La editorial Impedimenta publica Los tres Cristos de Ypsilanti, de Milton Rokeach (1918-1988), un psicólogo social que, en julio de 1959, reúne a tres pacientes psiquiátricos en el mismo pabellón del hospital de Ypsilanti, los cuales tienen una cosa importante en común: los tres creen que son Cristo.
La premisa del experimento que llevó a cabo el doctor Rokeach era estudiar los sistemas de creencias y los mecanismos de construcción de la identidad de las personas. La razón de que el doctor escogiese a pacientes psiquiátricos y no a sujetos sanos —aparece planteada la posibilidad de hacerlo con niños— es evidente: hacerlo con pacientes sanos podía resultar peligroso, sin embargo, en los pacientes psiquiátricos solo se podía esperar una mejora, pues se suponía que estos ya estaban estropeados y no podían empeorar.
Se trata de un estudio escrito como una novela. Al principio, se dan un puñado de claves teóricas para interpretarlo, pero el resto es pura acción. Acción que se introduce, sobre todo, mediante la transcripción de los diálogos que los protagonistas mantienen en sus reuniones de grupo. A medida que la obra avanza, aumenta también el número de situaciones ridículas que se generan, y la angustia de los Cristos ante la lucha desesperada que mantienen por conservar su identidad se entremezcla en la narración provocando una extraña adicción agridulce que te va empujando hasta el final.
A lo largo del estudio, que se desarrolla durante tres años, Rokeach manipula la realidad que rodea a los Cristos. Se hace pasar por personajes de sus delirios, les envía cartas con el objetivo de observar hasta qué punto puede una figura de autoridad modificar sus creencias, les hace realizar trabajos en grupo para obligarles a pasar tiempo juntos y convivir, etc. Todo ello mientras toma nota de sus reacciones, en un ejercicio de poder de dudoso valor ético.
Despierta un gran afecto en el lector ese choque entre el deseo de compañía y el rechazo por la tensión que esta les causa. La soledad es tal que llegan a formar un grupo cercano, no solo en las reuniones, sino también en los espacios comunes del hospital. En este punto, el estudio funciona de alguna forma como crítica social, haciendo que el lector se plantee el abandono que por estigma pueden llegar a sufrir los pacientes psiquiátricos.
Se incluye en el volumen un epílogo firmado por Rokeach, en el que veinte años después analiza su experimento y se plantea su verdadera utilidad. Sin embargo, seguir escribiendo sobre esto sería como desvelar al asesino.