos espacios en blanco que se escapan entre las ranuras de las lecturas, DeGraff visualiza lo que los grandes autores le han permitido imaginar, y nos regala una colección de mapas e ilustraciones de algunas de las obras más importantes de la historia. Dejando de lado libros con sus propios mapas o con una representación visual definitiva, e intentando hacer un recorrido que ejemplifique su diversidad como lector (géneros, autores, épocas), se sumerge en una aventura en la que los libros guían su mano en el intento de reflejar al menos un aspecto de ellos de la forma más completa posible. Busca una inmersión, en profundidad y tiempo, que suponga un punto medio entre infografía y cartografía. Y lo consigue. De Hamlet a Robinson Crusoe, de Moby Dick a Canción de Navidad, de La vuelta al mundo en ochenta días a Esperando a Godot… veinte obras en total con las que hacer su particular homenaje a las travesías que nos regala la literatura.
Evidentemente, si todo viaje literario es único y personal, la obra de DeGraff también lo es. Sus ilustraciones reflejan su propia visión de las historias que ha leído; no obstante, y como el propio artista declara, amparado en la voluntad de fidelidad a la letra impresa, las impregna de una subjetividad objetiva que las convierte en fácilmente reconocibles.
Como Hansel y Gretel, todos vamos dejando miguitas a nuestro paso mientras leemos. Trazado: un atlas literario nos muestra las de Andrew DeGraff, que son en parte las nuestras. Unas miguitas con las que, más que encontrarnos, deseamos perdernos voluntariamente.