Entre los 38 cuentos que finalmente recogía Ángeles Encinar en la antología Cuento español actual (1992-2012), publicado por la editorial Cátedra en 2014, estaba «Los espías», un espléndido relato en el que Jon Bilbao (Ribadesella, 1972), con un lenguaje preciso y un estilo conciso narraba las peripecias que tenía que hacer un matrimonio para vigilar a los veraneantes que habían alquilado la casa de enfrente. El motivo de esta intromisión personal se debía a que la mujer había descubierto que los miembros de esta familia se reunñian por las noches a leer la Biblia. Como se puede ver, este extraño suceso despertaba no sólo la curiosidad de los vecinos sino también la mía propia, sobre todo por el potencial narrativo de un escritor absolutamente digno de figurar en ésta y otras antologías del género.
Ahora se publica Estrómboli, ocho historias breves en las que Jon Bilbao trata de consolidarse como una de las voces más destacadas del panorama narrativo actual. Aunque muy distintas entre sí, desde el principio de pueden reconocer algunas de las señas de su particular escritura. En primer lugar y más evidente, la ausencia de guiones en la reproducción del habla de los personajes. Seguramente sea ésta una de las marcas más tangibles de su estilo, aunque también hay que señalar el cultivo de una narración cuya extensión casi siempre ronda las 30 páginas o la preferencia por un tipo de ficción en la que lo cotidiano convive con lo perturbador e inquietante.
Pero además de estas y otras características, en Estrómboli se pueden advertir una serie de motivos que nos permiten hablar de este libro como de un todo unitario. Se trata de un acopio de lugares comunes que no añaden ni impiden la lectura aislada de cada uno de los cuentos que lo componen, pero que a medida que lo leemos de manera continua el libro va adquiriendo unidad como si de un todo se tratase. Dicho de otra manera: hay elementos que se repiten como consecuencia del proceso creativo, pero hay otros que lo que buscan es fortalecer los pilares de su universo narrativo.
Lo primero que llama la atención es el lugar en el que se desarrollan los diferentes relatos. Si lo normal hasta ahora había sido que sucedieran en espacios pertenecientes al norte de España, en este libro la mitad de los cuentos ocurren fuera de nuestro país: desde Reno y San Francisco, hasta Nueva Zelanda o la isla siciliana de Estrómboli. Más reconocibles, sin embargo, nos resultan sus personajes. Como ya nos tenía acostumbrados en sus tres libros anteriores, su personalidad suele ser bastante callada, introspectiva, poco social. Son personas que están pasando por una situación difícil, a menudo relacionada con el trabajo o con el desconcierto personal o familiar, o con ambas cosas a la vez y que generalmente sirve para poner a prueba la solidez de la pareja o su código de valores. Lo podemos observar en el protagonista de «Siempre hay algo peor» cuando reconoce ante Nixon (el conserje que utiliza su trabajo para ocultar un negocio de limusinas) su naturaleza discreta, motivo por el cual lo elegirá para entregarle a su excuñado una bolsa de dinero poco limpio.
Pero lo que se puede decir de este personaje en realidad se puede decir de casi todos. Pensemos en el protagonista del otro cuento americano, «Crónica de mi último verano», y en su pareja. Mientras que él apenas consigue intercambiar unas pocas palabras con el hombre con el que coincide casualmente en el gimnasio, ella rechaza cualquier invitación de sus compañeros de trabajo. Pensemos también en los buscadores de oro, en el hippy que vive en la cueva de «Avicularia, Avicularia» o en la manca del hostal de «Estrómboli». O pensemos, por ejemplo, en Álex, el enamorado agraviado que resulta ser el único cliente de este hostal en el que decide aislarse voluntariamente.
No obstante, como digo, estos rasgos son característicos de toda su narrativa, al igual que lo es la presencia del agua en muchas de sus narraciones. Aquí, por ejemplo, aparece el mar, aunque sobre todo lo que aparecen son ríos. Por su relevancia, el que más importancia tiene es el de «El peso de tu hijo en oro», sin duda uno de los mejores relatos de este libro. En él se narra cómo dos amigos van todos los fines de semana a buscar oro un sábado cualquiera, por desgracia, deciden llevarse al hijo de una de ellos al río. Para sorpresa de todos, el chico tendrá un accidente ese mismo día y fallecerá en el acto.
Si de nuevo nos centramos en sus personajes, lo que mñas nos sorprende en este libro es la abundancia de individuos que poseen alguna discapacidad física. Hay una mujer manca, dos hombres cojos, un joven que pierde la cabeza en un accidente de tráfico, un niño (el de antes) que pierde un brazo y el dedo de la mano mientras el todoterreno en el que se hallaba se precipita por un barranco. En otros casos los que se cuenta es cómo los tiburones devoran a un atún mientras tiene lugar un concurso de pesca, o simplemente una truculenta historia en la que salen unos pollos vestidos con un jersey de lana para que no se les salgan las vísceras y mueran. En ocasiones la amputación no es física, sino que lo que tiene lugar es una encadenación de robos en el único edificio con vida que hay en el pueblo donde se desarrolla la trama: una central nuclear cuyas piezas son destinadas a la construcción de un chalet.
Todo esto «hace presagiar algo malo»; sin embargo más bien parece un mecanismo de desahogo personal bastante similar al que tiene el sexo. En todos los cuentos Jon Bilbao crea una atmósfera en la que se puede mascar la tragedia, pero al final de la mayoría de ellos suele ser bastante esèranzador: el empleado de la central nuclear sólo es degradado a una categoría inferior, la madre de la novia que está enferma de cáncer no muere, los buscadores de oro terminan reconciliándose o incluso el excuñado de Nixon que resulta ser atropellado por un camión va a servir para que éste se lo quite de encima y el protagonista se quede con el dinero que tenía que entregarle. Pero en algunos casos, como en «Crónica de mi último verano» y «Avicularia, Avicularia», «el sacrificio no merece la pena». Mientras que en el primero la pareja acaba a golpes ante el estupor de los motoristas, en el segundo las dificultades económicas llevan a Ander a participar en un concurso televisivo en el que termina comiéndose una tarántula. Este personaje, que sufre aracnofobia, finalmente no conseguirá superar este trauma. Tampoco se solucionarán sus problemas familiares que son los que le habían llevado a participar en el concurso, ya que independientemente de los que nos cuente, el universo narrativo de Jon Bilbao gravita sobre la familia (o la pareja en su formato actual), por lo que cas siempre son los reproches mutuos o las decisiones no compartidas los que terminan por fracturarla. Y esto, como se puede ver, también está muy presente en Estrómboli.