“Me acuerdo de cuando me catearon”, “Me acuerdo de Xavier Cugat”, “Me acuerdo de la moda de las trencas”, “Me acuerdo de que Claudia Cardinale nació en la ciudad de Túnez (o en todo caso, en ese país)”, “Me acuerdo de Yuri Gagarin”, “Me acuerdo de que Burt Lancaster era acróbata”, “Me acuerdo de los agujeros en los billetes de metro”, “Me acuerdo de mi asombro cuando me enteré de que ‘cow-boy’ quería decir ‘muchacho-vaquero’”, “Me acuerdo del asesinato de Sharon Tate”, “Me acuerdo de un baile que se llamaba la Raspa”, “Me acuerdo de Lee Harvey Oswald”, “Me acuerdo del algodón dulce de las ferias”, “Me acuerdo del juego ‘Enriquezca su vocabulario’ en el Reader’s Digest”, “Me acuerdo de las carreras de sacos”, “Me acuerdo de cuando ansiaba que sonase la campana al final de la clase”, “Me acuerdo del hula-hop”, “Me acuerdo del yo-yo”, “Me acuerdo de ‘Sissi’, con Romy Schneider”, “Me acuerdo de los noticiarios en el cine”… son algunas de las 480 notas de Georges Perec recogidas en Me acuerdo, un repertorio de evocaciones que se publicó por primera vez en Francia el mismo año que nuestra Constitución y que ahora reedita Impedimenta en un cuidado volumen. A los lectores interesados en bucear en el pasado a través de esas pinceladas –ora sutiles, ora profundas, siempre sentimentales, siempre sabias– y en componer con todas ellas su propio mapa retrospectivo, les aseguro que son 17,95 euros muy bien gastados.
Recuerda también Perec a “algunos futbolistas: Ben Barek, Marche y Jonquet y, más tarde, Just Fontaine”. Yo recuerdo a muchos, y desde luego a Maradona. Recuerdo las filmaciones que nos daban a conocer su extraordinaria habilidad cuando jugaba en el Argentinos Juniors. Recuerdo que estuvo a punto de formar parte, con 17 años, de la selección argentina que conquistó el Mundial 78 en su país. Recuerdo que jugó en el Mundial que España acogió en la siguiente edición, en 1982. Recuerdo que en ese campeonato fue expulsado en un partido en el estadio de Sarriá. Recuerdo que el Barcelona lo fichó ese año. Recuerdo que como jugador azulgrana hizo maravillas, por ejemplo superar en un salto al sorprendido Paco Bonet, mucho más alto que él, para rematar en la línea de gol del Camp Nou. Recuerdo que también en la línea de gol, en el Santiago Bernabéu, le hizo un regate precioso a Juan José, cuyo ímpetu defensivo solo le sirvió para pasar de largo mientras el argentino guardaba el balón; luego Maradona marcó a puerta vacía y recibió una ovación del público madridista. Recuerdo que, con sus goles, su juego y su carisma consiguió un verdadero milagro: que el Nápoles ganase las dos únicas Ligas en la historia de ese club. Recuerdo que, con su prodigioso fútbol, consiguió la hazaña de que Argentina ganase en México el Mundial 86. Recuerdo que en ese Mundial marcó uno de los mejores goles de la historia, si no el mejor, tras haber driblado en carrera a media selección inglesa. Recuerdo de ese mismo Mundial otro gol suyo, que no ha ingresado, ay, en la memoria colectiva: fue contra Bélgica, y también espectacular.
Recuerdo que Maradona era generoso para reconocer el talento de otros: admiraba a Bochini y cuando este al fin jugó unos minutos en un Mundial con Argentina, el Pelusa le saludó así cuando saltó al campo: “Pase, maestro, lo estábamos esperando”. Recuerdo que Maradona, jugando lesionado, condujo a su selección a la final del Mundial 90 en Italia. De lo que vino después recuerdo poco. Es mejor dejar a Maradona donde quedó como futbolista de élite, en el Olimpo.
Del Maradona actual, empapado por una niebla turbia, prefiero no acordarme.