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Premio Nacional a la Mejor Labor Editorial Cultural 2008 (Grupo Contexto)

La revolución de los libros fetiche impulsada por los pequeños y medianos sellos ha convertido cada proyecto en un empeño plural, que trasciende el papel estelar del autor o del editor y en el que éstos se ven acompañados por las huellas de artistas y artesanos que, en muchos casos por primera vez, son reconocidos por el público.

El alcance de esta nueva ola -hubo sellos pioneros que la surfearon en su momento como Lumen, Valdemar, Clan o Siruela- esquiva la revolución de Amazon o la emergencia de los ebooks. Resulta mucho menos obvia. Su influencia, irónicamente, se parece más a la polvareda que levantaron los primeros libros de bolsillo, el paperback anglosajón, en los años 20, 30 y 40, esos libritos que intentaban apelar -con sus materiales de derribo, su distribución en estaciones de tren y sus cubiertas insinuantes y picarescas- a la curiosidad y el morbo de los que leían poco o necesitaban un cebo rotundo para animarse.

Esa manera distinta de hacer las cosas, barriobajera muchas veces, fracturó la torre de marfil que habían construido las grandes editoriales que controlaban el mercado, obligándolas a lanzar ediciones populares (¡por eso los sobrios dueños de Allen Lane fundaron Penguin!). Junto con los títulos y los autores mediocres, los sellos de libros de bolsillo como Pocket Books o Signet reeditaron clásicos que fueron capaces de vender masivamente gracias, sobre todo, al fortísimo impacto visual, se atrevieron a competir por primera vez
con nuevas formas de ocio como el cine y después la televisión, situaron al cliente -el lector ocasional- en el centro de toda su producción y expandieron el rango de lo que podía y no podía publicarse según los cánones de la censura y la academia.

Todo eso permitió la aparición y reconocimiento por parte de un público masivo no sólo de autores de cuarta, sino también de genios. Es fácil olvidar que el Ulises de Joyce, considerado entonces inaceptablemente polémico, fue publicado por primera vez en paperback, o que, como dice el escritor y crítico Louis Menand en un número reciente de The New Yorker, Philip Roth hubiera tardado muchas más décadas en ser apreciado sin el estallido de la literatura pulp que precedió a su morbosa novela El lamento de Portnoy, punto de inflexión que lo convirtió en autor de culto y éxito.

Pero ¿cuál es la relación entre las ediciones de gasolinera y los libros gourmet de Nórdica, Páginas de Espuma, Impedimenta, Jekyll & Jill o Errata Naturae? La respuesta es sencilla.

Parecidos razonables

Para empezar, estos nuevos sellos emplean formatos y recursos -desde ilustraciones y fotografías a detalles tipográficos o de colorque secuestran literalmente nuestra mirada durante la visita a la librería. Compiten por la atención de un público enganchado a la droga blanda de nuevas formas de ocio predominantemente visuales, desde las novísimas series de TV a los videos virales de YouTube pasando por las redes sociales. En vez de darles la espalda o despreciarlas, son capaces de dialogar con ellas en sus mismos términos: Impedimenta tiene más 20.000 seguidores en Twitter y Errata Naturae ha publicado libros sobre Breaking Bad a Mad Men. No quieren el aislamiento· de la torre de marfil.

Hay más paralelismos. No solo están consiguiendo reintroducir con éxito autores ya clásicos presentándolos de una forma sorprendente -las ilustraciones de El festín de Babette de Isak Dinesen o La dama del perrito de Chéjov son tan atractivas que Nórdica las vende en fundas para móviles o tazones de desayuno-, sino que también hacen emerger grandes obras y voces desconocidas en nuestro país. Un ejemplo es la publicación de Vuelo estático, la novela de supervivencia de Jaan Kross traducida directamente del estonio por Consuelo Rubio Alcover para Impedimenta.

Ya es recurrente la comparación entre la manera de aflorar historias y firmas valiosas y desconocidas de Luis Solano en Libros del Asteroide con el trabajo de caza, captura y arqueología de Jorge Herralde durante la primera década de Anagrama. Ambos representan dos estilos y momentos: la tradición francesa de los volúmenes sobrios y casi transparentes de Herralde -son una pura y simple ventana al contenido- y la nueva ola fetichista que valora el objeto en sí.